José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Llegamos tarde


Compartir

JUEVES 29. Sobremesa impagable. En la mesa, unos cafés, unas limonadas y unos cuantos dulces. Pero no solo. También una reflexión de aquellas que saben a lección magistral. La dificultad de sacar adelante las parroquias rurales, con más kilómetros que habitantes, ha hecho dar un paso conciliar al frente. Los laicos, ministros de la Palabra. Y mucho más. “El león dormido”, los llama quien narra el descubrimiento desde la experiencia. Despertar y hacernos despertar.

VIERNES 30. Comento con alguien que durante el ‘miniconsistorio’ tuvieron que quitar algunas sillas en San Pedro ante las ausencias cardenalicias. “Pocos nombramientos y un miércoles a las cuatro de la tarde”, me argumenta, dejándome caer con sorna: “No te olvides de que los purpurados no perdonan la siesta”. A la vez, me anima a repasar los ausentes. Pero no curiales. Sino los obispos españoles que no han viajado a Roma. Solo le dedico unos segundos y brotan un par de nombres, pero me apena.

DOMINGO 2. Acudo a una parroquia que tenía abandonada desde que la dejó un sacerdote amigo. Siempre es un error regresar al templo que uno siente que otro mimó. Homilía sobre el sufrimiento hasta la extenuación. La audiencia no baja de los ochenta años de media. Salvo las dos primeras filas: un bautizo. Pienso en quién ocupará los bancos en quince años. O en quién los desocupará. No serán los del bautizo, que abandonan el templo en cuanto reciben la bendición, en cuanto se entona el canto a la Virgen. No les culpo.

MARTES 4. Ángel Galindo, nuevo vicario general de Segovia. No se lo esperaba, toda vez que él mismo ha confesado que se daba por jubilado. La Pontificia de Salamanca, a través del Consejo de Administración de PPC, no le ha dejado descansar. Ahora César Franco incrementa su tarea. El obispo responsable en materia educativa del Episcopado español ficha a otro experto en la materia para reforzar la diócesis. Su diócesis.

MIÉRCOLES 5. Quien conoce a Jorge Oesterheld sabe que no es un hombre al que le puedan las prisas. Sabe medir los tiempos. La templanza que da trabajar con Bergoglio unos cuantos años. Por eso me preocupa su diagnóstico sobre la respuesta de la Iglesia ante las heridas de las gentes de nuestro tiempo. “Llegamos tarde”, me repite. Y no lo hace como flagelo, sino como apelo.

Lea más: