Una consulta convertida en oración
Hace poco me hicieron una consulta que me dejó pensando. Alguien me preguntaba por qué en algunos espacios donde debería respirarse fraternidad, servicio y libertad, lo que se encuentra es todo lo contrario: gente aferrada al poder, incapaz de dejar paso, con miedo a que otros brillen más que ellos. Esa pregunta me removió, porque no es un caso aislado. Es una realidad que se repite en empresas, instituciones, comunidades, fraternidades, y que, si no se afronta, puede llegar a apagar la ilusión de muchos.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Confieso que lo que escribo ahora nace a modo de oración y de desahogo, ante el sufrimiento de tantos que me lo han confiado, y también de quienes lo viven de cerca. Son heridas que duelen, porque se experimentan en lugares donde deberíamos sentirnos acogidos y sostenidos. Y, sin embargo, la envidia, el miedo y el ego a veces pesan más que la misión, más que el amor, más que la verdad.
Estas líneas no pretenden ser un juicio contra nadie, sino poner en palabras lo que muchos callan y acompañar con esperanza a los que, en medio del cansancio, todavía sueñan con un espacio más humano y fraterno.
Cuando el poder se vuelve una cárcel
En toda empresa humana -y también en las comunidades donde buscamos servir a un ideal más grande que nosotros mismos- aparecen algunas sombras difíciles de ignorar. Hay personas que no saben irse, que se eternizan en los cargos como si fueran dueños de ellos. Se creen imprescindibles, se aferran al poder y se ponen nerviosos cuando alguien más empieza a brillar. La envidia y el egocentrismo se disfrazan de celo o de experiencia, pero en el fondo son miedo: miedo a perder el control, miedo a quedar en el olvido.
El problema es que, desde ese miedo, terminan haciendo la vida imposible a los demás. Especialmente a los más jóvenes, que traen entusiasmo y nuevas ideas. Se les corta las alas, se les hace sentir pequeños, se les apaga la ilusión. Y así, en lugar de un espacio de crecimiento, lo que se genera es un ambiente de cansancio y desánimo.
No hacen y no dejan hacer. Hablan mucho, pero sus palabras son vacías, largas y aburridas. Y lo más triste es que terminan expulsando a quienes podrían ser un verdadero soplo de vida.
Jesús con su gente y los fariseos
Cristo y los fariseos: la envidia que mata
Sin embargo, la historia humana y del cristianismo muestran que estas sombras nunca tienen la última palabra. Pensemos en Cristo: su libertad, su amor y su compasión despertaron la envidia de los fariseos, que no soportaban que el pueblo lo escuchara con gusto ni que sus obras dieran vida. Intentaron desacreditarlo, tenderle trampas, difamarlo y finalmente lo llevaron a la cruz. Pero ni su odio ni su miedo lograron apagar la luz: la resurrección venció donde ellos solo habían sembrado muerte.
Sombras que nunca vencen
Y no es el único caso. Una y otra vez, a lo largo de la historia, vemos lo mismo: santos incomprendidos, profetas perseguidos, líderes honestos apartados, innovadores despreciados. Pensemos también en Steve Jobs, que fue echado de su propia empresa, Apple. Lo rechazaron, como si ya no sirviera. Pero años después lo llamaron de nuevo, porque su creatividad, su pasión y su visión eran irreemplazables. Lo que parecía un fracaso se convirtió en un regreso luminoso.
También en la vida espiritual sucede así: los buenos se cansan, sí; los humildes sienten a veces que su esfuerzo no vale la pena. Pero la esperanza nos dice que la verdad siempre encuentra su lugar. Que lo auténtico no se apaga, aunque lo intenten sofocar. Que donde hay amor, servicio y generosidad, tarde o temprano la vida vuelve a brotar.
La última palabra no es la envidia
El poder, la envidia y los egos desgastan, pero no vencen. La luz de los sencillos, de los que sirven en silencio, termina brillando más que los focos que intentan deslumbrar a la fuerza. Por eso, aunque a veces sintamos el peso de estas incongruencias, nunca perdamos la esperanza: Dios abre caminos donde parece que solo hay muros. Y cuando llegue el momento, aquello que parecía estéril dará fruto abundante, porque el Espíritu sopla donde quiere, no donde lo intentan encerrar.
Conclusión
La realidad es dura: siempre habrá personas que se aferren al poder, que teman dejar espacio, que opaquen en lugar de iluminar. No podemos negarlo ni idealizarlo. Pero tampoco debemos olvidar que estas actitudes nunca tienen la última palabra. Lo auténtico, lo verdadero y lo que nace del amor termina abriéndose camino, aunque tarde.
Quien sirve con humildad quizá no reciba aplausos inmediatos, pero su huella permanece. Por eso, aunque los buenos se cansen, no deben perder la esperanza: el Espíritu de Dios sigue actuando, incluso en medio de nuestras incoherencias. Y en el momento menos esperado, lo que parecía sofocado resurge con más fuerza.
“El que se humilla será exaltado, y el que se exalta será humillado” (Mt 23,12).
Que estas palabras nos recuerden que la última palabra no la tiene la envidia, ni los egos, ni los que buscan el poder por sí mismos, sino la justicia, la verdad y la vida nueva que Cristo nos regala.