Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

Poniéndonos de acuerdo


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El matrimonio se parece a un deporte de alto riesgo, en el sentido de que no importa cuántos años lleves practicándolo o cuánta experiencia tengas, en un pequeño descuido, puedes perderlo todo. Y entre las diferentes causas de ello, seguramente estará la falta de acuerdos en temas trascendentales para ambos.



“Cada cabeza es un mundo”, es un refrán que varias veces escuché decir a mi abuelo. Y desde niños podemos experimentar que cada persona, por naturaleza propia, tiene una visión muy particular del mundo. Sin embargo, también es posible que varias personas coincidan en una visión general. Esto es particularmente necesario en el matrimonio, pues para que un varón y una mujer (dos personas con educación distinta, con una cultura familiar específica y con gustos muy distintos), puedan establecer una familia y llevarla por un rumbo apropiado, requieren adquirir pericia en el arte de establecer sus acuerdos.

Los padres podemos dirigir la familia con diferentes estilos de liderazgo. A veces podemos ser democráticos, otras veces debemos ser autoritarios, mientras que en muchas ocasiones, lo mejor será guiar con el ejemplo y el testimonio. Los momentos para aplicar los diferentes estilos de liderazgo y otros acuerdos matrimoniales, se generan en función de la visión de familia que ambos cónyuges hayamos definido explícitamente. La falta de acuerdos positivos entre cónyuges, pasará seguramente su factura contra el sano desarrollo de la familia.

He conocido esposos que, pese al amor que se tienen, encuentran dificultades para coincidir en los detalles de su modelo de matrimonio y familia. Con frecuencia, esto obedece a la falta de un diálogo profundo, y aparejado a ello, a la falta de dominio de los elementos que integran una comunicación asertiva y fructífera. En este sentido, es necesario saber escuchar, ser empático, ser propositivo y comprometerse seriamente en la solución de los temas que se discuten, entendiendo con esto la necesidad de reconocer y corregir o cambiar, las actitudes personales que no favorecen las buenas relaciones.

En la realidad cotidiana de las familias y en atención a sus propios desafíos, con mucha frecuencia se requiere reconstruir lo dañado, restaurar las mutuas heridas y volver a comenzar planes de vida. Y esto no solo entre cónyuges, sino que aplica también en el trato con nuestros hijos, en la dinámica entre hermanos y con el resto de familiares. Este proceso de reconstrucción requiere de un buen nivel de diálogo y tolerancia, pero también, de la práctica del perdón.

Una luz importante sobre este tema la podemos tomar del pasaje de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35), cuando venían discutiendo por el camino y al parecer, entre su tristeza y desilusión, no llegaban a ningún acuerdo positivo. Los imagino como un matrimonio que ante las dificultades encontradas, solo regresaba hacia la situación en que vivía antes de su experiencia como discípulos. Pero su condición empieza a cambiar cuando escuchan las palabras de Jesús, y más aún, cuando lo reconocen en la fracción del pan. Entonces toman rápidamente el acuerdo de regresar juntos a Jerusalén y restablecer su proyecto de vida basados en su experiencia de Dios. Al igual que ellos, muchos de nosotros necesitamos poner más atención a las palabras de  Jesús y reconocerlo vivo en la fracción del pan, para orientar adecuadamente nuestra vida y poder tomar mejores acuerdos.

No desperdiciemos el tiempo en discusiones estériles, recuperemos el buen lenguaje en todos los espacios en que nos desenvolvemos y en particular, en el interior de la familia. Ofrezcamos siempre un buen trato a toda persona y practiquemos constantemente el diálogo asertivo. Aprovechemos la oportunidad que aún tenemos para encontrar mejores formas de vivir en familia y en comunidad. Esa es parte importante de nuestra misión y las nuevas generaciones necesitan de ese tipo de testimonio.