En este domingo, la Palabra de Dios nos invita a contemplar la belleza y el misterio de su Creación como un reflejo de su amor y presencia. Desde la promesa hecha a Abraham hasta la revelación gloriosa de Jesús en la montaña, las Escrituras nos recuerdan que la Creación es un don sagrado, confiado a nuestras manos con la misión de cuidarlo y preservarlo.
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Frente a la indiferencia y el abuso de los bienes de la tierra, el Señor nos llama a vivir con esperanza, justicia y responsabilidad ecológica, reconociendo su luz en todo lo creado.
La Creación, un Don Sagrado y una Alianza de Amor (Gn 15, 5-12. 17-18)
Este pasaje nos anima a cuidar la Creación a partir de la alianza de Dios con Abrám. En primer lugar, la contemplación del cielo estrellado nos recuerda la inmensidad y belleza de la Creación, invitándonos a valorar y proteger la naturaleza como un don divino.
La promesa de la tierra a la descendencia de Abraham subraya la dimensión de la herencia ecológica: la tierra no es solo posesión de una generación, sino un legado que debe ser cuidado y transmitido con responsabilidad. La escena de los animales y la intervención de Abraham para ahuyentar a las aves de rapiña nos muestra la importancia del respeto por la vida en todas sus formas y el deber humano de velar por la armonía en la naturaleza.
Cuidar la Tierra es un Acto de Fe (Sal 26, 1. 7-9. 13-14)
El Salmo 26 nos invita a una profunda confianza en Dios, quien es luz y salvación, y nos interpela a ver en esta certeza un llamado al cuidado de la Creación. Si el Señor es nuestra luz, debemos reflejar esa luz en nuestras acciones, iluminando el camino del respeto y la custodia de la naturaleza.
Al proclamar que el Señor es nuestra salvación, comprendemos que su amor abarca toda la obra creada y nos llama a preservarla con gratitud y responsabilidad. Por ello, este Salmo nos anima a ser fuertes y valientes en el compromiso por el cuidado de la Casa Común, esperando en el Señor y trabajando activamente por la justicia ecológica. «El Señor es mi luz y mi salvación» es entonces un faro de esperanza que nos impulsa a proteger la vida en todas sus formas y a construir una relación armoniosa con nuestra hermana Madre Tierra.
Ciudadanos del Cielo, Guardianes de la Tierra (Flp 3, 17–4, 1)
La exhortación de San Pablo nos invita a vivir con una mirada trascendente, recordándonos que somos ciudadanos del cielo, llamados a la conversión y a la transformación en Cristo. Este mensaje nos interpela sobre nuestra relación con la Creación y el modo en que administramos los bienes que Dios nos ha dado.
El Apóstol denuncia a quienes viven esclavizados por el egoísmo y la búsqueda desenfrenada de placer, advirtiendo sobre el peligro de un estilo de vida consumista que explota la tierra sin responsabilidad. En contraste, nos llama a seguir su ejemplo y el de aquellos que han aprendido a vivir con sobriedad, justicia y respeto por la obra de Dios. Si realmente esperamos en Cristo y anhelamos la transformación que Él nos promete, debemos cuidar la Creación como un reflejo de esa esperanza, cultivando un modo de vida que respete la naturaleza y favorezca el bien común.
La Transfiguración y la Belleza de la Creación (Lc 9, 28b-36)
La Transfiguración de Jesús en el monte, nos ofrece una clave profunda para la relación entre la fe y el cuidado de la Creación. Jesús sube a la montaña para orar, y en este espacio de encuentro con Dios, su rostro resplandece en gloria. La montaña, en la tradición bíblica, es un lugar de revelación y cercanía con lo divino, recordándonos que la naturaleza es un espacio sagrado donde podemos experimentar la presencia de Dios.
La transformación de Jesús ante los discípulos nos invita a reconocer la belleza de la Creación como reflejo de la gloria divina y a comprometernos en su conservación. La propuesta de Pedro de hacer tres tiendas expresa el deseo humano de quedarse en la contemplación sin asumir la misión, pero la voz del Padre nos llama a escuchar a su Hijo: el verdadero discipulado implica cuidar y proteger la obra de Dios.
A modo de conclusión
Al finalizar esta reflexión dominical en clave ecológica, reconocemos que el cuidado de la Creación no es solo una tarea ambiental, sino una respuesta de fe y un testimonio de esperanza. Dios nos ha confiado la tierra como un don y una herencia sagrada, llamándonos a protegerla con gratitud y responsabilidad. Así como Abraham confió en la promesa de Dios, como el salmista buscó su rostro, como san Pablo nos recordó nuestra ciudadanía celestial y como los discípulos fueron testigos de la gloria de Cristo, también nosotros debemos reconocer la presencia divina en la naturaleza y comprometernos con su cuidado.
La voz del Padre nos sigue diciendo: «Escúchenlo», y Jesús nos enseña a vivir en comunión con todo lo creado. Como nos recuerda el Papa Francisco en Laudato Si’, «La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando siempre que «la realidad es superior a la idea» (LS 201). Por ello, que nuestro compromiso con la Casa Común sea un signo de nuestra fe, un reflejo de nuestra esperanza y una expresión concreta del amor de Dios en el mundo.
Por Marcial Riveros Tito. Teólogo y Contador Público
Foto: Pixabay
