Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Aeropuerterapia


Compartir

Pasar una hora en la puerta de llegadas internacionales de los aeropuertos es una gran terapia para fortalecer nuestra fe en la humanidad. El domingo a mediodía me fui al aeropuerto a recibir a dos amigas de Perú a las que alojaba en mi casa. Su tardanza causó que estuviera dos horas en la puerta de llegada de los vuelos internacionales. Los domingos no son día para la impaciencia y además pronto la dinámica de las llegadas me absorbió.

A mi izquierda había un grupo familiar con una larga pancarta de bienvenida. Los niños competían con sus abuelos en nerviosismo. Otra chica tenía un cartón en el que había pintado un enorme corazón atravesado por ‘Te Amo’. Por todos lados había gente que saltaba de un pie a otro esperando a los suyos. Era la hora de los grandes viajes desde Latinoamérica y Asia. Más de un centenar de personas estábamos al otro lado de la pequeña barrera que dejaba un buen espacio para salir por la puerta 11 de la Terminal 4 de Madrid.

Gente de toda condición y edad no perdía de vista la puerta y en cada persona que salía buscábamos el rostro de nuestro pasajero esperado. De repente tres niños salen disparados pasando por debajo de la barrera y se lanzan contra su madre, que acababa de salir. Dos adolescentes les siguen y todos se funden en un abrazo con su madre, que no deja de besarles. Lloran. La verdad es que me emocioné. Los domingos son días en el que al corazón le dejas pastar suelto por la pradera, fuera del corral.

Barreras enterradas bajo abrazos

Se iban sucediendo los reencuentros. Algunos muy tranquilos: un pasajero distingue entre el gentío al suyo y simplemente se le mueve la comisura del labio con una sonrisa cómplice. Les sigo con la mirada y se funden en un enorme abrazo. Otros son mucho más expresivos, dejan caer las maletas y se rinden con los brazos abiertos. Quizás son muchos años sin verse, han pasado demasiadas cosas, han ido a enterrar a un padre o vienen a ver a un nuevo nieto nacido. 

Salen por fin los pasajeros de la gran familia con pancarta. Efectivamente, traen un niño recién adoptado. El niño se asusta con los gritos de alegría. Se acercan y sobre la barrera se alargan los brazos para acariciar y besar. La barrera queda enterrada bajo los abrazos. Eso debía pasarle a todo tipo de barreras y muros.

Una señora recorre la barrera de un lado a otro buscando a quien tenía que recibirle. Busca su nombre en algún cartel o en alguna cara. Nada. La segunda vez pasa llorando. Se nos encoge el corazón. Aparece de nuevo pero con un policía y le describe a alguien. Esta historia me quedó como un hilo suelto. ¿Habrá encontrado a quien le tenía que esperar?

¿Quién nos espera?

Me echo a pensar. ¿Quién nos espera a nosotros? ¿A quién esperamos? ¿A quién no le espera nadie? Y me vienen todas las personas sin hogar de la calle. ¿Quién espera a quien no tiene hogar? Debería existir el derecho a que alguien te espere. Deberíamos rebelarnos contra la resignación y decidir esperar, esperar de ellos, esperar mucho y esperarles sobre todo a cada uno de ellos. Ojalá hiciésemos de las calles de nuestras ciudades la puerta de llegada de un aeropuerto de los más largos viajes.

Una querida amiga mía hace terapias para perder el miedo a volar. Otra amiga mía tuvo que ir a terapia después de un accidente en la pista de aterrizaje. Pero también hay una terapia muy positiva aquí, cada día en las llegadas internacionales de los aeropuertos. Quizás si lo decimos en inglés tenga más éxito: Airportheraphy. Es barata y lo mueve todo. Te da ganas de volver pronto a casa y abrazar a todos como si acabaras de llegar tú también de un largo viaje. 

En el aeropuerto de las llegadas, quien esté triste, se emocionará con la alegría ajena. Quien sienta desesperanza, se encontrará con uno y otro y otro reencuentro tras años de muchas esperas. Quien padezca indiferencia, sentirá que quiere saber más de esa pareja o esos amigos que se han recibido y ahora se alejan con sus maletas. Quien no crea en el amor le llegará volando. O simplemente quien quiera darse un baño en la belleza de ser humano, que se pase una horita en el aeropuerto: sentirá que su alma levanta vuelo.