Concordia, convivencia, compasión: ¡Que no nos enfrenten!


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Tras más de dos meses de confinamiento, con el miedo en el cuerpo todavía y un futuro incierto para crecientes sectores de la población que ven muy cercano el fantasma de la precariedad y el hambre, se ha creado un caldo de cultivo que puede ser empleado para hacer un país mejor, más solidario, más respetuoso con la dignidad de la persona, pero también se puede utilizar para enrarecer el ambiente, crispar a la ciudadanía, dividir, criminalizar y tensar la convivencia. El cómo se gestione esta situación depende de la responsabilidad de los líderes políticos, mediáticos, religiosos, pero también depende de la actitud connivente o no de los ciudadanos y ciudadanas.



La comunidad del bien común

En España no tenemos una cultura de derechos suficientemente asentada y eso nos hace particularmente vulnerables ante las violaciones de los mismos. Tenemos todavía más la mentalidad de súbditos que de ciudadanos, de personas “de orden” bienpensantes, que no se meten en líos (sobre todo si concierne al vecino) y miran a otro lado, más que de comunidad que busca y persigue un bien común.

Duelo a garrotazos, de Goya

La Transición, con todas sus imperfecciones, fue un ejercicio muy importante de generosidad y de renuncia de lo particular en favor del bien común. De enterrar revanchismos y defender un campo de juego donde todos pudieran empezar a participar. Esos pactos y esta memoria democrática, de ya cuarenta y dos años, es de lo más decente que hemos vivido como país. Algo de lo que nos podemos sentir orgullosos y no podemos permitir que nos lo destrocen.

En este momento histórico tan delicado para España, en el que unos pocos se envuelven en banderas que son de todos y hacen primar sus propios privilegios sobre el bien común, en el que unos desalmados intentan que los vecinos dejemos de mirarnos con la complicidad de una durísima epidemia vivida pero con el sueño de un país más habitable y buscan la rabia y el conflicto, toca tomar conciencia y no permitir que nos crispen, que nos enfrenten, que nos dividan. Ojalá este fin de Pascua nos regale el Pentecostés del Espíritu y no la historia fratricida de Caín y Abel.