Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

No es un derecho


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El poder total sobre la propia vida nunca ha sido un bien absoluto. Hay amplias zonas de nuestra vida en las que dependemos de otros. La infancia es un tiempo esencial en el que recibimos todo sin ser dueños de casi nada. En nuestros límites e incapacidades, también el yo encuentra un límite en el que no basta su voluntad: negocia, trabaja, pero no domina. Lo más humano no es el poder, sino la libertad de desposeernos de nosotros mismos. La entrega amada, el abandono confiado o el exceso del don hablan más de la singularidad humana que la posesión, el poder y el control.



Vincularnos es siempre darnos. No podemos controlar siempre, pero sí amar siempre. No está en nuestras manos prevalecer, pero sí querer. La enfermedad, discapacidad y dependencia no muestran un ser humano disminuido, sino engrandecido en lo que es específicamente humano. Es una afirmación radical sobre el valor de la vida y el sentido de lo humano, más allá del poder del ego. Donde más se manifiesta el don humano es en quienes no tienen el poder absoluto sobre sí mismos.

Morir es desposeerse de uno mismo, entregar todo lo que no sea amor y eterno. La sociedad que no sabe de la buena muerte, no sabe de la buena vida. La eutanasia es un acto inútil de poder, no asume el morir como parte de la vida. Pone toda la vida bajo el peso del ego y el poder, y eso no es humano. La eutanasia que legitima el suicidio asistido no soporta ver al ser humano en su naturaleza más pura.

Cada persona somos mucho más que nuestro yo. La eutanasia es una de las peores expresiones de un mundo que pone al poder por encima del amar. La eutanasia no es un derecho, sino la mayor derrota: no solo nos quita la vida, sino que claudica la libertad de ser simplemente humanos.

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