Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

Desde un hospital


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“Ni buscar la muerte es valentía, ni huir de ella es cobardía”. Así expresaba mi abuelo el deseo innato de sobrevivir que todos tenemos, y que nos motiva fuertemente a defender nuestra salud y la de nuestros seres queridos.



Hoy te escribo desde la habitación de un hospital, en donde estoy acompañando la recuperación de un familiar muy cercano. No puedo ocultar que deambular por estos pasillos deja en el alma cierto desasosiego y difícilmente se puede alejar el miedo a resultar contagiado del virus que actualmente azota a la humanidad.

También siento miedo a que se presente un desagradable desenlace del cuadro que tiene en el hospital a mi familiar. ¿Saldrá bien de la operación? ¿Se recuperará sin secuelas? ¿Podremos llevarlo pronto a casa? En mi mente se agolpan muchas otras preguntas cuyas respuestas quedan en manos de la destreza del personal médico que lo atiende y de la capacidad de su cuerpo para responder positivamente a la intervención. Busco tranquilizar mi espíritu en el espacio que siempre está disponible para ello: la oración.

Y es justo en ese espacio interior que vienen a mi mente y a mi corazón muchas personas más. Pienso en mis familiares y amigos enfermos y pido por su recuperación, pero también tengo presentes a quienes han fallecido y ruego al Señor que les reciba con misericordia. En especial reflexiono sobre las familias de tantas personas que aprecio, que están sufriendo la pérdida de un ser muy querido.

El amor de Dios es infinito

Todos vamos atravesando la misma tormenta, pero cada uno la vive desde su propia realidad y bajo su propia experiencia. Todos clamamos a Dios con gran fervor y auténtica confianza, pero los desenlaces son muy distintos. Muchas oraciones acompañaron a personas que han fallecido. Quiero presentarte mi reflexión al respecto: no es culpa de Dios, no es culpa de nosotros, no hay un complot secreto, son las circunstancias que se combinaron para generar esta situación.

¡Cómo quisiéramos que Dios interviniera directamente para salvar a las más de 135 mil personas que hasta el momento han sido víctimas fatales de la pandemia, tan solo en México! Anhelamos una intervención divina definitoria, visible, palpable y contundente (de alguna forma, me recuerda al Mesías esperado por el pueblo de Israel).

Estoy seguro de que por oración no ha quedado. Pero es en este escenario en el que se corre el riesgo de pensar que Dios no nos escucha, o que, si nos escucha, no nos responde positivamente debido a nuestras fallas o a nuestra falta de fe. No caigas en esa trampa.

Más allá de los difíciles acontecimientos que vivimos y del dolor al que nos somete esta pandemia, el amor de Dios está presente con quienes ya le acompañan en el paraíso, como también permanece con quienes nos mantenemos luchando en esta vida.

El amor de Dios es infinito, por lo que constantemente toca a nuestra puerta y llama, esperando que le invitemos a pasar para sanar nuestro espíritu, librarnos del pecado y compartir su victoria definitiva sobre la muerte.