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Tribuna

Navidad desde los márgenes

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La Navidad corre el riesgo de convertirse en un relato inocuo. Cada año se la reviste de luces, de música amable, de mensajes de paz cuidadosamente desactivados para que no cuestionen nada esencial. Se la presenta como una pausa emocional en medio del ruido del mundo, como un tiempo de buenos sentimientos que no exige cambios reales. Pero el Evangelio no conoce esa Navidad. El Dios que nace en Belén no entra en la historia para tranquilizar conciencias, sino para ponerlas en crisis. Y cuando la fe deja de incomodar, deja también de ser evangélica.



La Navidad cristiana no es una tradición entrañable: es una toma de partido. El Hijo de Dios no nace en el centro del poder religioso ni político, sino fuera, en la periferia, en la pobreza, en la intemperie. Y esa elección no es un detalle narrativo, sino una revelación. Dios se identifica con los últimos y, desde ahí, juzga la historia. Por eso el pesebre no es decorativo: es profundamente subversivo.

Isaías lo expresó con una contundencia que atraviesa los siglos y sigue siendo criterio de verdad: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, para proclamar la libertad a los cautivos, para anunciar un año de gracia del Señor” (Isaías 61, 1-3). No es un texto para acompañar la liturgia navideña con solemnidad. Es un programa de acción. Y también un examen de conciencia colectivo.

El Evangelio no comienza anunciando tranquilidad, sino justicia. No promete estabilidad, sino conversión. No bendice el orden establecido, sino que lo confronta desde la dignidad de los pobres. La doctrina social de la Iglesia lo ha recordado una y otra vez: la dignidad de la persona, el destino universal de los bienes, la primacía del trabajo sobre el capital, la opción preferencial por los pobres no son añadidos ideológicos, sino consecuencias directas de la Encarnación. Si Dios se ha hecho carne en un cuerpo pobre, no hay neutralidad posible frente a la pobreza.

Pobreza estructural

Hoy esa pobreza no es residual ni accidental. Es estructural. Tiene causas identificables y responsables concretos. Se expresa en la precariedad laboral que convierte el trabajo en una trampa, en la vivienda convertida en mercancía, en los sistemas de protección social debilitados, en la criminalización de la migración, en la soledad no deseada de los mayores, en la exclusión persistente de quienes ya no cuentan. La pobreza ya no sorprende: se gestiona, se administra, se normaliza. Y esa normalización es una forma de violencia.

Ante este panorama, la Navidad puede convertirse en una coartada moral: un tiempo de solidaridad puntual que no cuestiona las estructuras que generan exclusión. Se ayuda, se dona, se visita… y luego se vuelve a sostener un modelo que sigue expulsando. Pero el Evangelio de los pobres no acepta ese reduccionismo. No se limita a paliar consecuencias; exige transformar las causas. No se conforma con la compasión; reclama justicia.

Por eso es imprescindible visibilizar y escuchar a quienes viven una Navidad prolongada, incómoda, constante. Los voluntarios y voluntarias de Cáritas no aparecen solo cuando el frío aprieta o cuando las campañas lo facilitan. Están cuando la pobreza se enquista, cuando la exclusión se hereda, cuando las personas ya no esperan nada. Acompañan procesos largos, sostienen vidas frágiles, denuncian un sistema que convierte derechos en privilegios. Su experiencia cotidiana desmiente el discurso de la inevitabilidad: la pobreza no es destino, es construcción social.

De la Pastoral del Trabajo a la Pastoral Penitenciaria

Junto a ellos, los hombres y mujeres de la Pastoral del Trabajo mantienen viva una de las dimensiones más radicales de la fe cristiana. En un contexto donde se banaliza la precariedad y se glorifica el sacrificio individual, recuerdan que el trabajo es un derecho y un medio de realización personal, no una mercancía más. Su compromiso es profundamente evangélico y profundamente político en el mejor sentido del término: cuestiona un modelo económico que antepone el beneficio a la vida. El pesebre interpela directamente a los contratos basura, a los salarios indignos, a la inseguridad permanente. No hay Navidad mientras trabajar no permita vivir con dignidad.

Y están también los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria, que se acercan a una de las pobrezas más invisibilizadas y estigmatizadas. La cárcel es un espejo incómodo de nuestra sociedad: muestra hasta qué punto estamos dispuestos a excluir para no enfrentarnos a nuestras propias contradicciones. Allí, donde la sociedad se retira, ellos permanecen. Allí, donde el error parece borrar a la persona, ellos sostienen la dignidad. Su presencia es una denuncia silenciosa de una justicia que castiga más de lo que repara y de una comunidad que prefiere olvidar.

Todos estos hombres y mujeres no son una excepción heroica dentro de la Iglesia. Son su conciencia viva. Encarnan lo que la doctrina social proclama y lo que el Evangelio exige. Y, al hacerlo, nos interpelan. Porque su compromiso revela nuestras ausencias, nuestras comodidades, nuestra tentación permanente de una fe sin conflicto y sin consecuencias.

Cuento de Navidad. Ilustraciones

La Navidad no es neutral

La Navidad auténtica no es neutral. Toma partido por los pobres y, desde ahí, cuestiona al poder, al dinero y a las falsas seguridades. Es profundamente comunicativa porque desenmascara. Es peligrosa porque desinstala. Es buena noticia solo si es mala noticia para la injusticia.

El Niño que nace en Belén no viene a legitimar un mundo desigual, sino a anunciar que otro es posible. No viene a confirmar nuestras rutinas, sino a romperlas. Por eso la Navidad sigue siendo una amenaza para el orden injusto. Y por eso también sigue siendo una esperanza para los pobres.

Si la Navidad no nos obliga a revisar nuestras estructuras, nuestras prioridades y nuestros silencios; si no nos coloca sin excusas del lado de los últimos; si no nos compromete más allá del calendario, entonces no es la Navidad del Evangelio. Será tradición, será cultura, será folclore. Pero no será aquella que nació pobre para cambiar la historia.