José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Los lunes del nuncio Auza


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DOMINGO. Misa del Corpus. Rondando los cuarenta y mi primera vez como monaguillo. Nunca sentí la llamada al acolitado. De ese riesgo se han librado quienes pudieron salir perjudicados de mi torpeza. Pero uno no se puede negar cuando se trata de servir. No creo que me lo vuelvan a pedir. Mi único cometido: mantener el cirio encendido del altar al portón. Medio minuto arrodillado en el dintel y se apaga el invento. Reacción inmediata: no valgo tan siquiera como ‘sujetavelas’. Me cotizo más en el papel de ‘pagafantas’. Juanjo intenta consolarme a posteriori: “La llevas encendida en tu interior”. Y, partir de ahí, pienso en quienes siguen portando el candelabro de otros aun cuando su chispa ha desaparecido.



LUNES. Llegó en diciembre para trabajar. Lo avisó y lo ha cumplido. Ni un minuto perdido antes y durante del confinamiento. Con la desescalada, se rubrica el reparto de destinos. Astorga, Huelva… Por el momento, auxiliares en ascenso. Prólogo de lo que está por venir. No habrá relajación en los nombramientos. Hay quien los llama ya “los lunes del nuncio”. Probablemente, no coincidan los próximos anuncios el mismo día de la semana, pero sí la voluntad de no demorar más la renovación del Episcopado. Entre otras cosas, porque en tres años se acumulan solo por jubilación la designación de una treintena de mitras. De nuevo cuño, ascensos o traslados. Tiempo de buscar candidatos. De informes que van y vienen. De intereses encontrados por hacerse con un báculo. Y de calibrar la de los cauces oficiales y búsqueda de fuentes alternativas. Efectiva discreción filipina. 

Corpus, Barcelona, desescalada

MARTES. Mi madre me reclama para que vea la tele. Mila Ximénez. “No me da miedo. Pero me da rabia y me cabrea morirme ahora. Un tumor de mierda no me va a parar la vida, no va a poder conmigo”. Mirar de frente a la adversidad. Asimilando con la lágrima del dolor generado, pero sin derrotismo. Con una capacidad reactiva proporcional al golpazo que provoca de saberse vulnerado, ajena a envalentonamientos de lentejuela. Se lo recuerda Kiko Matamoros: “Tenemos derecho a llorar, pero no a rendirnos”.

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