Raquel Lara, secretaria de la JOC
Secretaria de la JOC

Nuevos tiempos para la participación juvenil


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Este fin de semana, más de 150 jóvenes de una amplia pluralidad de entidades juveniles y de consejos autonómicos de la juventud de todo el país, nos hemos reunido para celebrar la 21º Asamblea del Consejo de la Juventud de España (CJE). Hemos reflexionado, debatido y aprobado el Documento de Bases con el que nos posicionamos como jóvenes ante las problemáticas que nos preocupan y ocupan para ser personas activas en la construcción de un mundo mejor.

Teniendo este evento en mente, te invito a reflexionar un rato sobre la participación juvenil en el momento actual, sin querer hacer juicios ni comparativas con la de otras épocas. En mi opinión, la acción es una necesidad humana. Participar del entorno en que el ser humano se desarrolla es parte fundamental de su socialización y de su crecimiento. Es un aspecto básico en su proceso de relación con otras personas, con su ambiente, en su desarrollo personal, en su camino hacia la felicidad; en definitiva, es a través de la acción con otras personas como nos humanizamos.

Sin embargo, vivimos en un sistema en el que la supremacía de lo económico ha reconfigurado todo orden social y político y con ello, amenazando con llevarse por delante gran parte de los resortes que permiten al ser humano desarrollar su dignidad. El sistema “cosifica” a las personas reduciendo todas sus dimensiones a una sola: consumidora o cliente. Las y los jóvenes somos, de hecho, un importante nicho de mercado y es precisamente la acción la que nos sitúa de nuevo en la realidad y nos conduce a transformarla. Todo esto nos hace cuestionarnos ¿cuál es nuestro papel en todo esto? o ¿qué responsabilidad nos corresponde?

Acción para transformar el mundo

La persona pasa de ser objeto de la realidad a ser sujeto que la modifica y, además, ocupa el espacio central en ella. La acción es la manera de transformar el mundo, desde lo más concreto e individual hasta lo más general y colectivo. Cuando una persona es estudiante, puede estar implicada en los órganos de representación estudiantiles o puede no estarlo. Lo mismo ocurre cuando uno trabaja, puede estar sindicado o no estarlo. En cada caso, son dos maneras de estar, y cada una de ellas ayuda a construir una realidad bien distinta. Es aquí donde se hace presente la manera y la opción en la que decidimos mirar y actuar en el trozo de mundo donde nos ha tocado vivir.

Las personas jóvenes, en el contexto actual participamos poco (la gente adulta también). Según los datos de los informes sobre la juventud española en las últimas décadas del CJE, una de cada tres personas jóvenes participa. Un porcentaje bastante bajo si tenemos en cuenta que el dato incluye la participación en grupos deportivos. Pero también es comprensible dado que, fruto del momento que vivimos (consumismo, individualismo, desilusión, unas condiciones de vida que no nos permite mirar nuestra vida a medio/largo plazo…), la principal motivación de la gente joven para participar en algo, lejos de encontrarla en la búsqueda de justicia o derechos colectivos, está situada en la satisfacción de las necesidades personales o el empleo del tiempo en algo que les guste.

Cierto es, que la realidad juvenil es muy cruda y que contemplamos un gran desencanto, frustración y apatía en las y los jóvenes que nos rodean. Pero de igual manera, descubrimos que estas circunstancias de precariedad vital no son incompatibles con un estilo de vida enraizado en la participación, la acción y el compromiso. Vivir la vida de esta manera nos aporta felicidad, sentido de ciudadanía activa y protagonista, queriendo formar parte de algo sintiéndonos personas colaboradoras en el bien común.

Formas de participación más frescas

Sin embargo, desde hace años, se viene constatando que algunas de las tradicionales fórmulas asociativas, no conectan con las personas, sobre todo con la gente joven. Parece que no se está dando respuesta a la indignación creciente fruto de que cada vez más gente se ha ido sintiendo privada de sus derechos, y “mangoneada” por una clase política y empresarial que ha estado mirando por su beneficio más que por el bien común de la ciudadanía. Y en este contexto, surgen formas de participación frescas, espontáneas, jóvenes (que no solo de jóvenes) que empiezan a reivindicar democracia real, derecho a techo, un futuro digno, igualdad entre mujeres y hombres, que no se privaticen los servicios públicos, blindar las pensiones…

Toda esta realidad participativa desemboca, a mi parecer, gracias al 15-M, que supuso una revolución en la manera de entender la participación y despertar a la acción a mucha gente que sintió el impulso de humanizarse luchando por su dignidad y por la dignidad pisoteada de tantas personas. Dejando de ser “cosa”, mercancía al servicio de la economía para ser persona con dignidad.

Es verdad que ya se venía fraguando de antes, pero podemos tomarlo como punto de referencia de todo lo que se ha desencadenado después en el mundo asociativo. Es decir, una transformación de todo el panorama asociativo de nuestro país, acercando a los colectivos a personas que jamás hubieran pensado siquiera en asistir a una manifestación o participar de una asamblea ciudadana.

Ante toda esta situación, y en mi humilde opinión, la esencia de todos estos espacios que se han ido generando, es doble: una primera, por establecer la toma de decisiones por métodos asamblearios y una segunda, la capacidad por convertir a cada uno de los que en él participan en protagonistas de una lucha concreta y palpable que tiene que ver con su propia vida. Termino volviéndote a invitar que te preguntes si, ¿te atreves a despertar para ser una persona en acción, participativa y colaboradora de un mundo mejor?