Encuentro Mediterráneo 2025: un viaje para “abrir el corazón”

Uno de los frutos del Jubileo de la Esperanza es el segundo Encuentro Mediterráneo, promovido por la Archidiócesis de Marsella (la ciudad gala acogió el primero en septiembre de 2023, contando con la presencia de Francisco). Bajo el lema ‘Cultivar encuentros para destruir divisiones’, se trata de una original iniciativa por la que un barco se erige en toda una escuela de paz.

Se trata del Bel Espoir (Bella Esperanza), cuya aventura comenzó el 3 de marzo al salir del puerto de Barcelona. Hasta el 13 de octubre, cuando arribe en Marsella, habrá cruzado todo el Mediterráneo con un total de 200 jóvenes de entre 20 y 30 años junto a su tripulación. Pero no solo les unirá su corta edad, sino también la diversidad geográfica (habrá representantes de todos los países bañados por el Mare Nostrum), cultural y religiosa.

Diversidad de temas

Entre los que ya han participado en una de las etapas (los chicos subirán por turnos al barco en un total de ocho etapas y 30 escalas), que ha durado dos semanas, ha estado Joaquim Girbau, natural de Girona y quien ha ido en representación de la Archidiócesis de Barcelona, muy implicada en las jornadas. Como relata a Vida Nueva, han pasado muchas horas en alta mar reflexionando en torno a la “interculturalidad” (en otras etapas se abordarán otros temas, como “el diálogo ecuménico e interreligioso”, “la educación”, “el desarrollo integral”, “la inmigración” o la promoción de “la justicia y la paz”).

Han ido mucho más allá del discernimiento teórico, tanto “en las ciudades visitadas, como Ceuta, Tetuán y Málaga, donde hemos estado en iglesias, sinagogas, mezquitas y hasta en un templo hindú”, como en la convivencia en el día a día.

Joaquim Girbau, participante en el Encuentro Mediterráneo 2025

Fruto de la experiencia, el joven catalán trae la maleta vital llena de “nuevas amistades” y de “cuatro enseñanzas principales”. La primera “me llama a tener claro que, antes de discutir nada con una persona, he de preguntarme si la amo. Antes de hablar sobre la Verdad, se debería trabajar la amistad, jugando, bailando… Si se comparten alegrías y penas, es más fácil abrir el corazón. Así no cedemos espacio al orgullo ni nos creemos superiores”.

Saber mirar al otro

La segunda intuición es “saber mirar al otro y no ver en él una caja de ideas, sino a una persona. La Verdad es algo que va más allá de la lógica humana, por lo que somos incapaces de asirla por completo. Es como un cilindro: si lo vemos desde arriba, es un círculo; pero, si lo hacemos de lado, es un rectángulo. Si vamos más allá de esas dos dimensiones y entramos en la tercera, esa es la que resuelve los conflictos. Para abrazar la Verdad, necesitamos una dimensión más allá de la humana, una visión divina. Alguien que pueda ver todas las dimensiones. Tengo el convencimiento de que este Alguien es Jesús. Él nos lleva a la Verdad y la Vida. De hecho, lo es”.

Desde esa concepción, Girbau añade su tercer aprendizaje: “Vivir el ‘ven y verás’ del Evangelio, que se tiene que posicionar en el corazón con una actitud de curiosidad genuina e inocente, donde nos sumergimos en la belleza de las diferentes culturas y religiones. He echado en falta que en el viaje hubiera judíos o hindúes (sí había dos musulmanes y muchos cristianos de diferentes confesiones). Me gusta ver diferentes formas de búsqueda de Dios, pues en ellas hay cierta belleza y bondad, ya que Dios nos quiere a todos y, si alguien le busca, se mostrará, aunque sea con una pequeña parte de su belleza”.

Así, el joven se queda con la enseñanza final: “La Verdad es una y nosotros necesitamos infinitas dimensiones humanas, que no tenemos, para llegar a ella. Lo mejor es poner en el medio a Dios, Camino, Verdad y Vida, confiando en Él”.