Instagram; todavía hay vuelta atrás


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La mayoría de los periodistas o aspirantes a ello utilizamos Instagram. No se puede equiparar a Twitter en absoluto como medio de información, pero constituye un excelente ‘locus amoenus’ para la propagación del arte visual… si no lo conviertes en otro apéndice del carrusel de tus intimidades. Esa variante es la que abrazaron las llamadas ‘influencers’, desviándose desde hace un tiempo de la mera comunicación artística respecto a moda y paisaje para, o bien divulgar publicidad de continuo de la manera más bochornosa, como una teletienda de los milagros, o bien para convertir a sus padres, hermanos, primos, hijos y sobre todo novios o maridos en otro filón para que el capitalismo circense borbotee a placer, llevándose por delante uno de los más bellos privilegios de la persona occidental: la intimidad, que por algo reluce en la Carta de los Derechos.

Claro está que son muestras seleccionadas de intimidad. Nadie es tan bobo para pensar que podría reportarle beneficio o suscitar curiosidad la rutina de cuidados de un enfermo o de un hijo especialmente problemático. Siempre nos enteramos de que una famosa empresa de decoración ha convertido su casa en una fotografía de catálogo o de que la crema facial que anuncian es poco menos que agua de Lourdes.

Un mero escaparate

Y, ahondando en el error de basar su sustento en un escaparate, han traspasado ciertos límites, ofreciendo también como producto de consumo la crianza infantil, sus pinitos con la puericultura merced a hijos de tías o amigas y el cuidado de mascotas, los eventos más destacados de su historial amoroso… Tras todo esto, solo quedaba ofrecer al público la disección de una boda y de un viaje de novios, normalmente con una escalofriante conformidad por parte de un marido que a veces finge una euforia adulterada y en otras ocasiones interpreta el papel de ‘clown’ francés. Cuando no aprovechan la súbita popularidad de su antes desconocida ‘partenaire’ para facilitar el conocimiento de sus habilidades profesionales y mejorar las ventas de su empresa o publicar ese manuscrito que a nadie convenció…

En ocasiones llega el estallido tras un cúmulo de disparatadas exhibiciones, y esta semana la damnificada ha sido Marta Pombo, hermana de María, una de las más conocidas niñas de Instagram del país, perteneciente a una familia relacionada con la restauración, pero lógicamente ajena a la prensa rosa hasta que las hermanas comenzaron a rentabilizar su prestancia física y su acierto en el vestir.

Escarnio público

Un puñado de personas en el anonimato han asaeteado sus esperanzas de boda esparciendo por las redes sociales indicios de infidelidad por parte del novio. Como suele suceder en esta posmodernidad, no hay todavía evidencias sensoriales, pero la palabra y alguna imagen engañosa son ya pólvora de nueva noticia que enseguida pasa del éter al sólido. Empiezas mostrando a quinceañeras cómo ordenas tu armario y consigues que envidiosos de profesión arruinen tu enlace inminente con sórdidas habladurías. Qué feliz estaría ahora la familia sin que toda España supiera de sus idas y venidas. Ojalá, las figuras paternas detengan a estas pobres mostradoras de privacidad en ciernes a partir de ahora para que su portal no se convierta en un punto caliente tan visitado como el de Luis Bárcenas.

Las hermanas Pombo han conseguido que, de norte a sur, se hagan conjeturas sobre su interés por la religión, su situación económica, la relación de su padre con su hermano, la enfermedad degenerativa de la madre, la autenticidad de sus amores… Y todo comenzó porque a la gente les gustaban sus cuerpos, sus bañadores, sus puestas de sol y sus collares. Eso era lo que nos atraía a la gente normal en los inicios de Instagram, el dulce encanto de la cotidianidad convertido en postal. En 2019, la red es un huevo de serpiente donde pululan rencores de antiguas amistades y socios, calumnias de desengañados, preguntas morbosas de niñas que, con estos asuntos, ponen cataplasma a sus propias cuitas… Solo de imaginar que pudiera ser mi familia, con todas sus lógicas sombras, la que viera dispersos sus más dolorosos trances humanos, abiertos en canal para que cientos de miles de seres ávidos teorizaran sobre los porqués y los quiénes, siento auténtico terror.

Vinculación eclesial

Como esto es ‘Vida Nueva’, es perentorio dirigirse a los cristianos que participan del juego. Las hermanas Pombo se han consolidado como ‘influencers’ en gran medida porque la derecha católica social las reivindica frente a sus homónimos progres. Estudiaron en un colegio de una fundación vinculada al Opus Dei, han mostrado imágenes como enfermeras voluntarias en santuarios, en alguna ocasión lucen cruces, María se pronunció en contra del aborto y del feminismo marxista, son maternales con los niños…

Pero, a mi juicio, es un grave error equiparar a los divulgadores de la fe en la red con chicas jóvenes y desorientadas que venden su boda a ‘¡Hola!’ y concurren a menudo en contradicciones respecto al Evangelio, empezando por el materialismo y una mundanidad excesiva (que se ha traducido en una mercantilización de su físico privilegiado). Como cristianos, debemos combatir la injuria y la ira del envidioso cuando son víctimas de ella; como cristianos también, tenemos que evitar que las nuevas generaciones crean que la Buena Noticia se resume en crear alguna polémica ocasional en Internet a costa de las feministas o ensalzar las bodas religiosas antes de vender obscenamente tu luna de miel en los confines del mundo vestida de pies a cabeza con las marcas que ayudan a sufragarla.

El Señor frecuentaba las mesas de los ricos y los frívolos para mostrarles otro camino, no para convertirse en otro de sus invitados de cartón piedra.