En el 150º aniversario de la muerte de Hans Christian Andersen: léeme un cuento… y háblame de la fe

Autor danés

De los más de doscientos cuentos que escribió Hans Christian Andersen (Odense, 1805–Copenhague, 1875), el que más ha quedado oculto –y enterrado– es aquel en el que relató su propia peripecia personal, social y literaria, titulado ‘El cuento de mi vida’. Del mismo se conocen, al menos, tres versiones: una inglesa de 1846, otra francesa ampliada de 1855 y la última, de 1867, reescrita para una edición norteamericana. Era también su testimonio religioso: “La historia de mi vida dirá al mundo lo que a mí me dice: ‘Hay un Dios que es amoroso y que encamina todo a un buen fin’”, confiesa en las primeras líneas.



La historia de Andersen, el genio romántico y la gran figura de la literatura danesa –de quien el 4 de agosto se cumplen 150 años de su fallecimiento por un cáncer hepático–, ha sido más bien la contraria: la que narra la pervivencia y la popularidad de un enorme número de relatos que hoy se confunden con la factoría Disney: ‘La sirenita’ (1837), ‘El traje nuevo del emperador’ (1837), ‘El soldadito de plomo’ (1838) o ‘El patito feo’ (1843) son únicamente cuatro testigos de ese asombroso legado, que convirtió sus novelas, sus obras de teatro y, en particular, los cuentos de hadas en patrimonio universal. Su fe, en cambio, ha ido escondiéndose.

El traje nuevo del emperador y El Patito feo de Hans Christian Andersen.

“Su sentimiento religioso, que inspira todo lo que escribió, proviene de un cristianismo no dogmático, una religión del corazón y de las emociones ligadas a la naturaleza humana y al mundo natural que nos rodea como punto de partida para el anhelo de Dios”, proclama Johan de Mylius, ex director del Centro Hans Christian Andersen de la Syddansk Universitet, la universidad del sur de Dinamarca en Odense, y uno de sus grandes biógrafos.

“En Andersen no hay un Dios doctrinal”, continúa. Aunque nació y creció en la Iglesia del Pueblo Danés, la iglesia evangélica luterana, que es la confesión estatal, el escritor romántico evitó centrarse en el dogma y prefirió ser amplio y universal: no hay más que leer ‘La pequeña cerillera’ (1845), ‘El ángel’ (1843), ‘El abeto’ (1844) –también conocido como ‘El árbol de Navidad‘– o ‘La vieja campana’ (1859). De Mylius expone que, en su actitud religiosa, era “todo menos infantil o ingenuo, como a menudo se le ha acusado de ser”. Era, añade, devota y reflexiva.

Angustia existencial y vacío

“La fe de Andersen no estuvo exenta de cuestionamientos. Sus diarios, relatos y novelas también contienen numerosas expresiones de amargura, escepticismo, angustia existencial y vacío, por ejemplo, en la novela ‘Solo un violinista’ (1837), en los cuentos de hadas ‘La sombra’ (1847), ‘La tía dolor de muelas’ (1872), ‘El viento habla de Valdemar Daae y sus hijas’ (1859) y el poema ‘Salmo’ (Himno, 1864), que ahora forma parte del himnario danés”, prosigue Johan de Mylius, autor de la biografía ‘El precio de la transformación. Hans Christian Andersen y sus cuentos de hadas’ (2004).

“Un análisis más detallado de los poemas y relatos de Andersen revela una visión de la muerte como un momento de exclusividad, intensidad e iluminación, muy similar a las experiencias de la literatura mística –añade De Mylius–, pero en su caso conectada con la idea del alma como básicamente inmortal, en un viaje eterno, que incluso se desarrolla a través de la muerte y después de ella. Esta visión de la vida y la muerte, y de una vida continua después de la muerte, conduce a una práctica literaria que disuelve las estructuras épicas establecidas y las reemplaza con una exaltación musical y lírica de la experiencia momentánea”. Y es lo que se ve en ‘La reina de las nieves’ (1844), otro de sus grandes cuentos de hadas y que ejemplifica la lucha del bien y del mal.

Noticias relacionadas