El aumento de la esperanza de vida es uno de los grandes signos del “cambio de época” que estamos viviendo. Para algunos, supone una “emergencia que gestionar”, un peso para la sociedad. Para la Iglesia, sin embargo, la longevidad es un “don de Dios” que exige “respuestas pastorales adecuadas”, capaces de poner en valor el papel de los mayores. Con estas palabras abrió el cardenal Kevin Joseph Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, el II Congreso Internacional de Pastoral de los Mayores, celebrado este 2 de octubre en la Curia de los Jesuitas.
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Farrell recordó que hace cinco años, en el primer congreso titulado La riqueza de los años, la Iglesia supo dar una respuesta concreta a “una necesidad real y creciente”: el desarrollo de una pastoral específica para la tercera edad. Y subrayó que el trabajo de quienes acompañan día a día a los mayores es “esencial”, porque solo “tocando con la mano” sus alegrías, esperanzas y también sus dificultades, puede nacer una pastoral “enraizada en la escucha” y no en iniciativas “caídas desde arriba”.
El magisterio de los papas
El purpurado hizo memoria de la atención constante de la Iglesia hacia los mayores. Desde las catequesis de Francisco sobre la vejez y la creación de la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, hasta la “emotiva” Carta a los ancianos de san Juan Pablo II en 1999 o la visita de Benedicto XVI a la casa Viva gli Anziani en 2012, donde dejó una frase que sigue siendo actual: “La calidad de una sociedad se juzga también por cómo trata a sus ancianos. Quien hace espacio a los mayores, hace espacio a la vida”.
Asimismo, hizo memoria de las palabras del Concilio Vaticano II al reconocer la corresponsabilidad de todos los bautizados en la misión, y así lo reiteró el Papa Francisco en el primer congreso: “Los ancianos son el futuro de la Iglesia, no solo su pasado: su experiencia, su fe arraigada y su sabiduría son un tesoro incalculable para todo el Pueblo de Dios en camino”.
Farrell concluyó recordando que la jubilación no es hoy sinónimo de inactividad, sino de nuevas pasiones, compromisos y disponibilidad. Por eso pidió una pastoral que acompañe y potencie esas energías, no con “recetas prefabricadas”, sino con caminos compartidos, “en espíritu auténticamente sinodal”.

