Soy Ángela, madre de tres hijas, trabajadora social y voluntaria de la ONG Entreculturas en la delegación de Vigo. Si miro hacia atrás, descubro que esa necesidad de estar al lado de otras personas me acompaña desde muy joven. Ser voluntaria siempre fue, para mí, una manera de situarme en el mundo: una forma sincera de solidaridad y de compromiso con la sociedad. Con los años, he comprobado que el voluntariado no es solo una ayuda puntual, sino una fuerza que contribuye al cambio social, mejora la vida de las personas y promueve la justicia en el mundo.
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Mi recorrido empezó en la parroquia y en Cáritas, y desde hace siete años colaboro con Entreculturas. Fue mi familia quien me acercó a la organización, pero fue su misión (esas cinco causas justas que abarcan educación, equidad de género, justicia socioambiental, ciudadanía y participación y movilidad humana) la que me animó a sumarme a su voluntariado. La movilidad humana es la que más me atraviesa: me duelen las fronteras y me conmueve profundamente el sufrimiento de quienes se ven obligados a dejar su país y a separarse de su familia para poder vivir.
Espacios de ocio, tiempo libre y escucha
Movida por ese sentimiento, hoy acompaño un proyecto local con personas migrantes que buscan mejorar sus vidas en España, su país de acogida. Y es que, junto a ellas, estamos construyendo una comunidad de vida y solidaridad, creando espacios de ocio, tiempo libre y escucha que dan respuesta a necesidades y deseos que no están totalmente cubiertas.
El voluntariado también me llevó lejos. Participé en Experiencia Sur, el programa internacional de corta duración de Entreculturas, y viajé a Guatemala para conocer las escuelas rurales de Fe y Alegría, organización local con la que Entreculturas trabaja en el país. Allí descubrí la fuerza de la vida sencilla y la valentía cotidiana de tantas personas. Aquellos días fueron un ejercicio profundo de escucha y de mirada abierta. Entendí que lo que hacemos desde aquí tiene sentido porque está conectado con historias reales, con nombres concretos, con vidas que resisten. Esa experiencia aún hoy en día me recuerda por qué sigo comprometida.
En los últimos años, coordino la delegación de Entreculturas en Vigo, lo que me dio la oportunidad de vivir el voluntariado en todas sus dimensiones. Este rol me permite acompañar a jóvenes y personas adultas que, al igual que yo, sienten que el voluntariado es una forma de estar en el mundo. Juntas impulsamos la misión de la organización en la ciudad y cuidamos un espacio donde cada gesto suma.
Indignación ante las injusticias
A mis 61 años, me sigue moviendo la indignación ante las injusticias y no concibo mi vida sin este compromiso social. Desde el privilegio y la gratuidad de haber recibido tanto, siento que como ciudadana tengo la responsabilidad de contribuir a una sociedad en donde todas las personas tengan un lugar y unas oportunidades para desarrollar su vida con dignidad. Hoy más que nunca, ante este mundo polarizado, lleno de crisis y de conflictos, de discursos de odio, de rechazo al “diferente”, tenemos que alzar la voz por los que no pueden hacerlo y seguir defendiendo sus derechos.
Y es ahí donde el voluntariado te recuerda cada día esa urgencia, poniéndote frente a la realidad y no dejándote indiferente, transformando tu vida para que tú también puedas transformar la de otras personas. Todo, a la vez que te saca de la zona de confort, implicándote y complicándote…, pero de una forma hermosa, necesaria, que da sentido a tu vida. Para mí, el voluntariado es una forma profunda de vivir y un aprendizaje continuo y no me conformo: quiero seguir construyendo una sociedad de acogida, hospitalidad y encuentro junto a otras personas.
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Ángela García Martín es voluntaria responsable de la delegación de la ONG Entreculturas en Vigo.