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Tribuna

Crónica de un futuro en construcción: así contó Vida Nueva la muerte de Franco

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El 20 de noviembre de 1975, España amaneció con una frase que marcaría a más de una generación: “Españoles, Franco ha muerto”. La pronunció un emocionado Carlos Arias Navarro, entonces presidente del Gobierno, en una emisión televisiva escuchada por millones de ciudadanos. Se cerraban treinta y seis años de dictadura y se abría una etapa incierta que nadie sabía aún cómo denominar. Era demasiado prematuro saber si la muerte de Francisco Franco no solo pondría fin a un régimen fundado en el ejército, la Falange y la Iglesia católica, sino que también inauguraría el desafío de aprender a vivir en libertad y de imaginar una España distinta.



La revista ‘Vida Nueva’ no anunciaría el fallecimiento de Franco hasta el 29 de noviembre (n.º 1006), dado que la edición anterior, del 22 de noviembre (n.º 1005), ya se encontraba cerrada. Esto permitió al semanario disponer de más tiempo para digerir no solo la muerte del dictador, sino también el primer discurso de Juan Carlos I, pronunciado dos días después en el acto de su coronación.

Dos mujeres de distintas generaciones observan en una tableta la noticia de la muerte de Franco

Dos mujeres de distintas generaciones observan en una tableta la noticia de la muerte de Franco recogida por ‘Vida Nueva’

Además de tres páginas de editorial dedicadas al acontecimiento, la sección ‘Iglesia de España’ ofrecía una crónica de aquellos días, centrada en su impacto eclesial, e incluía extractos de dieciséis discursos de distintos obispos españoles. Más adelante, la revista publicaba un amplio reportaje titulado “Franco y la Iglesia, Franco y la fe”, que reunía cincuenta textos de historiadores, prelados y del propio Franco, con el propósito de que los lectores pudieran formarse su propio juicio sobre la trayectoria del dictador.

Detallada cronología

La última sección, ‘La Semana en España’, ofrecía una cronología detallada: desde las 5:07 horas del jueves 20 de noviembre, cuando la radio francesa difundió el despacho urgente anunciando el fallecimiento, hasta las 14:11 del domingo 23, momento en el que tuvo lugar el entierro.

La revista mostraba la conmoción de una parte importante de los españoles que se habían manifestado en la calle y que habían esperado en largas colas para llorar la muerte del jefe de Estado. No obstante, el editorial también recordaba a aquellos que no habían salido por la televisión y que, en aquellos momentos, “coincidían en el respeto, pero no en el aplauso, o cuando menos, no en la universalidad de ese aplauso”.

Discursos episcopales

En sus discursos, algunos prelados manifestaron un profundo dolor por la pérdida del generalísimo. Fue el caso de José Guerra Campos, quien afirmó que Franco había vivido y muerto “como hijo fiel de la Iglesia”, expresando el deseo de quienes querían que el dictador “pudiese continuar indefinidamente como conductor de España”. Sin embargo, otros obispos no titubearon en subrayar las nuevas posibilidades que se abrían. José Antonio Infantes Florido destacó que era “hora de poner a prueba la madurez del pueblo español”; Gabino Díaz Merchán señaló que la desaparición de Franco introducía a los españoles en un “período histórico de singular responsabilidad”; y Vicente y Enrique Tarancón precisó que no era el momento de emitir un juicio histórico, ni era “función de la Iglesia el formularlos”.

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Para el editorial de ‘Vida Nueva’, Franco “ni fue el genio de los genios, ni el monstruo de los monstruos; fue un gobernante con su cara y su cruz, con sus muchos logros positivos y con sus largos déficits políticos”. La revista sostenía que sería la historia la que valorara el servicio de Franco a su país, a través de su “honesta sinceridad”, “las cotas de progreso material”, “la estabilidad del orden público”, “la integridad personal de su vida privada”, o “la moderación que supo dar en muchos casos a su autoritarismo”.

Sin embargo, ‘Vida Nueva’ también advertía que sería la historia la encargada de juzgar su responsabilidad ante “el dramático aislamiento” de España, “la atonía política” de la nación, “la mediocridad intelectual y artística de las últimas generaciones”, “las distancias entre ricos y pobres” y el “precio de la libertad” pagado por los ciudadanos. En definitiva, la historia tendría la labor de preguntarse “cuántas gavillas de verdadero y limpio trigo fueron arrancadas al mismo tiempo que la cizaña”, medirá hasta qué punto “la espada fue necesaria”, y pedirá cuentas “por las horas de la guerra y de la paz”.

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