Evangelización ilegal


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“Papi, ¿qué hay ahí?”, me preguntó el otro día mi hijo señalando hacia una puerta por la que habitualmente pasamos de camino al cole. “Creo que es un taller ilegal de aparado”, le respondí yo. Su siguiente pregunta –¿Qué es ilegal?–, me hizo caer en la cuenta de lo mecánica que fue mi respuesta y de las consecuencias que se han derivado de crecer en una ciudad en la que la economía sumergida era, a efectos prácticos, el verdadero motor económico local.



Zapatero a tus zapatos

Mencionaba en el párrafo anterior la palabra aparado, pero quizás no sepas de lo que hablo. Se trata de uno de los diferentes procesos de los que se compone la cadena de montaje del calzado. En esencia, podemos decir que durante el aparado las distintas partes que componen el zapato son unidas entre sí antes de ser cosidas o fijadas a la suela.

Más o menos hasta mi generación o un poquito después, casi todo el mundo en mi ciudad estaba familiarizado con los diferentes procesos en los que se divide la cadena de producción del calzado, porque rara era la familia en la que un padre, una madre, un familiar cercano o la descendencia no formaba parte de aquella en algún punto, habitualmente en el seno del hogar y en la clandestinidad tributaria. Zapatos que se exponían en los escaparates de grandes urbes junto a carteles y pegatinas de “Made in Spain” eran –y siguen siendo– producidos en condiciones poco salubres, peligrosas o de desprotección para la mano de obra humana. Mi propio padre dedicó su vida laboral -que comenzó con 14 años- a la manufactura de zapatos para diferentes empresas en jornadas de 10, 12 y hasta 14 horas. Bueno, decir que mi padre trabajó para diferentes empresas es legalmente correcto pero no cierto por completo; sus jefes no cambiaron con el paso de los años (salvo la natural sucesión empresarial de padres a hijos), sino que lo que se iba modificando era el nombre de la empresa; cerraba con una denominación y volvía a abrir en un emplazamiento distinto con otro nombre; misma gente, diferente tributación.

Esta y otras prácticas similares han sido tan habituales en esta región que cuando alguien te dice que le han contratado puede llegar a indicar “que le han dado de alta y todo”, refiriéndose a su incorporación al régimen apropiado de la seguridad social, expresado como un motivo de júbilo y excepcionalidad. Lo que era propio de la persona por derecho se naturalizó como un favor de alguien con más recursos hacia alguien con menos.

Durante muchas décadas aquí no hubo derechos laborales; tampoco se los esperaba y –me atrevo a decir– que en algunos sectores ni se los quería por la implicación que estos podrían tener sobre la pérdida del sustento familiar en caso de que los poseedores de los medios de producción decidieran trasladar esta última a otro lugar más rentable –como de hecho empezó a ocurrir con la llegada de la década del 2000–.

Evangelizador a tu evangelización

No quiero detenerme a realizar un exhaustivo análisis sobre la situación laboral de la zona en la que vivo, pero creo que viene muy bien para ilustrar lo que implica deformar un proceso o hecho que inicialmente tenía aspectos positivos hasta transformarlo en otro completamente opuesto de consecuencias negativas. Te invito a que investigues acerca de la iniciativa que lleva por nombre “Iglesia por el trabajo decente”, limpiando previamente tus ojos de cualquier visión politizada que puedas querer achacarle prematuramente. La Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) fundada por Guillermo Rovirosa y otros movimientos de acción católica también pueden contribuir a que sepas qué hace la Iglesia en el ámbito del trabajo.

Te decía en el párrafo anterior que una idea con amplias implicaciones positivas como “trabajar para vivir” puede transformarse en algo funesto para la existencia humana cuando deriva en “vivir para trabajar”. Y me venía a la mente que es algo parecido a la diferencia que la comunidad científica estableció entre la desertización y la desertificación.

La desertización es un proceso mediante el cual un medio natural cualquiera se transforma en desierto debido a los cambios graduales del ambiente sin que para ello deba mediar intervención humana alguna. Y justo en esto último está la clave, porque cuando esa desertización se produce como consecuencia de la intervención humana pasa a llamarse desertificación, que suele darse a raíz de la sobreexplotación de ambientes en el sentido que sea y tiene consecuencias mucho más dramáticas sobre el medio natural, ya que este es incapaz de amortiguar las modificaciones por el frenético ritmo al que se producen.

Simplificando el asunto, podemos decir que la desertización no es mala, mientras que la desertificación sí, especialmente si nos atenemos a las consecuencias futuras de esta última.

Pues lo mismo que el trabajo me llevó a pensar en la desertización, esta me condujo a una breve reflexión sobre la evangelización.

Análogamente a lo que decía antes sobre el proceso natural mediante el que un ambiente se transforma en desierto, existe también una suerte de evangelización natural que supone el anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios sin que deba mediar voluntad comunicadora alguna; un ambiente humano cualquiera es evangelizado por la propia fuerza de la Buena Noticia, que se manifiesta y hace carne en la persona -o grupo- que la vive con intensidad y que se esfuerza por involucrarse en su medio social concreto transparentando a Jesús el Cristo en todas sus acciones. Ella sola, con el impulso del Espíritu que solemos decir, va impregnando el ambiente como el soluto que atraviesa la membrana semipermeable durante un proceso de intercambio osmótico.

zapatero zapatos

Pero no es suficiente.

Queremos más.

Necesitamos un mayor rendimiento evangelizador que alcance para llenar los bancos vacíos y, de paso, también las arcas (demasiadas veces despilfarradas en cuestiones moralmente reprobables).

Así que ponemos en práctica mecanismos de eficiencia y rendimiento propios de otros ambientes más mundanos con tal de “ganar almas para el Señor”; poco importa si la iniciativa es virtual o presencial, porque es muy probable que resulte en un proselitismo vacío de contenido que cuida las formas desde un punto de vista cortoplacista y simplificado de la realidad espiritual de cada persona.

Más números, más evangelizadores, más, más, más.

Tales actitudes derivan, en mi opinión, en una evangelificación artificial que, a largo plazo, se convierte en algo tóxico y nocivo.

Hemos pervertido el capítulo 10 del Evangelio de Lucas y lo que era un anuncio natural de la Buena Noticia de Jesucristo se ha reducido a “enganchar”, “captar” o “atraer”. Hay que llenar las faraónicas construcciones que hemos realizado con el paso de los siglos -incluso en barrios humildes o despoblados- y para ello se necesitan personas, aunque estas sean como los extras de las películas que están ahí para figurar -”hacer bulto”, que se dice en mi familia. En templos, pero también en colegios y otras comunidades educativas.

No creo que deba existir una legislación evangelizadora que determine qué acciones de Anuncio son eclesialmente legales y cuáles no lo son. Usemos el sentido común, si es que eso existe, para evitar caer en el legalismo interpretativo de las Escrituras tan ampliamente descrito en diversos pasajes de los evangelios.

No tengamos miedo de desacralizar templos o fundir congregaciones para reunir naturalmente a las comunidades cristianas, en lugar de esforzarnos por hacerlas crecer artificialmente por medio de almas vacías y sin arraigo espiritual. Tampoco lo tengamos a la hora de cerrar misiones o eliminar las vacaciones pseudomisioneras. Y mucho menos lo tengamos a dejar en manos más capaces la administración de nuestros templos e instituciones.

Menos evangelificar y más evangelizar.

NOTA FINAL: He incorporado aquí el término evangelificación con el significado que has podido leer en el texto en base a mis propias reflexiones, pero es probable que en otros lugares lo encuentres con otra significación diferente; asegúrate de a qué se quiere referir quien haya escrito el texto para no caer en confusiones semánticas que te puedan llevar al error o la confrontación innecesaria.