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Luis Antonio Rodríguez Huertas
Militante del partido Por Un Mundo Más Justo y bachiller en Teología

El fracaso de salir de la cárcel


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Hace años escuché que las cárceles representan el fracaso de la humanidad, o de la sociedad. Y realmente así lo creo. Lo que no pensaba es que algún día iba a afirmar que, lo que realmente representa un fracaso… es salir de la cárcel. Me explico.



Fracaso personal y colectivo

Llevo tiempo visitando y acompañando a personas internas en el Centro Penitenciario de Granada. Además, participo en el Equipo de Trabajo sobre “prisiones” –como poco “llamativo” en función de las habituales prioridades partidistas– de nuestra formación política.

Y, con todo ello, identifico con claridad que, por un lado, la privación de libertad es un fracaso para el individuo y sus historias de vida, para sus familias, para sus contextos educativos y sociales, para las instituciones y, cómo no, para las víctimas por los daños sufridos de una u otra manera.

Por otro, dicho fracaso va unido al fracaso de un montante enorme de instituciones, mecanismos y procesos sociales.

Así se constata cuando uno conoce de primera mano las historias: se llega a prisión por una concatenación de errores derivados de la ausencia de procesos de prevención, maduración, autocontrol, capacidad de elección, integración, etc., además, cómo no, de malas praxis, malas influencias, asunción de valores que perjudican, situaciones y motivaciones socioeconómicas desvirtuadas, etc.

El “fracaso” de salir

Pero, siendo así, lo que se espera de cualquier sistema penitenciario moderno –y así lo refleja nuestra Constitución y nuestra Ley Orgánica General Penitenciaria (LO 1/1979)– es la reeducación y la reinserción social de las personas condenadas; incluso, se establece la obligación de desarrollar un tratamiento individualizado con ese fin.

Es decir, una vez que se resuelve que una persona ha fracasado por todos los motivos anteriores expuestos –algunos más evidentes y otros más explícitos–, la sociedad ha de poner el énfasis en la recuperación de estas para que vuelvan a incorporarse plenamente, sanadas, corregidas y preparadas para contribuir al desarrollo de aquella. Sin embargo, al menos 1 de cada 5 personas que ha estado en prisión en nuestro país… vuelve a entrar.

Carcelaria Nota

Además, en las tasas de reincidencia, los números más altos y con mucha diferencia, los ocupan los delitos relacionados con la droga o con el robo que, en una gran parte de casos, está asociado a sectores de población donde las fracturas sociales están más acentuadas –exclusión, pobreza, marginalidad… en sus múltiples manifestaciones–.

La conclusión es muy clara: si las personas que han cometido delitos salen en condiciones personales y sociales similares a las que entraron… es muy posible que vuelvan a cometerlos.

Quienes nos movemos en este mundo contamos por muchos los casos de personas que, tras cumplir la pena y, lo peor, salir con ganas de labrarse un futuro diferente y prometedor, en poco tiempo vuelven a la cárcel.

Frente a las carencias

Cierto que hay programas para la reparación, formación, reinserción… pero, a todas luces, insuficientes. Además, los recursos públicos suelen pecar de descoordinación administrativa. Y, los que son privados e intentan suplir esas carencias, también se quedan cortos en su atención. Así, una persona que retoma su libertad, muy a menudo lo hace sin un empleo estable, sin una vivienda digna, sin redes de apoyo… Piensa tú, entonces, qué futuro le queda.

Obviamente, no tengo yo las soluciones para evitar ese “abocamiento” al fracaso de quienes salen de prisión. Pero, para no quedarme en la crítica fácil, mi experiencia me dice que, además de contar con mayores recursos preventivos, terapéuticos, psicológicos y restaurativos, a un número importante de internos con el perfil más arriba descrito les ayudaría mucho mejorar la oferta de formación profesional-ciclos formativos.

Esa es la mejor “puerta de salida”. Lo que no pudieron conseguir antes de entrar -sacarse un título adecuado a sus expectativas laborales- hacerlo durante su estancia en prisión.

Conozco a más de uno/a que con gusto dedicaría gran parte de la estancia en sus “chabolos” –como llaman a las celdas– a formarse para un trabajo profesional… y así, no fracasar también al salir de la cárcel.