Fli el jabalí


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Estábamos jugando mi hijo y yo con unos peluches y él estaba llevando a uno que tenemos en forma de jabalí –aquí llevar no se refiere al transporte físico, sino a interpretar el rol del muñeco que se tiene en ese momento entre las manos–. Se llama Fli. Fli el jabalí.



En medio del juego traté de preguntar algo a Fli, pero este no respondió. Lo volví a intentar y tampoco obtuve respuesta. La explicación que recibí de boca de mi hijo fue: “Fli no escucha bien porque sus orejas están muy arriba (de su cabeza)”. Por entrar en contexto, el peluche lleva cosidas las orejas en la región superior del cráneo, ambas muy juntas.

Lo admito, su explicación me sorprendió porque no había contexto en que poderla situar.

Poco después concluí que se trataba de su modo de entender mi hipoacusia, puesto que en muchas ocasiones algunas de sus palabras se me pierden y le pido que, por favor, me las repita. Tal vez proyectó en Fli las sensaciones de saberse no escuchado.

Los ojos cerrados y las orejas abiertas

Sea como fuere, el hecho de no escuchar por tener las orejas muy arriba de la cabeza resulta casi profético en el contexto sociocultural actual, y es que hace tiempo que las advertencias de Pablo en la segunda carta a Timoteo parecen haberse hecho realidad (2Tim 4, 3-4): “Cerrarán los oídos a la verdad y se volverán hacia puros cuentos”.

¿Acaso no hemos intercambiado el puesto de los ojos por el de las orejas? Es con ellas con las que “vemos” el mundo a través de rumores y noticias falsas, a los que damos credibilidad sin utilizar la mirada pausada de quien quiere abrazar la vida desde una perspectiva humana y humanizadora. Los ojos cerrados y las orejas abiertas, ávidas de carnaza que rapiñar y devorar hasta los huesos.

Solo vemos lo que nos cuentan y escuchamos lo que nos enseñan. Además a un ritmo vertiginoso que nos incapacita para adaptarnos al siguiente rumor o la próxima ‘fake news’.

Pregunta de examen: ¿Quién recuerda cómo comienza el capítulo 8 del Libro de los Proverbios? (Pr 8, 1-8). Viendo el modo en que funciona el trasiego de información en el mundo actual y de las reacciones a dicho trasiego, diría que más bien poca gente. Pero eso tendrá que esperar para otra reflexión.

Ahora mismo me planteaba yo que mientras andamos con las orejas descolocadas sin escuchar al “mundo” que tenemos enfrente, arriba, debajo, detrás y a los lados, no se nos olvida alzar nuestras súplicas al cielo, a veces de manera creyente y otras descreídamente. ¡Cuántas veces se convierten en rezo los versos del Salmo 30! “¡Escúchame, Señor y ten piedad de mí!” (Sal 30, 11).

Toda la vida exigiendo que nos escuchen –incluso a Dios– y, al mismo tiempo, empujando nuestras orejas bien arriba de la cabeza, como las de Fli el jabalí, para escuchar lo menos posible –de nuevo, incluso a Dios–.

Ojalá sepa yo desplazarlas hasta el lugar que les corresponde y pueda prestar atención al “Ruaj Elohím” –si no me equivoco es hebreo y significa el soplo de Dios, su aliento; el Espíritu Santo– sin hipoacusia en mi corazón.