Luis Antonio Rodríguez Huertas
Militante del partido Por Un Mundo Más Justo y bachiller en Teología

Los/as irreductibles


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“Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre…”. Así comienzan los famosos cómics de Astérix y Obélix, de Goscinny y Uderzo.



Más allá de la referencia a unas historietas divertidas que parodian la época del imperio romano y las galias, me resulta muy inspirador el pensar que, aún en medio de dificultades de todo tipo, hay personas que resisten “inasequibles al desaliento” para defender lo que piensan justo, bueno y auténtico.

Claro que la primera dificultad con estos/as “irreductibles” aparece cuando entramos en lo que cada cual cree que debe defender “hasta el infinito y más allá”.

Porque nos encontramos con gente firmemente convencida de que sus postulados políticos, económicos, sociales o religiosos son buenos, aunque a otras personas esos mismos planteamientos les parezcan descabellados o, incluso, dañinos e injustos.

Estoy seguro de que así lo vive buena parte de la clase dirigente en cualquier nivel, tanto dentro como fuera de nuestro país. Las historiografías lo demuestran cuando retratan regímenes dictatoriales cuyos líderes actúan convencidos de que sus decisiones son “por el bien de la ciudadanía” o “por el bien de la patria”.
Quizá ya se te vienen nombres a la cabeza…

Protesta convocada por la organización juvenil Revuelta ante la sede nacional del PSOE

También están quienes se vuelven “irreductibles” por puro interés personal: quienes se aferran al sillón, que no dimiten –o lo hacen tarde–, y quienes anteponen su estatus, su economía o su poder a la salud de los gobiernos y de la sociedad.
Piensa de nuevo en nombres.

Ahora bien, existe otro tipo de personas irreductibles, que son las que especialmente merecen mi atención y, más todavía, mi admiración.

Son aquellas que perseveran en sus principios más allá de la repercusión que tengan o del fruto que lleguen a dar en la corta vida que vivimos; quienes siguen adelante a pesar del sufrimiento, los desengaños, las incomprensiones o las persecuciones; quienes defienden lo que otras califican de “causas imposibles”, de aventuras quijotescas o de esfuerzos condenados al fracaso. Y si se mueven en la esfera política –tan pragmática y utilitarista ella–, la dificultad se multiplica.

De una pasta especial

Estas personas, forjadas –decimos– de una “pasta especial”, y que desde una mirada creyente consideramos especialmente tocadas por la mano de Dios, son quienes mantienen más alto el nivel de humanidad de nuestro mundo. Y, por lo tanto, las más necesarias.

Son quienes gastan tiempo, energías y recursos en ponerse del lado de quienes son arrinconados o descartados; quienes buscan incansable y honestamente la verdad; quienes reconocen con humildad sus propias pobrezas y contradicciones; quienes no dejan de soñar y empujar para que “lo nuevo” que necesitamos algún día llegue a emerger.

Son, de alguna manera, los/as irreductibles del Adviento.

Quienes esperan contra toda esperanza.

Quienes trabajan con denuedo no por sí mismos/as, sino por el resto (…de Israel).

Quienes aman cada cosa que hacen, y cada cosa que hacen se convierte en un acto de amor, de construcción del Reino.

Sí: pienso en alguien en concreto, a quien conozco.

Podría poner aquí el nombre, pero entonces dejaría fuera a tantos/as otros/as irreductibles que también forman parte de mi vida –y quienes forman parte de la tuya–.

Los buenos

Afortunado yo, afortunado/a tú, si tenemos cerca a algunas de estas personas “buenamente irreductibles”.

Arrimémonos a ellas, para que se nos peguen muchas de sus “cosas”.

Y no dejemos de apoyarlas, confortarlas y animarlas cuando la tentación de tirar la toalla se les asome.

Porque son irreductibles, sí… pero humanas al fin y al cabo, y también necesitadas de sentirse acompañadas.

Tengo la intuición de que otro gallo nos cantaría si, en política, hubiese más de estos/as irreductibles.

Piensa en nombres (y quizá puedas reenviarles este post…).

Feliz Adviento.