Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Madre de todos


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El primer fin de semana de septiembre presencié la exhumación de los cuerpos de una fosa de diecisiete jóvenes en la localidad segoviana de El Espinar. Eran jóvenes que trabajaban en la Casa de la Moneda (‘La Casa de Papel’). Ante el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, se les dio un tosco fusil y fueron enviados a ese pueblo sin instrucción militar. Cuando una semana después llegaron las tropas profesionales, les sorprendieron tomando un bocadillo en la plaza y fueron abatidos sin voluntad de capturar enemigo vivo.



Fueron transportados en carretillas a una fosa abierta en el cementerio y arrojados caóticamente como última venganza. Se echó tierra y olvido, no se puso ningún nombre ni  se señaló que hubiera una tumba. Ochenta años después, descubrimos qué había en aquel trozo de tierra en un extremo del cementerio.

apertura de la fosa de Bunyola en el cementerio municipal

Pude contemplar los cuerpos superpuestos de seis de los jóvenes del grupo. Unos boca abajo, otros atravesados. El cuerpo número cinco estaba boca arriba, con la cabeza echada hacia atrás y seguía queriendo hablar. Parecía que les habían matado el día anterior. Nos esperaban, necesitaban ser descubiertos, contar su historia, alcanzar por fin descanso eterno tras tantas décadas bajo una tonelada de violencia.

Hablé los dos días con Marcos, el responsable del proyecto, y nos decíamos viendo los esqueletos: “Aún siguen siendo seres humanos”. Había algo que nos trascendía, que casi ochenta y cinco años después es eterno, sigue vivo en esos jóvenes y espera la paz. Esa paz no será plena hasta que las exhumaciones de todos sean sentidas como labor humanitaria propia por la inmensa mayoría de los españoles. Hay una herida doliente no curada, todavía supura intensamente, y la Iglesia, madre de todos, puede ayudar a curarla.

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