Jubileo de los Jóvenes: transformar la angustia en esperanza


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En el avión de camino al Jubileo de los Jóvenes que se ha celebrado en Roma la pasada semana, me dio tiempo a comenzar a leer ‘El loco de Dios en el fin del mundo’, de Javier Cercas. Desde el primer momento te cautiva y, casi cuando íbamos a aterrizar, releí varias veces un párrafo que, en síntesis, dice “(…) durante mi infancia católica, yo no había conocido la angustia, y que la había descubierto en el momento que perdí a Dios”, “(…) desde entonces, la angustia me acompaña siempre (…)”. Esta afirmación me llamó poderosamente la atención, más aún sabiendo que su autor es ateo y anticlerical, como él se define. La angustia es lo que empieza cuando todo lo demás termina, es lo contrario a la alegría y a la tranquilidad, es sinónimo de tormento y sufrimiento.



Ya en Roma, con el calor y la ciudad llenándose de jóvenes a medida que avanzaba la semana, destaco dos momentos que me han cautivado sobremanera: el encuentro de españoles “a puerta cerrada” en la Plaza de San Pedro del Vaticano y la Vigilia con el Papa en Tor Vergata. Sin duda, ha habido muchos más momentos: conocer de cerca la realidad de las Misioneras de los Pobres y su vida al estilo de la Madre Teresa de Calcuta; el carisma de Iesu Communio y la alegría que desprenden todas ellas, sus adoraciones y testimonios; la comunión espiritual con otras realidades de la Iglesia en diferentes lugares del mundo, donde Dios está presente; o los momentos de fe a través del arte y la música, las imponentes iglesias y basílicas, el paso por la Puerta Santa -en mi caso, pasé por cinco de las cuatro Puertas… pero eso da para otro comentario-. Espacios que me hicieron recordar el privilegio del don de la fe, donde cerca de un millón de personas nos habíamos concentrado atraídos por la esperanza del Evangelio.

Pero, volviendo a esos dos momentos esenciales -San Pedro y Tor Vergata-, me pregunto por qué me cautivaron. ¿Qué me hizo detenerme en ellos? Quizá lo siguiente: si Cercas había sido un niño con fe que la perdió, los testimonios que se escucharon en San Pedro eran de jóvenes sin fe que la habían encontrado: Dios había vuelto a ocupar el centro de sus vidas. Hablaban de una tristeza sin forma que se iba disipando a medida que se sentían mirados, escuchados y comprendidos por un Dios que, probablemente, apenas empezaban a vislumbrar. Lo mismo me ocurrió en Tor Vergata, en la oscuridad de la noche, donde el Papa León XIV dijo “Jesús es el amigo que siempre nos acompaña en la formación de nuestra conciencia”.

Jubileo de los jóvenes en Tor Vergata

Jubileo de los jóvenes en Tor Vergata

Angustia acompañada

Entiendo que la angustia de la que habla Cercas le acompaña desde que perdió a Dios, porque no hay mayor angustia que sufrir sin sentido, sin poder encajar el dolor en un relato más grande que uno mismo. Quien no comprende la cruz como forma de vida y camino, solo puede verla como una condena -incluso- absurda.

En cambio, la angustia de los jóvenes creyentes que he visto en Roma es distinta: es una angustia acompañada. Esta angustia no los paraliza ni los desespera, sino que los interpela. Me incluyo: nos pone en camino. No hay fe madura sin pasar por ese temblor. De este Jubileo destaco muchas cosas, pero me quedo con una: la posibilidad de convertir la angustia en esperanza, aprendiendo a cargar la cruz sabiendo que no se lleva solo.