Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Dar la cara


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En el ‘Logos’ no encontramos una idea, una estructura o una fórmula, sino el rostro de Cristo. Por eso, el cristianismo no es creer ideologías, sino que la fe tiene forma de vínculo y de confianza. Es una enorme esperanza que, al inicio y principio de todo, no haya un número, sino el amoroso semblante de Alguien. Cada cosa que hemos recibido en la Creación se parece a ese paño de la Santa Faz con el que Verónica consoló a Jesús en sus horas más oscuras camino del Calvario: en cada cosa está el rostro de Jesús pronunciando la palabra esencial, el amor.



Nuestro vértice interior

Podemos encontrar también el rostro de Cristo en el vértice de nuestro interior. Ese vértice existencial es el ángulo último de nuestro ser, donde todo se integra y que no está lejos, sino en el centro compartido por cada pizca y curva de nuestro ser. Del mismo modo que en nuestra cara reflejamos a nuestros padres, en nuestro vértice interior se pueden reconocer los rasgos y gestos de nuestro hermano Jesús. Jesús dio y nos da la cara. Compartimos sus rasgos cuando en nuestro rostro asoma la belleza del bien. Es lo que nos hace más único y personal a cada uno.

En ocasiones, la Santa Faz asoma a nuestra expresión. Es el caso de nuestra tía Belén, que está entregando tanta vida y su vida a todos en el hospital. Cuando nos encontramos ante ella, nos quedamos asombrados: su rostro estaba lleno de alma. Apenas tiene peso, pero luce más guapa que nunca. En su expresión, su gesto, su voz, resplandecen rasgos de Jesús, y es esa familiaridad por la que cada rostro se hace eterno. Belén está convirtiendo la frontera de la vida en un verdadero frente a frente ante otro, luna acariciada por la luz del sol. Eso es dar la cara.

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