Mística secular en las nuevas generaciones
Una joven de 33 años canta: “Quién pudiera venir de esta tierra/Y entrar en el cielo y volver a la tierra/ Que, entre la tierra, la tierra y el cielo/ nunca hubiera suelo”. Parece que ella toca una grieta por donde puede entrar una luz que integra sus pulsiones más terrenales y sus deseos más trascendentes. En su último álbum (‘Lux’, 2025), Rosalía se convierte —quizás de manera inconsciente— en un símbolo de esta época y en una ventana hacia las preguntas fundamentales sobre lo sagrado, la fe y el anhelo profundo de las nuevas generaciones.
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El “retorno” de lo religioso en la generación Z
Durante las últimas semanas, se ha debatido intensamente sobre un supuesto retorno de lo religioso entre los jóvenes de la generación Z (los que tienen entre 12 y 27 años). Parece que ha quedado atrás la aversión a los símbolos religiosos y la creencia de que la religión solo representa un instrumento de poder político.
Del mismo modo, se cuestiona la idea de que el futuro del cristianismo radica únicamente en colaborar con una ética universal y trascender lo institucional. Esta generación llega con menos prejuicios y nuevas luchas, desconcertando a quienes vivieron su juventud en otro contexto social y eclesial.
Surgen preguntas: ¿Ese acercamiento es por el efecto Francisco, como sostienen los más eclesiocéntricos y esperanzados? ¿Está relacionado con el giro hacia la derecha en la política internacional? ¿Se trata de una reacción ante la conciencia de la fragilidad, que lleva a los jóvenes a buscar certezas religiosas y un sentido firme? ¿O responde a una nostalgia de identidad cultural cristiana en Europa ante el avance del islam?
No existe una respuesta clara, ya que “el joven” no constituye una identidad homogénea y estática. Probablemente, confluyan múltiples factores, en un mismo fenómeno: la diáspora del escepticismo racional y el retorno al deseo místico.
Rosalía, mujer cántaro
Cuenta un antiguo relato del cristianismo primitivo que un día Jesús se encontró con una mujer en la periferia y ambos hablaron de su sed; el maestro tenía esa sed humana que tienen los pobres que caminan y trabajan bajo el sol. Ella, una sed más profunda y que hasta ese momento había saciado en un pozo simbólico que reflejaba una religiosidad heterodoxa y transgresora. El encuentro con ‘el profeta’ sació su deseo y ella se convirtió en torrente, en mujer cántaro que se llenó del agua que mana y corre “aunque es de noche”.
El fin de semana, ‘El País Semanal’ publicó una entrevista que le concedió Rosalía, donde devela parte del enigma que había generado una serie de especulaciones sobre su búsqueda religiosa: “Me atrae la idea de la posreligión, de que puede haber una forma más inclusiva y abierta de entender la fe y la espiritualidad”.
Luego dará una clave de interpretación muy significativa y que los más religiosos podemos conectar con la experiencia pascual que celebramos la noche santa: “Pienso que para explicar la luz probablemente deba haber oscuridad…creo que soy capaz de empatizar con el otro con la luz y la oscuridad”.
Después, la catalana explica los cuatro momentos de su disco: el primero es partida/salida, luego la gravedad (hacerse amigo del mundo), el tercero la gracia (hacerse amigo de Dios) y el cuarto, el volver a casa. En su experiencia y con su lenguaje “posreligioso” explica un itinerario místico que aúna oscuridad y luz, dolor y placer, vacío y sentido.
El ahora de Dios quiere ser místico
La mística tiene siempre algo de transgresor, subversivo, marginal y tradicionalmente femenino. Trasgresor como la samaritana que hablaba con el judío varón. Subversivo como la voz de las mujeres del alba que salieron de noche a ungir al crucificado. Periférico en una Iglesia de teólogos escolásticos como fue la voz de Matilde de Magdeburgo y su luz que fluye de la divinidad, la de Juliana de Norwich y su idea de transformar todo en bien, o de Gertrudis de Helfta y su amor a Dios y a los pobres; Teresa de Jesús y su llamado a la oración mental, la mexicana Concepción Cabrera y su coparticipación del sacrificio eucarístico, o Simone Weil y su obstinación por no bautizarse para estar en la periferia.
Rosalía, durante la presentación de ‘Lux’
La mística ha rescatado a la Iglesia de la fría especulación de algunos teólogos medievales, le ha dado la fuerza para resistir en las diversas olas de secularización y persecución y le ha enseñado a tener los ojos abiertos y estar de rodillas ante Dios y el sufrimiento humano. La mística es integradora y evita la pretensión de conceptualizar a Dios en ideas fijas y estereotipadas; ideas que decantan en visiones dialécticas del ser humano y en banalidades ideológicas que polarizan al creyente.
Este es quizá el gran aporte de la mística que atrae a las nuevas generaciones: ya no es la contraposición entre religión y espiritualidad, entre contemplación y acción, entre cielo y tierra, entre opción por Dios y opción por los pobres.
Rosalía, en Los 40 Music Awards
En Europa vivimos en una sociedad cansada de producir con eficiencia y consumir con opulencia. Byung-Chul Han, en ‘Sobre Dios’ (2025), advierte que “el alma se pierde en un torrente incesante de información y comunicación, lo que impide construir una arquitectura estable y provoca una desconexión con el mundo, desembocando en una profunda depresión”. Hoy hay una fuerte necesidad de conexión y de integración en un mundo sobreinformado, polarizado y desigual.
Habitamos en nuestras creencias
Ya lo dijo José Ortega y Gasset: “Las certezas se tienen, en las creencias se está”. Es tiempo de diálogo y salida misionera hacia las nuevas generaciones y con ellas. Es tiempo de apertura a la novedad de Dios en ellos. Los jóvenes no están buscando la religión, están buscando algo que les llene su sed de lo sagrado.
No nos confundamos, no van a venir a buscar las recetas antiguas. Este nuevo panorama no desdice la impostergable reforma misionera, la enmarca. Lo que hacíamos ya no funciona del todo, no es tiempo de triunfalismos ni de nostalgias.
Quizá hoy, como en la caída de las certezas del imperio y el paso al mundo medieval, “estamos en el tiempo de la aurora, donde se mezclan la oscuridad y la claridad”, diría Gregorio Magno. Esta época, como la de ayer, sigue siendo intervalo entre el ‘ya’ y el ‘todavía no’ del Reino.