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Editorial

La ecología integral no es un aliño

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La cumbre climática convocada por Naciones Unidas bajo las siglas COP30 –celebrada en Belém, en plena Amazonía brasileña– se cerró el sábado 22 de noviembre, tras dos semanas de trabajo, con un documento final que vuelve a poner de manifiesto la falta de compromiso de los líderes mundiales para plantar cara al cambio climático. De hecho, ha sido imposible llegar a un acuerdo de mínimos sobre los combustibles fósiles, principal fuente del calentamiento global. A ello se une la pujanza de las corrientes negacionistas, que abandera un ausente Estados Unidos, y la complicidad silenciosa de China, entre otros.



Tal falta de concreción en la COP30 vuelve a dar alas a quienes critican estos foros por considerarlos inútiles, a la vista de la ausencia de acuerdos vinculantes que permitan frenar el castigo al que se está sometiendo el planeta, habiendo sobrepasado ya un punto de no retorno que sufrirán las generaciones venideras. Encerrarse en esta espiral de impotencia ante una ineficacia relativa es una trampa de la que hay que escapar.

Protestas indígenas durante la cumbre climática convocada por Naciones Unidas bajo las siglas

La inacción, tanto de los poderes políticos como económicos, contrasta con una sociedad civil cada vez más activa a la hora de ser voz de denuncia que exige de unos y otros un giro para salvar la tierra y a quienes la habitan. Así lo visibilizan los foros paralelos organizados estas semanas en Belém, además de las protestas abanderadas por los indígenas amazónicos. Pero, sobre todo, esa presión se ejerce en el día a día, en el compromiso cotidiano de quienes son capaces de dar un paso al frente para defender los derechos más básicos de cuantos ven cómo se está desmantelando el hábitat en el que viven.

Prioridad en las agendas pastorales

Es el caso de Ana María Palomino. Esta religiosa ‘laurita’, nueva vicepresidenta de la REPAM (Red Eclesial Panamazónica), comparte en ‘Vida Nueva’ cómo se está jugando la vida en favor de los pueblos originarios. Su entrega es la de una Iglesia que hace suyo el grito de Laudato si’, no como un aliño prescindible, sino que radica en el encargo hecho por Dios creador en el Génesis y ratificado a lo largo de la historia, entre otros, por Francisco de Asís y tantos mártires recientes que han defendido la dignidad de los desahuciados por los depredadores climáticos.

En plena celebración de los 1.700 años de Nicea, encarnar el credo común de los cristianos pasa por asumir como desafío compartido la apuesta por una ecología integral de lo cotidiano, que urge situar como prioridad en las agendas pastorales. Ya sea poniendo freno a un consumo exacerbado o redoblando el sentido crítico a través de movilizaciones ciudadanas de mujeres y hombres de fe que abanderen el cuidado y la protección de la Casa común.

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