Luis Antonio Rodríguez Huertas
Militante del partido Por Un Mundo Más Justo y bachiller en Teología

Deus Politicus (II)


Compartir

Hace quince días, en este mismo blog, me atrevía a plantear la tesis de la radical necesidad de Dios para la buena construcción política. Desde entonces, algunas conversaciones me han confirmado la pertinencia de la cuestión, pero también lo arduo de la misma.



En el camino me he encontrado con:

  • Defensores de la teología apofática más pura, que extienden la inefabilidad de Dios a cualquier terreno, incluido -cómo no- el denostado ámbito político-;
  • Quienes, por negar la existencia misma de un ser divino, desprecian de cabo a rabo este planteamiento;
  • Y con quienes, de una manera u otra, comparten inquietudes y preguntas. También algunas respuestas. Pero no todas.

En cualquier caso, como no quiero echar balones fuera, vuelvo a defender mi afirmación. Trataré de aclararla y concretar algunas implicaciones.

El origen de todo

Desde hace años, en mi oración personal -limitada pero sincera-, cuando hago un “acto de fe” en la presencia de Dios, lo vivo tomando conciencia de que, entrar en ese terreno sagrado, me abre y me conecta con el Ser que crea, sustenta y cuida todo lo que existe. Todo.

Por eso, mientras escribo sobre este tema, lo primero que me sale es, precisamente, volver a hacer un profundo acto de fe. Porque, la fe, si es medianamente madura, es totalizante. Se aplica a cualquier momento y circunstancia de la existencia. Eso lo sabemos bien quienes intentamos vivir en esa clave.

De ahí, mi primera afirmación: para quienes creemos en un Ser trascendente no cabe otra que hacerlo presente también en la actividad política. Lo contrario sería incongruencia, falta de honestidad o, simplemente, una farsa hipócrita.

Sesión parlamentaria en el Congreso de los Diputados

Sesión parlamentaria en el Congreso de los Diputados

Pero, ¿qué aporta?

Ahora bien, sé que esta “simpleza” -que a mí, y a muchas otras personas, nos resulta suficiente para justificar el planteamiento de este post-, a muchas otras, se les queda muy corta. Surgen preguntas como ¿qué aporta Dios a la política? ¿por qué una política de la mano de Dios tiene más garantías de éxito que la que lo olvida?.

Ante esas legítimas objeciones, sabemos dos cosas:

  1. No hay respuestas concluyentes ni únicas.
  2. Nadie puede apropiarse de lo que Dios es o deja de ser, ni erigirse en su portavoz. Hacerlo supone un enorme daño potencial.

Por eso, mi segunda afirmación es esta: para abrir espacios de búsqueda de la voluntad de Dios en los devenires políticos, antes es NECESARIA UNA VIVENCIA honda, libre y auténtica de dicha fe. Solo así se cierran las puertas a interpretaciones adulteradas, manipuladoras o sesgadas.

En ese sentido, yo no puedo más que situar mi reflexión desde la visión cristiana de Dios: el Padre/Madre Amor, que se encarna para dejar bien clara su conexión absoluta con el ser humano, y cuya relación se prolonga en la historia gracias a su naturaleza espiritual, que no conoce límites de tiempo ni de lugar.

Política y amor

Desde ahí, mi tercera afirmación es que, la buena política, la gran política, necesita en primer y fundamental lugar de MOVIMIENTOS, OPCIONES, CRITERIOS cercanos al Amor, que es Dios.

Solo una geopolítica que se base en la búsqueda de relaciones de fraternidad y no en la acaparación de poder;

sólo unas organizaciones políticas y sociales que trabajen para mejorar la convivencia y no para el frentismo o la confrontación partidista;

sólo unas instituciones que velen por el cuidado de la humanidad y de todo lo creado

-atributos todos ellos de la experiencia del Dios Amor-, tienen visos de éxito, ya sea a corto o a largo plazo.

Todo lo demás, estará guiado por intereses particulares, de no amor, de autorreferencialidad, egoísmo o deshumanización… Antesala segura del fracaso civilizatorio. Y eso es, por desgracia, mucho de lo que vemos hoy en política.

A modo de sencillos ejemplos: ¿cabría en una política que quisiera contar con la “inspiración” en Dios, manifestaciones xenófobas, supremacistas, que fomentaran la desigualdad, la mutua destrucción, la violencia, la exclusión de los diferentes…? Al menos, “parece” que no.

Conclusión

Por eso necesitamos a Dios. O, al menos, a lo más íntimo que su existencia representa: la búsqueda de la armonía universal, de relaciones construidas desde la compasión y la justicia, de una visión de paz y esperanza para toda la humanidad… Atributos todos ellos también propios de un Ser supremo.

No sé si aporto algo, poco o nada.

Pero no quiero alargarme más por hoy, que ya lo he hecho con la excusa de estar aún en tiempo estival. Quizá, en algún momento, tenga que continuar en un DEUS POLITICUS III. Dios dirá. 😉

Politicos_congreso