José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

El ‘pecado mortal’ de quien llevaba 20 años sin confesarse


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VIERNES 4. La pregunta está en la mesa. Entre empanadillas y mini hamburguesas. ¿Cómo puede mejorar la Iglesia en materia comunicativa? Propuestas, comentarios y reflexiones. Pero Amalia sentencia. La voz de quien se ha curtido en la batalla de la transparencia: “Pensar la comunicación sin pensar con quién te quieres encontrar y para qué, es unidireccional, jerárquico y caduco”. Siento que no tengo nada más que decir. Solo asentir.

SÁBADO 5. Tarde deportiva. De espectador, que también se suda lo suyo. Gimnasia rítmica. Sobrina con pelota. En noventa segundos se juega la medalla. Y se la lleva. Terminada la competición, junto al pabellón, en la pista de atletismo su vecina corre los 200 metros. La victoria se corre en apenas 30 segundos. La vida es una maratón, de larga distancia. Pero en ocasiones, una decisión tomada en segundos determina el resto. Ahí no puede temblar el pulso. La pelota se cae. El tobillo se tuerce. No es un mero efecto mariposa.

DOMINGO 6. Sigo desde la lejanía la visita del Papa a una parroquia romana. Simona, una feligresa, le pregunta por la frialdad que a veces muestra el clero. Y Francisco le regala un proverbio de cosecha propia: “Para un cristiano, la alegría es una condición, no una opción”. Le suma una coletilla práctica: “Si alguno de los que colaboran en la parroquia tiene costumbre de desayunar con vinagre, que cambie el hábito y se tome café con leche, que le irá bien”. Respiro. Yo tomo Cola-Cao.

LUNES 7. Se ha reencontrado con ella. Y con Dios. Tras dos décadas de ausencia, acudir a misa los domingos se ha convertido en su lugar de descanso. Para reponerse. Algo se está moviendo dentro. Tanto que hace unos días se acercó al confesionario. “¿Con que lleva usted veinte años sin confesarse? Sepa, señorita, que está usted en pecado mortal”. Acogedor abrazo de bienvenida del presbítero para empezar. Igualito que el padre del hijo pródigo. Igualito que el Padre.

MARTES 8. Los asentamientos de Huelva, en el olvido. Para casi todos. No para Cáritas. Ignorado el suicidio de Alfa, migrante de Gambia que vivía en la chabola 217. Colgado de un árbol. Incapaz de ver con claridad después de haber sobrevivido al desierto, a las mafias libias, a una estancia clandestina en Italia. Pero no pudo superar su calvario como jornalero entre palés y plásticos.

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