El pueblo de Dios es una expresión bíblica que se refiere tanto al pueblo judío, el Israel del Antiguo Testamento que formó una alianza con Yahvé. El “pueblo de Dios”, en el Nuevo Testamento es el nuevo Israel, todos los creyentes judíos y gentiles convertidos a Cristo. Por ende todos somos llamados por Dios a una misión en comunidad, no estamos solos, siempre estaremos llamados a vivir en comunidad.
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Según, el concilio Vaticano II, somos todos “pueblo de Dios”, todos los bautizados, tanto laicos como clérigos, somos iguales en dignidad y estamos llamados a la santidad, y que todos tenemos la misión de participar en las funciones de Cristo como sacerdotes, profetas y reyes –santificar, enseñar y gobernar–, estableciendo, así, la igualdad de todos por medio de la dignidad bautismal como criterio estructurante para la configuración de la identidad de todos los sujetos eclesiales.
“Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hb 5,1-5), de su nuevo pueblo «hizo… un reino y sacerdotes para Dios, su Padre» (Ap 1,6; cf. 5,9-10). Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (cf. 1 P 2,4-10)” (Lumen Gentium N 10).
El plan de Dios en la historia de todos los hombres
Debemos citar una frase que decimos a diario: “Dios escribe derecho en rebglones torcidos” y nosotros somos los reglones torcidos dónde Dios escribe, un poco parecido a lo que ha explicado Yves Congar: “el plan total de Dios no se agota en el principio jerárquico, sino que supone el complemento y la reciprocidad de un régimen comunitario, dependiendo de ambos la plenitud final. Lo que viene primero es el Pueblo de Dios”.
Esto permite leer la historia de la humanidad, desde un giro hermenéutico desde la eclesiología de Pueblo de Dios que supone una nueva comprensión del modo en que se configuran las identidades de los sujetos eclesiales, porque convergemos todos, es la cercanía al pueblo de Dios por parte de sus pastores.
¿Qué significa que Dios “nos llame”?
Esto significa que somos uno de esos a quienes Dios preparó para la misericordia; también significa que nuestras identidades nacionales no son lo más importante que Dios pudiera considerar sobre nosotros. Cuando nos salvamos, independientemente de nuestra herencia, nos convertimos en el pueblo de Dios.
El señor nos forma como pueblo de Dios, porque somos vasijas en manos del alfarero
Pueblo de Israel, ¿acaso no puedo hacer con ustedes lo mismo que hace este alfarero con el barro?, afirma el Señor: “Ustedes, pueblo de Israel, son en mis manos como el barro en las manos del alfarero” (Jeremías 18, 6). Así como el alfarero moldea el barro, Dios moldea nuestras vidas de acuerdo con su propósito. Igualmente, la paciencia de Dios, su sabiduría y capacidad de restaurar lo que está quebrado. Pensemos un momento, en las veces que estamos quebrados, lastimados, rotos por dentro y Dios quiere hacernos de nuevo, nos levanta en la vida las veces que caemos que pensamos que no tenemos salida en la vida. Dios siempre está en cada uno de nosotros para animarnos y levantarnos.
¿Cómo actúa Dios en cada uno de nosotros?
El profeta Jeremías sabe que Dios conoce los deseos más profundos del corazón: “Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino los pensamientos, para darle a cada uno según sus acciones y según el fruto de sus obras” (Jeremías 17, 10) “Dios conoce los deseos profundos del corazón” (salmo 20, 4), porque conoce nuestra historia, el mismo libro de la vida que pasa ante nuestros ojos y si le añadimos la gran complejidad del cuerpo humano (los huesos, las venas, los órganos internos, etc.), nuestro asombro debe ser aún mayor. ¡Somos creación admirable definitivamente!
Dios nos examina por dentro
“Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno” (Salmo 139, 19-24). Señor, tú me examinas, tú me conoces. Por eso, Dios corrige nuestras fallas y nos restaura para cumplir su plan perfecto. Inspirar a las personas a someterse al proceso divino de transformación y confiar plenamente en el cuidado del creador. Dios es el alfarero que moldea nuestras vidas. Aunque el vaso esté quebrado, él no se rinde, sino que trabaja para restaurarnos y transformarnos en instrumentos de su propósito eterno.
El pecado nos rompe por dentro y con Dios
El pecado y nuestras malas decisiones nos alejan de Dios, lo que puede hacernos sentir inútiles y sin valor. Pero, así como el alfarero no desecha la vasija quebrada, Dios no se rinde con nosotros, incluso cuando fallamos. Dios siempre tiene el control de nuestras vidas. Él trabaja en nuestro corazón para transformarnos, convirtiéndonos en instrumentos de su gloria. Él nos da una nueva oportunidad y nos hace útiles para su propósito.
¿Aceptamos a Jesucristo como nuestro salvador?
Quien acepta a Jesucristo como Salvador y Señor, se convierte en una parte del pueblo de Dios. La relación no viene a través de la asistencia a la Iglesia o de las buenas obras. Es una decisión deliberada de seguir solo a Dios.
¿Por qué es importante el sacerdocio ministerial?
“El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo a Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante” (Lumen Gentium N. 10).
En fin, todos somos una comunidad elegida por Dios con propósitos específicos, en diferentes momentos de nuestra historia desde el Antiguo Testamento, en la voz de los profetas, en el Nuevo Testamento en la voz de Jesús, quién llamo a sus discípulos a configurarse con Él, al mismo tiempo el “Nuevo Israel” que somos todos los bautizados creyentes hasta el día de hoy, ya sea para ser continuadores de la obra de Jesús en la tierra, el reino de Dios sigue propagándose, gracias al ejemplo de muchos cristianos católicos que se apropian y empoderan para llevar la salvación hasta los confines del mundo.
