Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

Salir del hoyo


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Dice un refrán popular que quien no sabe a dónde va no llega a ninguna parte, pero yo agrego que si, además no sabe de dónde viene, corre el riesgo de caer en el mismo agujero.



Observando la inquietante realidad de nuestra sociedad, no pocas veces me pregunto cuál es el camino adecuado para construir una gran nación y hacer de México el país que la mayoría de sus habitantes soñamos. Y cuando hablo de la mayoría, pienso en gente humilde, generosa, alegre, hospitalaria, trabajadora, con raíces familiares profundas y muchos sueños.  

Pienso en esas personas que se saben rodeadas de impresionantes riquezas naturales, que se afanan en conservar su admirable patrimonio cultural, y que luchan diariamente por llevar el sustento a su familia y mantenerla a salvo de las amenazas que se levantan contra ella.

Luz de esperanza

No quisiera en este momento dedicarme a buscar responsabilidades, causas o razones por las cuales nuestro país se encuentra sumido en este hoyo de pobreza y violencia, donde todo parece tan oscuro y falto de sentido, sino más bien, hacer una reflexión buscando una luz de esperanza y proponer una opción viable para el desarrollo de nuestra nación.

Y respetando cualquier otra idea que tú tengas al respecto (lo cual me parece formidable), te comparto que desde mi particular punto de vista la respuesta puede estar en la formación y en la educación. Que no son lo mismo, pero están íntimamente relacionadas.

Tanto en el ambiente público como en el particular, contamos con numerosas y prestigiadas instituciones educativas. Pero lo cierto es que en ellas se privilegia el aspecto técnico, mientras que el aspecto científico es poco desarrollado, lo ético se aborda muy poco y prácticamente se omite lo espiritual. Entonces tenemos como resultado una educación que no abarca todas las facetas de las personas, sino solo aquellas que interesan a entidades o intereses lejanos a nuestras realidades, en quienes delegamos la responsabilidad de definir el perfil de los nuevos ciudadanos.

De manera general, en el actual modelo educativo, observo que se instruye para la competencia interna, se guía a los jóvenes para sobresalir a pesar de los demás, se les encamina para ser emprendedores, pero se queda a deber mucho en una educación para la fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo.

En ‘Fratelli Tutti’ 114, el papa Francisco señala que “Los educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona”.

Pienso que la ruta del progreso de una nación pasa obligadamente por la educación. Y una educación que realmente favorezca la trascendencia de las personas y por lo tanto su aportación enriquecedora a la comunidad, debe contemplar todas las dimensiones que nos componen y no solo los aspectos técnicos, es decir, debe ser formadora. Ese tipo de educación podrá ayudarnos a valorar el presente, sin dejar de aprender del pasado; debe lanzarnos a generar una visión del futuro en la que el bien común sea la brújula que nos permita encontrar el camino de salida hacia nuevos y mejores horizontes.