¿En qué piensas?


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Hola, ¿qué tal? Hace un tiempo que mis letras y tus ojos no se encuentran. Quizás no lo habías notado porque, evidentemente, el mundo continúa inexorable en su giros y rotaciones participemos de la vida social o no. Y ya sea que la ausencia tenga componentes endógenos o exógenos, recuperar la posición anterior a la de partida requiere tanta energía intelectual y emocional que, en más de una ocasión, me pregunto: ¿De veras quieres regresar allá?



El silencio y la muerte social

Durante cinco días a la semana, mi hijo y yo compartimos la mesa del desayuno, de la comida del mediodía y de la merienda únicamente el uno con el otro, de manera que, o él conversa conmigo o yo lo hago con él. Y, lo quieras o no, con el paso de los años se genera cierta dependencia conversacional que lleva a echar en falta esa otra voz que habla contigo en los momentos que el de enfrente emplea para navegar sobre sus propios pensamientos.

Si en ocasiones la ausencia continuada de silencio lleva a mi cabeza a estar absolutamente saturada de historias, fantasías y anécdotas, en otras se produce lo contrario y una especie de vacío me empuja a preguntar: “¿En qué piensas?”.

En este modelo de hiperconexión social que se ha ido imponiendo frente a otras alternativas no es común que alguien se percate de que se ha producido una ausencia en la red de vínculos porque, de inmediato, el hueco es ocupado por otra relación o experiencia efímera. Cuesta encontrar una voz que note el silencio y pregunte: “¿En qué piensas?”. Estés o no estés, hables o calles, vivas o mueras, la realidad más dolorosa indica que al modelo mayoritario le va a dar igual y no se verá afectado en absoluto, al mismo tiempo que millares de bocas elevan un lamento virtual al cielo porque “siempre se van los mejores” cuando la figura pública de turno alcanza uno de los puntos comunes a toda vida biológica.

Salir a tomar el aire

Quizás ese miedo a perder el hueco en la fila empuje a multitud de figuras públicas a anunciar que, debido a la saturación personal que atraviesan, deben dejar las redes sociales, ya sea indefinida o puntualmente. Salir de la sala silenciosamente no es válido; es necesario que todo el mundo sepa que te marchas pero que seguramente volverás. Se percibe una aceptación y potenciación de la conducta análoga a interrumpir la intervención de un ponente para informar que sales un momento a tomar el aire. “Guárdame el sitio”, que se decía en el colegio. La discreción asusta porque da pie a la cancelación social.

Y pensaba ahora que no debe ser cosa de los tiempos actuales, sino que el vacío social ha tenido que existir desde que la persona camina erguida por la Tierra. Siempre ha habido seres humanos cuya existencia ha transcurrido paralela o perpendicularmente a la de la mayoría, con la carga asociada que ello lleva a nivel afectivo y emocional.

Relaciono lo anterior con lo expresado en el punto 193 de la encíclica ‘Fratelli Tutti’. Allí, Francisco saca a relucir una cuestión que puede parecer tautológica e innecesaria, que todo político es también un ser humano. Bueno, todo político… y tú y yo también. Un hecho que hay que sacar a relucir cada vez que necesitamos un respiro, una pausa o, sencillamente, cuando nuestros intereses se modifican o evolucionan porque, de no hacerlo, ¿quién vendrá a preguntar “en qué piensas”? 

Hijos de su propio tiempo

A partir de esa idea me venía a la cabeza algo similar; que los cuatro evangelistas del canon bíblico también eran personas y que, como tales, estaban sometidos a las mismas pulsiones y presiones que el resto de sus congéneres contemporáneos, por lo que si en esa época existía cierta cultura de la cancelación normalizada y aceptada socialmente, les afectaría de un modo u otro. Como decía antes, siempre ha habido alguien a quien silenciar. 

No te he descubierto la rueda ni el fuego, ya lo sé. Déjame que diserte un poco más y a ver si consigo hacer palabras lo que en mi cerebro se dibuja como un todo y te transmito algo interesante o, como mínimo, coherente.

emoticono pensativo

El caso es que los evangelistas –varones de su época– aplicaron sesgos que hemos ido reconociendo con el devenir de los siglos gracias al desarrollo de bibliografía especializada. Por ejemplo, ahora resulta más sencillo ver más allá del silencio que se guarda alrededor de muchas figuras femeninas de los evangelios y comprender el contexto histórico de ciertos relatos.

Pero no solo ha habido mujeres silenciadas; esta entrada no trata sobre ese hecho. La idea que se paseaba por mi cabeza era la llamativa ausencia del “¿En qué piensas?” que mencionaba al comienzo. Hay, en contraste, una abultada representación de situaciones en las que Jesús “conoce los pensamientos” de las personas a su alrededor, como en aquella ocasión que unos hombres llevaban a un paralítico en su camilla (cf. Lc 5, 17-26). 

Pienso en esos momentos de mesa compartida con mi hijo y me veo a mí mismo preguntándole por sus pensamientos incluso en las ocasiones que intuyo el contenido su respuesta. ¿Qué Jesús se nos presenta si tomamos en su literalidad más estricta escenas como “la del paralítico y su camilla”? Sí, el acento del relato está puesto en el hecho que sucede y en la reacción de los interlocutores, ¿pero acaso debemos inferir que Jesús iba por ahí actuando frente a lo que pensaban los demás antes siquiera de que lo expresaran? ¿No se roza un terreno peligroso en lo relativo a la relación entre pensamiento y acción?

De nuevo, ¿en qué piensas?

Recordaba hace un momento que los evangelistas (y copistas varios) también eran personas y que sus sesgos (particulares y comunitarios) se colaron en los relatos que hemos recibido a través de la historia. Me parece plausible que uno de tales sesgos se pudiera haber producido no solo a la hora de cambiar el género de algún protagonista aquí u otro allá, sino también en el momento de omitir ciertos detalles “innecesarios” que no conducían su relato hacia lo que querían contar sobre la vida de Jesús, como pasar por la puerta de Graciela de Cafarnaún a agradecer aquella vez que les recibió con una hogaza de pan o sentarse bajo la sombra de un árbol y preguntar a un niño junto a él: “¿En qué piensas?”.

Reconozco que me cuesta imaginar a Jesús diciendo públicamente desde lo alto de la cima: “Como estoy un poco saturado de las relaciones sociales y del cariz que está tomando todo, me voy a tomar un respiro y me marcho allí enfrente a hacer unos ejercicios espirituales”. Lo suyo era, tal vez y desde mi limitada perspectiva, la discreción silenciosa, aun cuando muchos generaban expectativas a su alrededor. Y, si eran Pedro o Andrés los que necesitaban un poco de espacio personal, ¿se te ocurre alguna pregunta que Jesús pudiera haberles hecho en el contexto del silencio y la soledad?