Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Avergonzarse de las propias debilidades


Compartir

Una de los efectos más perversos de la espiritualidad economicista tiene que ver con nuestras debilidades. Se trata de una cuestión sutil que nos penetra sin darnos cuenta y nos lleva a sentirnos mal con nosotros mismos porque nos avergonzamos de lo que entendemos como partes de nuestro ser que son débiles. Por ello las escondemos, las rechazamos o intentamos modificarlas para mejorarlas.



Este rechazo a una parte de nuestro ser se da porque el economicismo promueve la cultura del mérito. En ella, lo bueno que tenemos deriva de nuestro esfuerzo y es clave para nuestro éxito. Aquellos que no llegan, que son feos, que tienen defectos, que no alcanzan la excelencia, es porque no se lo merecen, porque no han hecho el esfuerzo debido.

Por ello debemos esforzarnos para moldear nuestro cuerpo y ser lo más perfectos posibles (hacer ejercicio, dieta, operarnos, todo son sacrificios que nos llevan a estar mejor). También hay que afanarse para mejorar nuestras carencias emocionales, realizar una introspección psicológica que nos permita superar nuestros miedos, ser fuertes, no tener carencias anímicas, encontrarnos bien con nosotros mismos. El mercado nos ofrece muchas posibilidades que podemos aprovechar para ocultar nuestras fragilidades e intentar cambiarlas.

hombre corriendo

Todo ello nos lleva a rechazar, esconder y avergonzarnos de nuestras flaquezas. Vivimos mal con ellas, no corresponde tenerlas en una sociedad en la que todo se puede conseguir realizando el esfuerzo pertinente. En lugar de quererlas, de mimarlas, de construir desde ellas, preferimos ocultarlas de la visión de los otros y actuar como si no existiesen, como si realmente fuésemos lo que parece que hay que ser.

Como vemos, todo muy alejado de un Dios que nos quiere como somos, que no solo acepta nuestras debilidades sino que las ama, que quiere que nos construyamos sobre ellas y que se hace fuerte, precisamente, en ellas. Mostrando aquello que es frágil en nosotros es donde el amor puede florecer con todo su esplendor. Es difícil amar a los perfectos. A ellos se les puede admirar, se les puede contentar, se les puede rendir pleitesía, se les puede dar lo que desean, pero es muy difícil unir nuestro corazón al suyo.

Solo en la debilidad, podemos ser fuertes, si la amamos y no nos avergonzamos de ella, si dejamos que Dios actúe en ella.