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“El Carmelo tiene mucho que aportar en África”

  • Un español, un togolés y un burkinés impulsan en Togo una de las últimas misiones de la congregación
  • Francisco Javier Abril, Victor Adzoguidi y Benjamin Ouedraogo hablan con Vida Nueva de su apostolado
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Carmelitas en Togo

A sus 56 años, el carmelita descalzo castellonense Francisco Javier Abril lleva tres décadas encarnado en África. Busca así plasmar la identidad eclesial que ya anheló para los suyos san Juan de la Cruz: el equilibrio entre la contemplación y la misión.



Como le explica a Vida Nueva, todo comenzó “el 1 de octubre de 1996, en la apertura del I Centenario de la muerte de santa Teresa del Niño Jesús. Recién ordenado sacerdote, con 26 años, fui enviado a este continente. Cuando estaba terminando mi formación en Roma, donde estudiaba Teología Bíblica en la Gregoriana, nuestro superior provincial pidió voluntarios para Dédougou, en Burkina Faso, y no dudé un instante en ofrecerme”.

Dos décadas en Burkina Faso

En tierras burkinesas pasó 21 años: “Primero, junto a otros hermanos españoles, mayores que yo, en los inicios de la misión en Dédougou. Después, ya me quedé yo solo entre los compañeros africanos. En ambas etapas, viví con intensidad las pequeñas cosas de cada día en la vida comunitaria y colaboré en la formación de nuestros jóvenes novicios y también en la pastoral en la pequeña ciudad y en los diversos poblados asignados”.

Hace ocho años, Abril fue llamado a otra misión. Seguía en África, pero el reto era si cabe aún mayor, pues fue trasladado a Togo, donde los carmelitas descalzos habían fundado su primera presencia poco antes, en 2011. Allí, habían puesto en marcha, en el barrio de Akodésséwa, en Lomé, una casa de formación para el postulantado de los futuros consagrados.

Carmelitas en Togo

Carmelitas en Togo

Estuvo otros seis años, hasta que, hace dos, le encargaron impulsar “una nueva comunidad en otra parte de la ciudad de Lomé, en el barrio de Kognito”. Allí, junto a otros dos hermanos (uno togolés y otro burkinés), “animamos la pastoral de una nueva parroquia en construcción. Estuvimos en una casa alquilada y, desde hace algunos meses, vivimos ya en nuestro pequeño convento de Apessito, que ha podido construirse gracias a la contribución de muchos cristianos de Castellón de la Plana, de comunidades de monjas carmelitas y de nuestros superiores mayores”.

El origen de su vocación

Como comenta con satisfacción, esta “segunda fundación” es todo un reto. Echando la vista atrás, siente que nació para entregarse y acompañar un Evangelio que nace y brota: “Mi vocación misionera tiene su origen y su motivación permanente en mi vida de cristiano. Desde ella me adentro en los misteriosos designios de Dios, para quien nada es producto del azar”.

Tratando de ver lo andado con perspectiva, a Abril le viene una imagen a la cabeza: “Son 30 años intensos de vivencias y de experiencias, pero los condenso en esta imagen que Teresa de Lisieux nos da de ella misma, con sus manos pequeñas y frágiles, pero vacías y abiertas, acogiendo de Jesús los pétalos de rosas de sus gracias, para poder distribuirlos a todos”.

En ese sentido, admite que, “para algunos (en África y en España), mi presencia y mi vida aquí, compartida con los demás, puede interpretarse como una pérdida de oportunidades e incluso como una locura. Yo la vivo desde mi deseo de responder a la llamada de Jesús a amarlo y hacerlo amar. Solo para compartir el tesoro que llevamos en vasijas de barro (cf. 2 Cor 4, 7) vale la pena vivir aquí, al servicio de los demás”. Y es que, como reivindica, “el Carmelo tiene mucho que aportar en África y en el mundo entero, porque, siguiendo el ejemplo de san Juan de la Cruz, estamos llamados a vivir la alegría de compartir, de amar y de servir”.

Centro de espiritualidad y parroquia

El togolés Victor Adzoguidi es uno de los dos compañeros de Abril en esta segunda fundación en su país. “Dedicada a santa Teresa del Niño Jesús”, valora “tiene dos vertientes: el centro de espiritualidad y la parroquia Santa Teresa de Ávila. Al no poder comenzar con el primero, que se retrasa por falta de medios, nuestra experiencia se centra más en la pastoral en nuestra cuasi-parroquia. Cuenta con unos 350 cristianos de todos los ámbitos. En todas nuestras acciones buscamos trabajar por una triple construcción: la del hombre (cada feligrés), la de la comunidad y la de las estructuras”.

Al carecer de “una preparación previa”, pero “dada la confianza del obispo en nosotros”, “nuestra primera preocupación fue cómo sentar las bases de una comunidad sólida y que nuestros fieles sean artífices de un mundo nuevo gracias a la espiritualidad carmelita. Ese es nuestro proyecto: hacer de estos cristianos seres nuevos a partir de nuestro testimonio como carmelitas”.

Carmelitas en Togo

Carmelitas en Togo

El tercer miembro del grupo es el burkinés Benjamin Ouedraogo. Tras hacer meses atrás sus votos perpetuos y ser ordenado diácono en su país, fue enviado a esta misión togolesa para realizar sus prácticas diaconales. “Una nueva comunidad, una nueva experiencia”, celebra. Pleno de ilusión, recuerda cómo empezó todo: “Llegué el lunes 1 de septiembre, a las cuatro de la madrugada. Los dos hermanos me recibieron con alegría y cercanía. Tras estos meses de estancia, estoy viviendo una hermosa experiencia en dos dimensiones, que se desarrolla entre la vida comunitaria y el apostolado”.

Vida de oración y fraternidad

En el convento, “el ejercicio de la vida de oración y fraternidad es el centro de nuestras preocupaciones cotidianas, en un compromiso innegociable. La soledad, la lectura de la Biblia, las obras de los padres de la Iglesia y de nuestros santos padres son para mí una ayuda en la contemplación y el anuncio de la Buena Nueva. Y nuestro entorno es propicio para cultivar esta vida interior. Como somos los primeros hermanos en estos lugares, nos dedicamos a la agricultura y a la ganadería, criando conejos, con el objetivo de ser autosuficientes. Procedente de una familia de agricultores, el ‘ora et labora’ de san Benito es mi arma de batalla para no perder de vista lo único esencial: la unión con Dios”.

En cuanto a la pastoral, “me entrego por completo a mis feligreses para hacer nacer a Cristo en los corazones. Comparto sus alegrías y sus penas; aunque la tarea parezca difícil, levanto los ojos hacia la montaña, esperando su respuesta. A veces hay heridas que me sumen en la confusión, pero, ante Cristo, lo descargo todo sobre él. Las luces recibidas durante la oración y las actividades pastorales abren aún más mi mente a la comprensión de la complementariedad entre ambas”.

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