Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

Juntos en la tempestad


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Cuando mi abuelo descubría alguna de mis travesuras, solía decir un refrán que reza, “quien siembra viento, recoge tempestades”,  y que traduzco ahora como “lo que se siembra, se cosecha”. Desde pequeños, de una manera o de otra, hemos sido aleccionados sobre la responsabilidad de nuestros actos. Es común tomar conciencia de que todo lo que hacemos o dejamos de hacer, tarde o temprano nos afectará positiva o negativamente.



Estamos viviendo tiempos extraordinarios al contemplar la gran velocidad con la que una nueva enfermedad puede ser contagiada y la forma en que puede afectar la vida ordinaria de nuestras familias y de nuestra sociedad. Así de extraordinaria también estará siendo nuestra experiencia, de la cual seguramente, podremos obtener muchísimas reflexiones. Esta ocasión, tomaré un hilo de pensamientos, partiendo de la sorprendente forma en que estamos conectados unos con otros. Y es que, bajo situaciones normales, no alcanzamos a percibir el efecto de nuestras acciones sobre los demás, ni el gran impacto que tienen en nosotros las acciones de muchas personas distantes y que generalmente no conocemos. Ya no estamos en el terreno de la responsabilidad personal, estamos percibiendo los efectos de la responsabilidad comunitaria y social,  un terreno en el cual lo que hacemos unos, afecta a otros.

Hoy, rogamos que la persona que pasará por nuestra casa a entregarnos algo, se encuentre sana. Hoy esperamos que la persona detrás del mostrador haya tomado todas las medidas sanitarias recomendadas. Ahora nos damos cuenta de que la irresponsabilidad de uno, puede desencadenar peligro para muchos. Descubrimos que algo sucediendo en China, Italia, o Norteamérica, puede afectar a nuestra familia. Finalmente, entendemos que vivimos en un mundo en donde juntos construimos y entre todos destruimos. Reconozco que, en realidad estas ideas de interrelación social y comunidad global, no son nuevas, pero la situación extrema por la que estamos pasando, nos permite verlas con mucha mayor claridad. Y con mayor razón, al interior de las familias se percibe con mucha certeza el estar interconectados, y con ello, el efecto de nuestras acciones. Nada que hagamos o dejemos de hacer, dejará de afectar a nuestra familia.

Esto tenemos que capitalizarlo en el aspecto positivo,  pues así como todos participamos de una forma u otra en la generación de problemas, también es correcto decir que entre todos podemos resolverlos. Cuando la familia y la comunidad tienen plena conciencia de la fortaleza presente en un actuar juntos, compartiendo todos una misma visión y tras de un mismo objetivo, entonces se desencadena el verdadero poder de la unidad. Es en este campo de la unidad, en el que podemos sanar nuestras heridas comunes, es desde la unidad que podemos sobrevivir y salir bien librados de los diversos desafíos que hoy se presentan.

El papa Francisco durante la reciente bendición ‘Urbi et Orbi’, nos regaló una hermosa reflexión del pasaje bíblico que relata el miedo de los discípulos ante una tempestad que azotó la barca en la que navegaban junto a Jesús.  En su mensaje, el Papa nos hacía ver, entre otras cosas, que vamos todos en el mismo barco y que somos una sola familia humana. Ojalá podamos mantener esa conciencia de formar parte de un solo cuerpo, de tal modo que, si una parte del cuerpo se encuentra afectada, todo el cuerpo lo pueda sentir y trate de resolverlo. Que no sea una conciencia solo de emergencia, sino que quede plasmada en nuestras actitudes en lo futuro, pues en lo ordinario, es común mirar solamente al interior de nuestra familia o de nuestros intereses particulares, sin percibir y a veces sin importar, los efectos de nuestras acciones en el resto de la comunidad.

Espero que, pasada la tempestad, mantengamos el aprendizaje de que nadie se salva solo, que nadie puede vivir aislado y que todos necesitamos alguien a nuestro lado. Caminemos siempre juntos, nunca solos, que durante la ruta, el Señor no nos abandona.