Es propio de una espiritualidad ‘jesu-cristiana’ circular entre los tabores actuales (“¡Qué bien se está aquí!”), los calvarios contemporáneos (“¡Dios mío, por qué me has abandonado!”) y el monte de las Bienaventuranzas (¡“Dichosos los pobres”!). Muchas de las nuevas espiritualidades, particularmente, las ocupadas en intentar residir siempre en el Tabor, tienen un alto riesgo de descuidar –y, a veces, despreciar– los otros dos montes referenciales: el de las Bienaventuranzas y el del Calvario