Tribuna

Diccionario para una Transición

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Soy hijo de la Transición. Cuando era niño, me desperté con la radio emitiendo música clásica: había muerto Franco. No entendía mucho lo que sucedía, solo que ese día no teníamos que ir a clase. Ya en la adolescencia surgían un montón de cosas que indicaban que algo importante se estaba moviendo y, como en una película, las imágenes se me quedaban grabadas.



Aquellas fiestas del PCE a la altura del Casino de Torrelodones con gente cantando himnos y multitud de banderas rojas. Las primeras peleas en “el campillo” entre los que se autodenominaban guerrilleros de Cristo Rey y los adeptos de un crisol de partidos de izquierdas. Don José María, que nos hablaba de la UGT y de por qué las “lecheras” a veces nos esperaban a la puerta del colegio. Creciendo, fue la música la que nos llenaba de ese aire nuevo que soplaba: cantautores como Silvio, Serrat, Aute, o grupos como Quilapayún.

Un tiempo trepidante

Luego fue “la Movida” la que ya nos dio un pasaporte a algo que se llamaba democracia y que recogía expresiones artísticas, búsquedas de identidad, excursiones al abismo, lenguajes sociales y políticos. Cuando cursé las carreras de Derecho y Teología, tuve la oportunidad de conocer personalmente a algunos de los artífices políticos de estos cambios: Gregorio Peces-Barba, Iñigo Cavero, Santiago Carrillo, Fraga Iribarne, Fernández-Miranda, Javier Rupérez, Herrero de Miñón, Paca Sauquillo… Sin duda, fue un tiempo trepidante, lleno de matices y de vida.

La Pasionaria 1

Y en ese período hubo algunas concepciones que llenaron de significados esa travesía. Estas son algunas de ellas:

  • Miedo: tenemos la imagen de que el miedo es algo negativo. El miedo, sin embargo, es una emoción de supervivencia que nos alerta de amenazas y nos ayuda a protegernos. En ese sentido, el miedo a repetir errores de un pasado reciente fue un estímulo para la comprensión, el diálogo y el entendimiento. Si bien es cierto que también pudo cerrar ciertas heridas en falso y sin entrar a fondo en algunos temas.
  • Altura de miras: tanto en la política como en la sociedad, había una sed manifiesta de abrir un período nuevo. No era nada fácil, pero hay que reconocer una altura de miras en el conjunto de los poderes públicos, a pesar de las resistencias, y una sociedad (incluida la Iglesia también como actor principal) que acompañó con una madurez ejemplar los diferentes procesos. La capacidad para ceder, para comprender al que pensaba diferente, para dialogar, fue algo que debería quedar como lugar político.
  • Pasar página: como antes señalábamos, hubo temas ante los que se prefirió pasar página, posiblemente por hacer una Transición pacífica, aunque se dejaran asignaturas pendientes: territorialidad, reconciliación histórica, armonización social. La Constitución de 1978 fue, sin duda, uno de los mejores instrumentos para poder desarrollar todo esto y también los siguientes epígrafes de nuestro diccionario.
  • Crear espacios comunes: fue un tiempo donde se crearon espacios para el encuentro, algunos formales y otros informales. Todos fueron necesarios para poder avanzar como sociedad y como país. Sigue siendo muy necesario cuidar y, si procede, crear dichos espacios.
  • Tejer sentimientos democráticos: hoy podemos decir que los sentimientos democráticos han ido calando en una sociedad plenamente consciente de esos valores. Han sido años los que han ido modelando un perfil que nos asemeja a cualquier democracia madura de nuestro entorno. Sí es cierto que no podemos perder de vista los valores que alimentan esos cimientos (hoy particularmente amenazados por la polarización, la falta de conocimiento y reconocimiento histórico y la necesaria humildad, escucha y diálogo) y que tienen más que ver con el constructo ético y moral que los sostiene; por cierto, muy inspirado en el humanismo cristiano.

*Santos Urías es sacerdote de la Archidiócesis de Madrid.