Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Era Juan Pablo II un ‘superhombre’?


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La escultura

Se llama “Fuente envenenada” y está situada a la entrada del Museo Nacional de Varsovia en Polonia. Una escultura realista del papa Juan Pablo II domina la escena, en sus manos lleva un meteorito bien levantado sobre su cabeza. A su alrededor hay una gran fuente con agua teñida de rojo intenso, como si fuera sangre. El autor de esta peculiar representación es Jerzy Kalina.

El Museo explica, en su página web, que “para Kalina, Juan Pablo II no es un viejo impotente aplastado por un meteorito, sino un titán dotado de una fuerza sobrehumana”. Y es que el meteorito que lleva sobre la cabeza es, sin lugar a duda, la respuesta a otra polémica escultura de cera, la del italiano Maurizio Cattelan que mostraba al papa polaco, con vestidura blanca –en ocasiones también se ha expuesto con ropa litúrgica– y báculo en mano, alcanzado por ese mismo meteorito.



Cattelan presentó su obra –titulada “La hora de nona”, hora de la muerte de Cristo– en 1999 en la Bienal de Venecia y las reacciones desde Polonia, patria del Papa Wojtyla no se hicieron esperar. Rechazo que se hizo mayor cuando dicha escultura fue expuesta en la propia capital polaca en el año 2000. En 2001 la escultura fue adquirida por la casa de subastas Christie’s de Nueva York que la vendió a un coleccionista privado por lo que hoy sería en torno a un millón de euros.

Ahora han pasado 20 años y parece que la escultura de Kalina es una especie de respuesta contestaría o venganza artística a aquella representación. Un superhombre frente a una líder anciano abatido… es la alternativa polaca que ha alimentado algunos memes este fin de semana.

El dilema

Cuando inmediatamente después de su muerte, a Juan Pablo II le sobrevino el apodo del “magno” no fue difícil repasar todos los récords de un amplio pontificado –el tercero más largo de la historia de la Iglesia–. 20.000 discursos pronunciados –ocupan unas 100.000 páginas–, 1.247.613 kilómetros recorridos, 104 viajes internacionales, 129 países visitados, 146 viajes por Italia, 301 parroquias romanas visitadas, más de 1.160 audiencias generales ante 17.640.000 personas, 14 encíclicas, 45 cartas apostólicas y 14 exhortaciones tras un sínodo, 1.338 personas beatificadas y 482 canonizadas, encuentro con 1.590 jefes de estado, nombramiento de 231 cardenales… y así podríamos seguir un rato.

Más allá de estas cifras, los logros del pontificado de Juan Pablo II podrían medirse de forma cualitativa. Su forma de ejercer el ministerio papal es una referencia obligada al tratar asuntos como la caída del Telón de Acero, el comienzo del desbloqueo con China y Rusia en materia religiosa, el acercamiento institucional a judíos y musulmanes, los encuentros de Asís, las Jornadas Mundiales de la Juventud, el rechazo del capitalismo salvaje o la oposición frontal a guerras como las de Ruanda, Kosovo, Sudán, Irák o los Balcanes…

Junto a esto está su propia experiencia antes de ser Papa. Sacerdote en la clandestinidad de la Polonia ocupada, obispo implicado el surgimiento de los movimientos sindicales, deportista y actor de teatro amateur… Todo contribuyó a agrandar la figura y por ello el proceso de beatificación de Karol Wojtyla fue abierto dos meses después de su muerte, un plazo muy breve decidido por Benedicto XVI en respuesta a las manifestaciones de devoción mostradas durante los funerales de Juan Pablo II.

Aunque la santidad se mide desde el estilo de vida y no de las opciones de gobierno de la Curia –ya sea la Romana o la volante que se entregó a los viajes del pontífice–, llama la atención de quienes reivindican en estos días la Papa polaco. Con su país de origen teniendo que celebrar de forma discreta el centenario del nacimiento con motivo de la pandemia, otros reivindican su legado. Simplemente basta mirar a la política estadounidense, con Trump visitando el santuario dedicado al Papa y fotografiándose junto a su escultura o su esposa Melania, la primera dama, dedicándole una rosa del famoso jardín de la Casa Blanca…

Siguiendo con el contexto norteamericano, George Weigel autor de la amplia biografía oficiosa ‘Testigo de la esperanza’, desde su atalaya como presidente de la Fundación James Madison lucha por defender un curioso neoliberalismo acorde a los principios de los movimientos neoconservadores estadounidenses formados por ese catolicismo de blancos que no se siente del todo cómodo con la llegada de latinos. Y es que las críticas del papa polaco al capitalismo clásico se escapan a la literalidad de estos nuevos politólogos que ven amenazado su tinglado cuando Francisco habla de ecología o de abolir definitivamente la pena de muerte. Con devotos como estos, es normal que haya cristianos que no se sientan atraídos por su santidad.

Es en cierto sentido verdaderos, que en san Juan Pablo II se ha canonizado al cristiano y no necesariamente al Papa. Su entrega al ministerio con sentido pastoral –aunque algunos se sintieran excluidos de sus propuestas–, su propia historia vocacional o incluso su entrega hasta el final a la encomienda recibida a llevar el timón de la barca de la Iglesia. Con razón escribió que “al comienzo del nuevo milenio, mientras se cierra el Gran Jubileo en el que hemos celebrado los dos mil años del nacimiento de Jesús y se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a ‘remar mar adentro’ para pescar”. Todavía tenemos que seguir remando, ya sea en medio de la fuente de agua rojiza de Polonia o las tempestades cotidianas.