Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Bienestar y esclavitud frente a libertad y confianza


Compartir

Cuando los Israelitas llevaban aproximadamente un mes desde que habían huido de Egipto comenzaron a protestar a Moisés y Aarón. Añoraban el bienestar de su vida de esclavos. Allí tenían para comer. Ahora eran libres pero no podían alimentarse, tenían hambre. Entonces Dios prometió a Moisés: “Yo os haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día” (Ex 16,4). No les prometió abundancia, sino la ración diaria, lo suficiente para comer cada día. De hecho una vez tomado lo que Dios les enviaba comprobaban que “al medirlo luego, vieron que el que había recogido de más no tenía nada de más, y el que menos, no tenía nada de menos, sino que cada uno tenía lo que necesitaba para su consumo.” (Ex 16,18)

Esta es la idea esencial y la enseñanza que podemos extraer hoy para nuestra vida. Los israelitas vivían bien siendo esclavos de los egipcios. No eran libres pero sus dueños sabían que debían alimentarlos bien para que pudiesen realizar sus pesados trabajos. Por ello, Egipto suponía un bienestar material envidiable ante el panorama que se les presentaba en el desierto de Sim. Habían partido de un reino de la abundancia, unas tierras fértiles anegadas por el río Nilo a un desierto, donde la comida escaseaba y las condiciones de vida eran peores.

El debate estaba servido: ¿qué es mejor? ¿Vivir esclavizados pero con la seguridad de que el sistema va a proporcionarte la abundancia de bienes? O ¿vivir libres pero depender de la providencia divina que tan solo nos aporta los bienes que necesitamos para vivir día a día? Moisés convenció al pueblo de Israel y vivieron cuarenta años en esas últimas condiciones, en un desierto en el que dependían de ese maná que llegaba sin que ellos hiciesen nada. Era vivir confiando, porque su trabajo, sus desvelos, no les servían para obtener lo que necesitaban para vivir, solo la providencia divina se lo aportaba.

Es el mismo debate que se nos plantea hoy, entre una economía que nos promete un bienestar material aunque este sea a costa de vivir sin libertad y tener que subordinarlo todo a trabajar día tras día, y una oferta de Dios que nos da lo que necesitamos para vivir y solamente pide que confiemos en Él.