Iglesia sinodal, algunos apuntes sobre la Etapa Continental (parte 3)


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Lo más definitivo de la experiencia de las Asambleas Continentales, a mi parecer, es que es posible el discernimiento comunitario desde la conversación espiritual llevada con profundidad, y ella puede tornarse en un instrumento determinante para el modo en que la Iglesia realiza sus procesos de escucha y toma de decisiones asegurando la amplia participación del pueblo de Dios en toda su diversidad. Es un camino por hacer, ya que percibimos la fuerte ausencia de este tipo de ejercicios en la vida cotidiana de la Iglesia en todos sus niveles.



En las Asambleas Continentales del Sínodo, donde se dedicó el tiempo y la centralidad a la conversación espiritual, la calidad y profundidad de los frutos ha sido muy evidente, así como la riqueza de la experiencia misma. En el sentido contrario, en las Asambleas donde se ha hecho una conversación espiritual de modo superficial o más reducida, los frutos, siendo positivos, se perciben como de menor profundidad, con poca claridad, con un consenso frágil y con menor fuerza transformadora como experiencia en sí misma.

Algunos elementos que se identifican como esenciales en cada Asamblea

África y Madagascar. Acercamiento horizontal y de escucha para la construcción conjunta con el laicado como experiencia inédita en la dimensión continental y de la estructura del SECAM. El ejercicio de la fuerza identitaria continental con relación al sentido de comunidad desde los propios valores de la cultura africana se hizo vigente. Realización de un extenso proceso de consulta poniendo en valor la fuerza de la estructura de las regiones del SECAM dentro del continente, aunque con distintos ritmos y capacidades; todo el proceso se tejió a partir de la riqueza estructural regional ya existente. Por último, se tuvo una vivencia muy significativa de la conversación espiritual según la propia realidad (desafortunadamente, para no generar una situación de intimidación o pérdida de las voces más excluidas, no se integraron todas las vocaciones en su diversidad en los grupos de discernimiento).

América Latina y Caribe. Explícita y clara centralidad del discernimiento comunitario con el uso del método de conversación espiritual, asegurando 10 sesiones de una hora y media cada una, en las que cada comunidad de discernimiento compartió usando las 3 rondas (yo, tú, nosotros). Una fuerte conexión de los elementos de espiritualidad y liturgia con el proceso de discernimiento. Un proceso de continuidad con las experiencias intensas de escucha al pueblo de Dios y discernimiento regional en el Sínodo Amazónico y en la 1era. Asamblea Eclesial de ALyC. Una cuidada composición de las Asambleas asegurando la diversidad de las vocaciones en la Iglesia, con una pequeña pero rica presencia de representantes de pueblos indígenas, afrodescendientes, comisiones de mujeres, sínodo digital, y de la Amazonía. Una experiencia que influye de modo explícito en el modo de estructurarse y funcionar del CELAM (episcopado), la CLAR (Vida Consagrada) y las CÁRITAS (pastorales sociales).

Asia. La fuerza de la serenidad de un discernimiento estructurado sobre la base de las instancias existentes en su estilo Asambleario, con una profundidad especial dada la experiencia de diálogo de los representantes de las distintas estructuras e instancias sub-continentales. Luego de una fuerte preocupación sobre una superposición de procesos con relación a su celebración jubilar como Federación de Obispos Católicos de Asia – FABC, gracias al diálogo y al modo de acercamiento de la Secretaría del Sínodo y su fuerza de trabajo, se logró una muy positiva conexión de los procesos, asegurando su enriquecimiento mutuo y la continuidad con su Asamblea. Los espacios de discernimiento con el método de la conversación espiritual, siendo significativos, fueron pocos incluso para la elaboración del documento final por parte de los delegados enviados para esta misión.

Europa. En un entorno tan diverso, con grandes desafíos internos y externos, se vivió un proceso de encontrar la riqueza de lo que une; y para quienes están en los extremos de posturas sobre el ser de la iglesia con rasgos que podrían identificarse como ideológicos, se logró pasar de identificarse como opuestos o hasta contrincantes, a reconocerse miembros de una misma Iglesia. Se percibió la riqueza de una mayoría con una visión clara de apertura a la realidad sin perder la propia identidad, y el reconocimiento de la necesidad de un diálogo con la secularización, del ecumenismo y del diálogo interreligioso, de la acogida a la diversidad y del llamado a la construcción de la paz. Se tuvo una experiencia significativa de discernimiento comunitario que marcó el rumbo del proceso, sin embargo, fue muy reducida ante el modo más tradicional de Asamblea que también estuvo presente.

Medio Oriente. Se percibe como la mayor riqueza la diversidad identitaria en lo religioso, espiritual y en lo cultural, lo cual aportó una visión muy particular y de gran valor para el proceso más amplio. Se experimentó la fuerza de la naturaleza ya sinodal de las Iglesias Orientales que permite también una sensibilidad particular con relación al ecumenismo y al diálogo interreligioso, con una fuerte vocación de comunión con la Iglesia universal. Una profunda novedad para la Sinodalidad de la región fue el que los patriarcas de dichas Iglesias se sentaron a la mesa con el laicado, especialmente con las mujeres, en condiciones de hermanos y hermanas, abordando temas complejos, incluso considerados tabús, para procesarlos en un espíritu de diálogo honesto y orante.

Norteamérica. Se percibió la enorme riqueza de la primera etapa, tanto en Canadá como en Estados Unidos de América. Una fuerte presencia de las voces de las periferias en esa primera etapa que marca contenidos urgentes muy importantes. Hay un valor profundo en la acción conjunta de EEUU y Canadá para esta etapa, pues ha sido una novedad en cuanto a proceso eclesial formal, y con una participación ampliada del pueblo de Dios. Lamentablemente percibimos una ruptura entre la amplia dinámica de escucha en la primera etapa con relación a la seria reducción que se dio en la fase continental. Se redujo drásticamente la participación de las periferias, y en realidad no hubo espacio para el discernimiento comunitario pues la experiencia se redujo a un espacio virtual donde la conversación espiritual fue apenas una sesión de algo más de una hora. Quizás esta visión estuvo asociada sobre todo a algunas de las personas indicadas como asesoras para esta etapa.

Oceanía. Se experimentó el profundo valor de la unidad en la diversidad en un entorno con profundas diferencias culturales y económicas a nivel eclesial y como sociedad, pero donde la fuerza de esa diversidad configura el valor esencial de la identidad de la Iglesia y la fuerza de su propio proceso sinodal continental. Un marcado elemento de discernimiento comunitario para acoger el grito de la tierra, sobre todo desde el cambio climático que pone en riesgo el futuro de islas y comunidades enteras, junto al grito de los pobres. Se trabajó también con un sólido método de consulta que condujo a una comisión delegada para la elaboración del documento final. Hay la sensación de que el método de conversación espiritual no fue el de mayor peso en todo el proceso.

Los graves desafíos que permanecen luego de la experiencia sinodal continental

  • Una débil convicción, en algunos casos específicos, para integrar de modo estructural lo esencial del proceso en cuanto a método: conversación espiritual y discernimiento comunitario.
  • A pesar de la insistencia y las indicaciones, poca representatividad de las periferias geográficas, existenciales, materiales y estructurales. Muy poca representación de voces que enriquecen el diálogo ecuménico e interreligioso.
  • Desbalance entre las regiones y continentes sobre la explícita incorporación de la riqueza cultural de cada continente en el proceso, sea en la diversidad de identidades culturales o la falta de expresiones más vivas de esa diversidad en la parte celebrativa y espiritual, excepto en un par de casos donde fue amplio y significativo.
  • Se sigue percibiendo en algunos casos puntuales una actitud poco abierta de obispos, sacerdotes y laicos-as clericalizados, o con mucho apego a las estructuras, lo cual evidencia una seria dificultad para la escucha y para procesar los llamados a cambiar.
  • Imposibilidad de recrear estos procesos sinodales y de discernimiento en los propios espacios eclesiales diversos, debido a que quienes participaron en esta etapa no tienen influencia en muchos casos dentro de sus estructuras de procedencia.
  • Cierta presión de los teólogos y/o expertos, quienes seguían con la expectativa de crear documentos sapienciales, académicos o del género de texto oficial luego de la experiencia vivida, sin dejar espacio a otro género de documento en la Iglesia que refiere a la escucha y a la síntesis de las voces como fruto de un discernimiento comunitario.
  • Algunos grupos con actitudes ideológicas impositivas, de ambos extremos, haciendo inviable la escucha, el diálogo y el discernimiento. En América Latina el falso dilema entre la conversación espiritual y el método ver-juzgar-actuar, como si la conversación espiritual fuera una amenaza sustitutiva al primero.
  • Hay un grito ensordecedor, impostergable, sobre la necesidad de un mayor reconocimiento y participación de las mujeres en los espacios de toma de decisión y la ministerialidad que las reafirme y reivindique en la Iglesia.
  • Una juventud que exige y necesita presencia, pero que una vez que la tiene está llamada a pasar a la propuesta de caminos nuevos y concretos en aquellos espacios en donde participan. El desafío del Sínodo digital hacia una nueva forma de pastoral en la Iglesia, la cual necesita nuevas maneras de recrear su modo de estar y acompañar en los nuevos areópagos digitales, pasando de la conservación a la novedad en el seguimiento de Cristo.

Conclusión: algunos anhelos que se rescatan de esta experiencia como horizontes para la Iglesia

A manera de conclusión quiero expresar lo que he percibido como algunos de los horizontes más significativos que se han manifestado en los distintos momentos de esta etapa continental y en las diversas Asambleas, y que, sin ser exhaustivos o completos, nos ayuden a identificar hacia dónde se siente llamada la Iglesia reunida en las Asambleas Continentales. Recomiendo mucho leer, orar y discernir con los documentos finales de cada Asamblea, de modo que se tenga una experiencia completa de los frutos particulares. Aquí algunos elementos generales que percibo como comunes al todo:

  • Este modo sinodal sustentado en el discernimiento comunitario desde la conversación espiritual, la escucha extensa y en la participación de una mayor diversidad del pueblo de Dios, ha de ser el modo propio de la Iglesia del presente y futuro en todo sitio y en todos sus niveles.
  • Se percibe con firmeza, valentía y pasión el querer del pueblo de Dios, expresado en las distintas Asambleas, para ser una Iglesia centrada cada vez más en Cristo, más abierta a la novedad del Espíritu y a los gritos de la realidad, pero sin perder nuestra identidad ante los cambios rápidos y repentinos del mundo.
  • Es tiempo de asumir, afirmar y actuar en consecuencia con el hecho de la igual dignidad bautismal de todos los miembros del pueblo de Dios, y que esto se exprese en espacios y modos de toma de decisión, ministerios y estructuras que lo reflejen. Esto es ineludible e impostergable.
  • El tiempo de cambios estructurales con relación a la efectiva y plena participación de la mujer en espacios de decisión y en el ejercicio de sus ministerios, incluyendo el Diaconado permanente. No puede ser negado este reconocimiento de las mujeres por más tiempo. Será un gran bien para la Iglesia y, de hecho, su futuro depende de ello.
  • El laicado debe asumir su identidad y misión propias en la Iglesia con parresía, profecía y valentía para tomar su lugar en la Iglesia. En los casos que haya cerrazón, es tiempo de exigir y si es necesario tomar ese espacio a pesar de las resistencias. Para esto hay que purificar la intención desde los muchos laicados clericalizados que replican los vicios existentes.
  • Es tiempo de una jerarquía que se sienta a la mesa en igualdad de condiciones para escuchar, discernir y decidir junto con el pueblo de Dios en todos los espacios donde sea posible. No se trata de que dejen de ejercer su rol particular, sino de enriquecerlo honestamente desde una experiencia genuinamente sinodal.
  • El grito de los pobres y excluidos (minorías, pueblos originarios, diversidad sexual, y otros) y el grito de la hermana madre tierra resuenan con fuerza desde las distintas expresiones y latitudes, y la Iglesia debe responder con mayor convicción y fuerza a la luz de este proceso sinodal.

Cuando me han preguntado sobre lo más significativo de esta experiencia todavía en proceso, he expresado que lo más importante es hacernos una pregunta que está en el centro de lo vivido:

¿De qué modo hemos sido transformados a nivel personal, comunitario y como Iglesia, por la experiencia de encuentro y escucha del Dios de la vida mediante las voces concretas del pueblo de Dios, y a qué nuevos caminos concretos me (nos) ha impulsado esto? 

Si no hemos vivido una genuina conversión, metanoia, la experiencia habrá sido en vano. Ningún documento, ningún elemento metodológico u operativo de la experiencia tienen sentido o valor si no nos ponen en la perspectiva de sabernos llamados-as a un mayor seguimiento de Cristo en un discernimiento que da vida, que abre siempre nuevas posibilidades, y que reconoce lo que es bueno y lo que da más sentido en el Señor. Que el ruido externo e interno no nos impidan abrirnos para encontrar aquello que el Espíritu nos quiera ofrecer a través de la escucha mutua y el discernimiento. El Señor nos dice como en el evangelio de Marcos: “Effetá”.


Por Mauricio López Oropeza. Director del Centro Pastoral de Redes y Acción Social del CELAM