Tribuna

Día Mundial del Voluntariado: no importa si el cambio es pequeño, sino que sea en la dirección adecuada

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Soy David, un ingeniero de energía que actualmente está formando parte del programa de voluntariado VOLPA, de la ONG Entreculturas. Escribo estas palabras desde un barco hasta arriba de hamacas (las camas de la selva) que atraviesa una gran parte del Amazonas. Salimos de Belém (Brasil) después de haber participado en la COP30 de (y supuestamente para) la Amazonía y tardaremos unos cinco días en llegar a Manaos, mi destino final por el momento. Durante esta experiencia de voluntariado de un año de duración, tengo el privilegio de formar parte del Equipo Itinerante, cuya razón de ser es defender la vida de la Amazonía.



Quizás os preguntaréis por qué me decidí a hacer un voluntariado de esta envergadura. La decisión de hacer esta aventura de la mano de Entreculturas (y no con otra institución) surgió, en parte, porque mi madre formó parte de Experiencia Sur en Piura (Perú). Pude ver en ella un cambio trascendental y humano que se debe, en gran parte, al objetivo por el que Entreculturas trabaja de manera sacrificada y comprometida: generar cambio desde las raíces, con la educación y apoyando experiencias profundas que transforman a los individuos. Ese tipo de cambio es muy subversivo y contracultural.

La formación, clave

Antes de contar cómo viví mi voluntariado, necesito compartir que la formación con Entreculturas fue un reto profundo, pero también una pieza clave que marcó todo lo que vino después. Y es que mi formación fue mucho más que una preparación: fue un viaje hacia dentro. Durante nueve meses recorrí un proceso que me removió, me retó y, sobre todo, me aclaró el sentido de lo que quería hacer. Lo más potente fue detenerme a escucharme y reconocer que había valores y convicciones que había ido dejando atrás. Ahí entendí que mi trabajo, aunque interesante, no me llenaba, porque no sentía que tuviera un impacto socioambiental positivo. Después llegaron otros aprendizajes sobre igualdad, justicia y participación y, finalmente, “El Encuentro”, un espacio que me ayudó a situarme y a conectar con la espiritualidad y el cuidado. Esa formación no solo me preparó: me recolocó y me confirmó por qué necesitaba dar este paso.

En los primeros meses de la formación previa, entendí una de las claves de mi proceso: no se trataba de lo que pudiera aportar durante este año, se trataba de generar un cambio en mí; reaprender a sentir, compartir, estar… Esa evolución personal, si es profunda, es una fuerza poderosa que genera transformaciones a mi alrededor. Estas se propagan de maneras sorprendentes, como dijo un personaje de esta historia que no he introducido todavía. VOLPA no se trata principalmente de un voluntariado de cooperación internacional (que también), sino de uno centrado en el acompañamiento desde la cercanía en contextos vulnerables. Para ilustrar esta idea, es útil mencionar que, hasta tres meses antes de comenzar la experiencia, no sabía dónde me mandarían: podría haber sido África, Centroamérica, Camboya… Tampoco sabía cuáles serían mis tareas de voluntario. Eso demuestra cómo en VOLPA el destino en sí no es lo más importante.

Voluntariado con Entreculturas

Por otra parte, ser voluntario para mí significa ser coherente con mis valores. En ese sentido, considero que soy un privilegiado y, por ende, siento una gran responsabilidad por hacer de este mundo un lugar más justo, donde todos tengan las mismas oportunidades que yo he tenido. No es importante si el cambio o el sacrificio son pequeños, mientras sea en la dirección adecuada. Cada uno ayudamos como mejor podemos, y esa solidaridad se contagia más rápido que el mal o el individualismo, aunque cueste creerlo si abrimos cualquier periódico últimamente.

Inculturarse

Dicho esto, hay un beneficio potente en sumergirse profundamente en una cultura completamente distinta, en un lugar remoto, en una realidad absolutamente diferente a cualquier cosa que he vivido antes. Todo esto durante un período largo, en donde la burbuja de confort tan solo se puede acariciar, en donde no es posible mirar hacia otro lado porque estás ahí en cuerpo y mente. Un cambio interno que está condicionado, básicamente, por la profundidad de ese sumergimiento. Un aspecto que trabajamos mucho en Entreculturas, buscando llegar hasta la raíz. Es justamente en ese sumergimiento donde cobra sentido el papel del Equipo Itinerante.

El Equipo Itinerante, que es la organización con la que Entreculturas trabaja en la Amazonía, y en la que colaboro, fue fundado por el padre jesuita Claudio Perani en 1998. Está formado por un grupo de religiosos y laicos, con un espíritu profundamente sinodal, que acompaña a comunidades amazónicas viviendo y trabajando junto a ellas. La mayor parte del equipo está compuesta por mujeres amazónicas. No es casualidad. Este es el sector más afectado por los desastres socioambientales, pero también encarna actualmente la lucha por los derechos humanos con una valentía sin igual.

El principal objetivo del Equipo Itinerante es simple: escuchar las voces amazónicas y, en ello, acompañar, compartir y, sobre todo, estar. Cada comunidad indígena, ribereña o campesina es una realidad totalmente distinta, consecuencia de una biodiversidad única en la Tierra, por lo que afrontar la labor con humildad y apertura es esencial. Por otra parte, el equipo actúa como una telaraña que conecta y une a distintas gentes e instituciones con el objetivo de fomentar proyectos sostenibles, sensibles a los pueblos amazónicos y al medioambiente.

Proyecto interinstitucional

Además de formar parte de estos procesos, también colaboro en un proyecto interinstitucional y familiar llamado Flora, en el que el equipo participa. En este proyecto trabajamos para abastecer con energía solar a varias comunidades indígenas Sateré-Mawé y ribereñas en Maués (Brasil), una zona limítrofe que divide a estas dos poblaciones y que está apenas a unas horas en barco de Manaos.

Más allá de llevar luz a estas dos regiones (algo revolucionario, ahora que Starlink llega a cualquier rincón), el proyecto Flora está empoderando a los habitantes de la zona. Genera vínculos entre poblaciones y fortalece su capacidad para rechazar ofertas ilegítimas de empresas mineras o madereras. Flora alcanza estos objetivos gracias a esa dimensión de presencia cercana que defendió Claudio Perani. Precisamente, este aspecto social, humano y de aprendizaje bidireccional del proyecto me hace sentir realizado como jamás lo había experimentado.

No quería concluir sin dejar una reflexión de Claudio Perani que define con belleza lo que significa ser voluntario: “Finalmente, quisiera enfatizar la importancia de dar libremente. Dado que representa una actitud no solo de compromiso, sin compensación, sino también sin objetivos ni motivos preestablecidos, muchos pueden considerarlo un acto hermoso, pero sin ninguna efectividad. Por el contrario, dar libremente también conlleva una efectividad particular. Se relaciona con el amor y la libertad, y puede fomentar energías insospechadas, capaces de crear nueva esperanza y nueva autonomía“.

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David Garrido es voluntario de VOLPA, de la ONG Entreculturas, en la Amazonía.