Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

La amistad es la mayor defensa de la paz


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Tierra Santa sangra. En sus tripas sufren desesperados los secuestrados. En su superficie tiemblan de pánico los niños. De su cielo desciende una tromba de bombas. La última noche de Janucá fuimos convocados simplemente para llorar con los que lloran.



Cuando en la nada solo sirve rezar

Machado se equivocaba cuando decía que había situaciones tan terribles que “de nada nos sirve rezar”. Por el contrario, hay ocasiones en que rezar es lo único que sirve para algo. El último día del Janucá celebramos en Madrid un acto de homenaje a todas las víctimas de la violencia en Tierra Santa. Judíos, musulmanes, cristianos, creyentes y no creyentes, nos unimos en un acto entrañable celebrado en el Espacio Ronda, lleno de emoción y significación. Pero ¿pueden las palabras cambiar algo? Creo que al terminar el acto, judíos, musulmanes, cristianos y todos nos quisimos un poco más y el amor lo reinicia todo.

Se dice que las palabras son semillas al viento, pero tienen el poder de llegar mucho más hondo que las balas, aunque el metal rompa piel y carne. Las palabras alcanzan siempre mucho más adentro que el oro de las monedas, el bronce de los honores y el acero de la metralla. Cuando el mundo está inmerso en el terror y la guerra, queda la palabra.

La palabra es débil al espacio porque es fácil borrarla, el ruido la cubre, la mordaza la calla, el bulo la mancha, los billones de mensajes la hacen nada. Y sin embargo, en el tiempo, lo que quedará será la palabra, sobre todo aquella que pronunciamos con la propia vida. Por eso el horror que asola Tierra Santa necesita nuestras palabras, nuestras bocas abiertas, buscar incluso las palabras que no son capaces de salir del corazón.

Necesitamos las palabras de la verdad, el bien y la belleza en forma de canto, de poema, de pensamiento, de plegaria. Lo único que puede lo imposible es la Palabra y las palabras que beben de esa fuente.

Armando Lozano, director del Espacio Ronda, en Madrid, confiesa que el Espacio no quería hacer este año la celebración de la paz que acostumbra a convocar cerca de la Navidades, pero “Dios no me dejaba en paz”, teníamos que hacer algo: un homenaje a todas las familias que están sufriendo y unirnos a ese duelo. No es reivindicación de nada, solo unión al dolor de tantos. Nunca se vio Armando con tantas dificultades para organizar un acto como en medio de esta guerra en Tierra Santa y la extrema polarización alrededor del sufrimiento y las víctimas.

El acto de homenaje a las víctimas tuvo cuatro partes: música, poemas, reflexiones y oraciones. Formaron un itinerario que nos fue llevando al centro.

La música

La música comenzó convocándonos desde posiciones tan distantes desde las que veníamos. Inició la celebración el Ensemble Amicci, que nos regaló dos obras de música cristiana. El coro se ha creado a propósito para esta celebración, formado por personas de distintos lugares de España —desde Canarias a Cuenca, Valencia al norte de España—, por gente de distintas creencias, ideas, pero amigos que se han unido para que haya paz superando toda distancia. ¿No es profético que gente tan distinta se una para elevar un canto al cielo y la tierra? Interpretaron ‘Iesu Salvator Mundi’ a nueve voces ante casi un centenar de asistentes que llenó la sala. Nobis Pacem fue el segundo canto que llenó las almas con un canon que iba arrastrando nuestras almas y repetir en su fondo pacem, pacem, pacem, hasta que incluso en estado de guerra nos alza la esperanza.

El acto continuó con una suma de artistas. Necesitábamos seguir creando puentes de belleza donde las palabras están siendo minadas e incineradas, a donde no llegan los discursos porque no sabemos cómo dar con un nombre que exprese la atrocidad del Mal con mayúsculas. El admirado maestro Eduardo Paniagua fue el encargado de organizar a varios artistas que trajeron la música judía, los cantos sufíes y las cantigas cristianas como si estuviéramos en el Jardín de las Tres Culturas.

Los persas Kaveh Sarvarian y Navid Norousi llamaron a la oración, a unirnos en el corazón del Amor porque solo con todo el Amor de Dios podemos siquiera mirar al Horror sin desmoronarnos. No va a ser posible solo con lo que los seres humanos podemos dar, sino que necesitamos todo el Amor Todo. Los dedos sufíes sacaban a la piel del tambor ritmo y sonido capaz de trazar un camino al que asomarnos tímidamente. Una larga flauta que ayer fue caña a orillas de un río hoy hace fluir ese camino. Era una “nai” o—o “ney”—, una antiquísima flauta que se toca desde un lateral y el intérprete tiene que explorar todos los sonidos, como si fuera un violín. Cuando en tiempo de escombros y ceguera desaparecen las señales, la sabiduría del nai nos dice que debemos buscar la música de la paz intuitivamente, guiados por la belleza, improvisando, caminando por donde no sabemos.

Eliyah Hera, cantautora y actriz judía, interpretó una preciosa canción hebrea que repetía shalom, “va a llegar la paz a nosotros”, con la esperanza de que nuestro deseo y música acercaran un poco más la imprescindible paz. Ella a la guitarra, los persas sufíes la acompañaron con su ritmo, el musulmán Wafir Gibril, de Sudán, con sus cuerdas y Paniagua con un instrumento medievo monacal. Y por un instante sentimos que si era posible cantar juntos idiomas distintos, instrumentos diferentes, religiones distintas, podía ser posible que eso sonara en todos nuestros corazones.

Los poemas

A continuación subieron los poetas al escenario a recitar sus poemas. El poeta sirio Mohamed Osman, de Damasco, inició la lectura. De la música a la palabra, presentó el árabe como la lengua del dolor, capaz de mostrar como pocas el sufrimiento por la gran variedad de sus declinaciones internas. Comenzó con un poema en memoria de un poeta que acaba de ser asesinado en Palestina el 24 de noviembre. Leyó y lloró, restregaba las lágrimas mientras Wafir lo acompañaba con sus cuerdas. “Tienes que vivir para contar mi historia”, decía un verso. Haz volar las palabras de la paz bien alto como cometas, añadía. “Murió sin poder despedirse de nadie, ni siquiera de su propia carne”. Acompañó a las lágrimas con sus lágrimas y había en ellas algo sagrado. Osman no pudo terminar.

El poeta Miguel Ángel Mesa, de una Comunidad Cristiana de Base, tomó la voz tras él, acompañado por la música de Eduardo Paniagua. Eligió un poema de Goytisolo. “No sucumbas al desaliento porque hay mil razones para habitar la esperanza”, nos pidió. “Que el odio no nos ciegue la visión”. Siguió con un poema de Bienaventuranzas a las que el sonido de Paniagua dio una resonancia dulce y misteriosa. “Felices quienes saben que el camino de la paz deja a un lado la indiferencia”, se anunció. “Felices los que no abandonan la ternura”.

Un tercer poeta, Antonio Portillo, militar de la Guardia Real, nos dio ternura en sus palabras y nos convocó a la sabiduría del abrazo, incluso aunque no queramos darlo ni sepamos por qué. Pidió la paz y la palabra, y leyó sus versos. “Incluso en medio de las guerras, los vencejos siguen volando”. “Nadie sobra, nadie sobra”, repetía.

Los versos de Heba Abu Nada, de 32 años, poeta palestina recientemente muerta a mediados de octubre en el curso de la guerra, cerraron esta parte. “Los caídos somos nosotros con diferentes nombres, diferentes rostros. Oh, Señor, ¿qué hacemos con este banquete de muerte?”, rezan sus versos.

Las reflexiones

De la música a la poesía, de la poesía a las reflexiones. Mohamed Samadi, marroquí, llamó a que las religiones nos unamos en un camino de la paz, como una familia, e hizo el saludo de la paz en los tres grandes credos… Hizo una alabanza de la espiritualidad como clave para la paz. La espiritualidad nos lleva a ir más allá de nuestros límites para poder alcanzar el amor. Sufrimos sobre todo una crisis de humanidad. Terminó con una oración en memoria de todas las víctimas en Tierra Santa sean judíos, musulmanes, cristianos o ateos.

Paniagua nos hizo respirar a continuación con una preciosa cantiga dedicada al Espíritu Santo. Desde un lado del escenario tocaba esa cantiga y desde el otro lado Wafir le iba acompañando hasta que, sin discontinuidad, está voz del Islam entonó la canción islámica titulada “Señor de señores”, recordando que todo problema viene de la pretensión de querer ser como dioses, señores de la guerra, en vez de ser servidores de la paz. Cuando Wafir comenzó a cantar, Paniagua acompañaba desde el otro lado, en un diálogo a dos voces, creando un puente a lo largo de todo el escenario. ¿Cómo ha sido posible enlazar una cantiga y un canto del Islam? preguntó Armando lozano. Porque somos amigos desde hace 20 años, contesta Paniagua. La Amistad es la solución. La Amistad es la mayor defensa de la paz.

En la intervención anterior de Samadi se había encendido la rabia en las palabras, se había llamado a la lucha contra Israel y eso rasgó el clima que se había creado. Esta celebración juntaba dos partes de la cuerda que están sometidas a extrema tensión. El rabino Mario Stofenmacher, del Seminario Rabínico Latinoamericano, tomó la palabra muy incómodo, pero reprimió la tentación de responder, acalló la reacción, confió en el deseo de paz, lágrima y amistad que nos había convocado. Frente a lo que se había dicho, simplemente recordó a los 120 secuestrados que todavía están torturados bajo tierra y sin su recuerdo no se puede explicar casi nada del horror que se está sufriendo en toda Tierra santa.

El rabino Stofenmacher dejó a un lado la reacción ante la ira y al otro lado los papeles que traía, para contarnos algo personal que en ese momento le salía del corazón. El día anterior habían encendido en su hogar la menorá. Habían adquirido unas finas velas de cera de abeja y cuando prendieron sus llamas, vieron cómo se iban consumiendo unas antes que otras, tal como se consume la vida, unos antes que otros. En la vida necesitamos saber un orden, pero la vida se va moviendo frágil como esas velas de cera y nuestras vidas están todas en manos de Dios. La Paz no llega porque se diga que llegue la paz, añadió, no es un acto declamatorio. La paz es una acción de gente normal haciendo cosas normales que nos protegen a todos. Nadie está completo si no entendemos que no puede faltar ninguna vela por muy poco que dure su luz, por muy fina que sea su luz. La Paz se construye en el lugar donde cada uno esté.

El padre Ángel siguió el río de reflexión. Desde hace 70 años cada día dice La Paz está con vosotros y Daos la paz. Y después de 70 años sigue viendo cómo la paz se rompe. Nada más hay paz cuando la gente se quiere y ahí está la clave: querernos., nos dijo y palabras tan sencillas llegaron muy hondo en medio de la tensión. Solo las palabras más sencillas penetran la tensión, como agua y semilla. Solo ante Dios y ante un niño nos ponemos de rodillas. Y ante un vulnerable y un enfermo y un mayor. No ante poderosos ni instituciones, sino ante aquellos y Dios. Y entonces nos hacemos mensajeros de la paz. La paz es posible si somos capaces de querernos.

La oración

Y llegó al final. Tras la música, los poemas y las reflexiones, la oración. Primero oramos con una ‘sura’ que cantó Wafir. Yael Cobano, presidenta de la Comunidad Judía Reformista de Madrid,  acompañada de Darío Helmann, hizo la segunda oración que habló del dolor de todos. “No nos has creado para vivir con ira en el mundo, Señor… Por eso lloro por niños que lloran de miedo por la noche… Levanto mis brazos al cielo, Dios, para no desesperar. Suframos uno por el otro, sintamos piedad unos por los otros y la paz sea contigo”. Darío Helmann leyó y cantó una oración de un rabino poeta que vivía cuando estaba naciendo el Estado moderno de Israel. “Hijo de Adán, elévate” es el nombre de uno de sus poemas místicos:

“Conecta con lo divino que hay en el otro y la paz será más posible. Elévate, tienes alas espirituales, no las olvides, puedes levantarte, búscalas y veras que están en ti, en tus manos y entonces tus manos se convierten en alas”. Las manos que se tienden y estrechan. Eché de menos que en ese momento nos diéramos todos la paz.

Luz que rompe la tiniebla

Finalmente se encendieron las velas de la última noche de Janucá. No importa cuán oscura sea la noche ni qué pequeñas sean las velas, siempre rasgan la más oscura tiniebla, dijo el rabino Mario Stofenmacher. El padre Ángel pronunció una última plegaria por la paz del querernos. Armando Lozano cerró la celebración invitándonos a guardar todo en el corazón, todos somos hijos del Altísimo, hijos de Adán, ojalá hayamos al menos sentido el deseo de querernos más. De corazón a corazón. El querer, por muy ligero y momentáneo que sea, siempre rompe el más oscuro horror.