El peruano
El peruano Mario Reyes, de 37 años, trabaja desde hace tres años una peluquería en Roma. A ella solía acudir como cliente Robert Francis Prevost. Este domingo ha sido entrevistado por el diario ‘La Stampa’ de Turín donde contó que a este negocio, “por la proximidad al Vaticano, vienen muchos sacerdotes, pero siempre van vestidos con sotana o clergyman y nunca sabemos si entre ellos hay también obispos o cardenales. Cuando entró aquí por primera vez, hablaba con un acento un poco especial: no era exactamente italiano, ni exactamente español. Le pregunté de dónde era y me respondió que era estadounidense, pero que llevaba muchos años en Perú. ‘¡Qué coincidencia, yo soy peruano!», le respondí, y entonces se echó a reír y se abrió mucho’”.
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Las conversaciones de peluquería (siempre en español) son las esperadas. “Empezamos a hablar espontáneamente de comida y bebidas tradicionales, fútbol, política. Muchos temas de actualidad, pero sobre todo reflexiones sobre la situación en Chiclayo, la hermosa ciudad costera donde él vivía, en el norte. Le brillaban los ojos cada vez que describía la zona costera. En un momento dado, le pregunté en qué iglesia cercana prestaba servicio y fue entonces cuando se reveló. No estaba en una parroquia, trabajaba para el Vaticano. Añadió que el papa Francisco lo había llamado a Roma y que ahora era cardenal. Luego me mostró el anillo que llevaba en el dedo”.
“Mientras le cortaba el pelo, charlábamos un poco de todo. Al fin y al cabo, los dos habíamos llegado recientemente a Roma desde Perú. Las cuestiones alegres o tristes, las esperanzas y las preocupaciones peruanas surgían continuamente en nuestras conversaciones”, relata el peluquero que trabaja en este establecimiento en un centro comercial al que Prevost acudió en Semana Santa por última vez.
La cita
“La noche de la ‘fumata’ blanca, al final de un largo día de trabajo, vi en mi móvil el vídeo de la proclamación del nuevo pontífice. Estaba un poco distraído, pero en cuanto oí el apellido Prevost sentí un vuelco en el corazón, porque era el mismo que repetía cada mes al anotar la reserva en el ordenador”, relata más tarde. “En ese momento pensé que no volvería a verlo porque un protocolo tan complejo como el del Vaticano nunca habría permitido un comportamiento tan cotidiano como salir a cortarse el pelo”, pensó.
Pero, dos semanas después de la elección papal, relata: “contesto al teléfono fijo y oigo una voz familiar: ‘Buenos días, necesito un corte para mañana en mi casa’. Me quedo sorprendido. No hacemos servicio a domicilio. Sospecho que se trata de una broma porque entre nuestros clientes tenemos muchos amigos. Así que le pregunto: ‘¿Quién eres?’, y él, tranquilo, responde: ‘Robert Prevost’. No tuve tiempo de decir: ‘El Papa’, cuando él inmediatamente dice: ‘Mario, soy yo, ¿cómo estás?’”. “Necesito que vengas tú al Vaticano”, pidió el Papa.
Al día siguiente era acompañado por el secretario de León XIV, el sacerdote también peruano Edgard Iván Rimaycuna Inga –que también se cortó el pelo–, a la residencia del pontífice. “Empiezo a cortarle el pelo y en un instante se recrea el mismo ambiente de siempre y volvemos a hablar como hacíamos cuando venía cada mes a la peluquería, compartiendo ideas y recuerdos de nuestro querido Perú: desde las primeras impresiones cuando llegó en misión, pasando por el destino lejano, el regreso como obispo, hasta la llamada a Roma de Francisco y los momentos importantes vividos en la Curia. Añade que nunca hubiera pensado que él mismo se convertiría en Papa”. “Extraño a la gente”, le acabaría confesando el pontífice.
