José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

A esto se le llama fe


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SÁBADO. A veces WhatsApp va por libre. A todos nos ha pasado. Sin buscarlo, me topo con una llamada tempranera desde Angola de la hermana Juana. Hija de la Virgen de los Dolores. Misionera de aúpa. Como todas. Su comunidad le ha pedido que baje el ritmo. Es grupo de riesgo. El coronavirus está lejos. Llegará. Y será uno de tantos males como campan por el continente africano. “En estos mundos se están muriendo todos los días gentes y casi nadie se preocupa”, me confiesa. Desánimo cero. “Dios sabe sacar bien del mal. Estamos con Él y Él sabe lo que nos conviene”. A esto se le llama fe.



DOMINGO. Misa desde Santa Marta. Curación del ciego. Francisco reflexiona sobre las reacciones que genera Jesús. Para el curado, está claro. Para otros, escándalo. Para muchos, indiferencia. Se remite a san Agustín: ‘Timeo Iesum transeuntem’. Temor a que el dolor de la pandemia se quede ahí. Que no haya lección aprendida. Que no haya cambio de vida. Que pase como si nada. Que no pase nada.

LUNES. En una de estas, me echan por provocador. Cuarentena sin filtros. Lo pienso y se lo consulto a un buen amigo. Para que me frene. “Tú tranquilo, que Dios nunca te va a echar de su corazón”. Si él lo dice, que tiene hilo directo como pocos, me quedo más tranquilo.

MARTES. Tiempo de fake news. O de medias verdades. O de escuchar una acusación y darla por cierta sin verificar. La sospecha se cierne sobre todas las residencias de mayores. Convertidas en presa fácil para la pandemia. Porque son hogares, no centros médicos. También las de titularidad eclesial. Nadie está dejando a los mayores a su suerte. Pero si escasean las medidas de protección en los hospitales, también en estas casas. Y el personal, contagiado. Pero la Iglesia no se va. Se queda. Solo evacúa a quienes están en riesgo. Y las monjas octogenarias y enfermas, lo son.

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