Tribuna

Reflexiones sobre la muerte y el sentido de la vida

Compartir

Es típico escuchar a diario: “Estoy cansado de vivir”, “quiero morir”, “tengo muchos problemas”, “esta vida no tiene sentido”, “me siento solo o no valorado” y otras muchas afirmaciones.



¿Qué está pasando con la vida de las nuevas generaciones? Esta reflexión genera preguntas abiertas, bien intencionadas, para que todos nos sintamos implicados y que incluyen también a todos los que acompañan procesos en la vida, desde el rol como consejeros, docentes, psicólogos, trabajadores sociales, entre otras profesiones que mencionaremos en este breve escrito.

Quiero referirme a lo que hoy en día he reflexionado de manera muy detallada, sobre la vida, su sentido y el propósito mismo: ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Al igual que la muerte, somos seres que existimos; somos lo que hacemos y hacemos lo que somos, no solo tenemos las necesidades básicas cubiertas (Teoría de Maslow), sino las necesidades trascendentales con visión hacían el futuro.

No podemos negar que muchas cosas no dependen de nosotros e incluso situaciones que debemos afrontar como la soledad, la enfermedad y saber que somos vulnerables ante situaciones que nos superan y no podemos controlar.

La muerte versus la vida

En estos días el mundo ha sido testigo de la muerte de dos personas que causó una gran conmoción a todos en general: uno el reconocido futbolista, Diogo José Teixeira da Silva (Diogo Jota) y el padre Matteo Balzano. Recordemos que Diogo, fue un futbolista portugués que jugaba como delantero en Liverpool. Muere en un accidente automovilístico ocurrido en España en la madrugada del jueves 3 de julio junto a su hermano André Silva otro jugador de fútbol.

Jota tenía 28 años. Hacía 10 días se había casado. El suceso ocurrió alrededor de las 12.30 a.m., hora local, en la carretera A-52 en Zamora, al noroeste de España, y fue causado por el “reventón de un neumático durante un adelantamiento”, dijo el jueves un miembro de la Guardia Civil del país.

¿Qué recuerdos nos deja y nunca se borrará del corazón?

Un ser humano extraordinario, buen amigo, compañero leal, alegre y cercano a otros jugadores importantes, en el inicio de la carrera de Luis Diaz, también futbolista del equipo y jugador de la selección Colombia, le ofreció hospedaje cuando jugaban en el Porto. Qué bonito recordar a una persona que deja huella por su compañerismo y su habilidad en el fútbol.

Hoy lamentamos su perdida a una edad de 28 años, muy joven para este desenlace triste, lamentable pero que llena de esperanza a las nuevas generaciones.

Tal vez, no comprendamos este desenlace triste, pero lo recordaremos por su apoyo incondicional a Luis Diaz, cuando hizo un gol y mostro su camiseta en su honor, ante el secuestro de su señor padre en Colombia. Esta imagen nunca la olvidaremos, porque fue una persona solidaria que en momentos difíciles siempre estuvo cercano. Quedará en nuestro corazón el agradecimiento.

No juzguemos, acompañémonos entre todos

He escuchado en la calle ese dicho que dice: “nadie sabe la sed con que cada uno vive”. El Padre Matteo Balzano se quitó la vida. Un sacerdote, querido, lleno de vida. Que fue hallado sin vida el 5 de julio, en su residencia junto al oratorio en Cannobio, al norte de Italia.

Era muy querido por los jóvenes y por su comunidad. Tenía formación en aeronáutica antes de ingresar al seminario. Su partida repentina ha dejado en shock a toda la diócesis y ha abierto una profunda reflexión sobre la salud mental en el clero. Todo apunta a una decisión voluntaria de quitarse la vida.

Incluso el alma consagrada más luminosa puede atravesar por las oscuridades más profundas. Por eso, como Iglesia, no solo debemos orar por nuestros sacerdotes, sino también acompañarlos con amor, escucha y una cercanía respetuosa.

No estamos solos

Hace poco en una entrevista sobre la soledad, expresaba que ella bien vivida puede ser fructífera, creadora y motivadora, porque nos inspira en la vida; pero una soledad negativa, mal llevada nos puede jugar una mala pasada, porque sale a flote en la vida en algún momento, alguna herida no sanada o cicatrizada, alguna carencia o una debilidad.

Entonces: recordé que la soledad todos la vivimos en la vida, todo es cuestión de asumirla, escuchar ese monólogo interno, escucharnos en momentos de soledad y escuchar a Dios, porque nunca estamos solos.

Todos llevamos cargas y nos ayudamos unos a otros

San pablo, quien era un gran trabajador en fabricación de tiendas, no quería ser carga para la comunidad, pero para construir comunidad, todos debemos aportar, ayudar, motivar y acompañar: “Lleven los unos las cargas de los otros, y así cumplirán la ley de Cristo” (Gálatas 6,2).

Encontré estas cortas reflexiones sobre este acontecimiento: “El país se sacude. La Iglesia guarda silencio. Pero este silencio grita. Porque detrás de cada cura hay un corazón humano. Y cuando uno cae… todos nos detenemos. No hay respuestas fáciles. Solo el deseo de vernos con verdad. De acompañarnos sin miedo. De recordarnos que también los curas necesitamos ser abrazados, escuchados, sostenidos.

No somos invencibles, somos humanos

Necesitamos ser tratados como humanos, no como máquinas, necesitamos también de relaciones significativas y construir vida social” (@emanuel.lourenzo).

Y otra reflexión que me llego al corazón, un poema: “Ni la oscuridad lo detiene, Cristo en la sala antes de dormir: No hay velas ni incienso. Solo una lámpara vieja y el silencio de la noche. La ciudad sigue viva allá afuera, pero aquí dentro, una familia decide detener el mundo por un momento. No rezan con palabras complicadas. No siguen un guion perfecto.

Solo se toman de las manos, cierran los ojos y se acuerdan de Aquel que los ha sostenido un día más. Cristo está ahí. No como espectador, sino como parte de ese círculo. Sonríe mientras escucha las voces entrecortadas, las peticiones sinceras, los silencios que dicen más que mil oraciones. Y cuando apagan la luz, no se apaga la esperanza. Porque una familia que reza unida no necesita tenerlo todo… le basta con saber que Dios no se ha ido” (Rafael Moya).

Pienso que este poema deja un sinsabor con la vida, con la muerte y en la noche oscura… del silencio que es complejo en sí mismo, se abre ante una pequeña ventana de nuestra vida, esa ventana donde se ventila las más profundas oscuridades de nuestra existencia, donde expresamos las profundidades que no salen a la luz pública porque se viven por dentro en la mayoría de las familias de nuestra sociedad.

¿Cuál es el sentido de la vida?

Al inicio de la vida todos tenemos sueños, proyectos, ideales, a lo largo de la vida e incluso en la madurez seguimos buscando el éxito y al disminuir el esplendor de la vida, se hace el hombre más consciente de la inmensa belleza de la vida interior.

Allí es donde se descubre el fuego interior, que nunca muere, la voz interior, que nos abre al sentido del porque hacemos lo que hacemos, no simplemente porque vivimos buscando un arte o una profesionalización, sino porque realmente queremos descubrir en nuestro interior la belleza de la vida.

El corazón habla al corazón

Pero no es tan sencillo, esa especie de “hora de silencio”. Hay que aprenderla. Primero hay que barrer mucha basura interior sin importancia. Incluso una cabeza pequeña puede estar llena de distracciones irrelevantes. Es cierto que también puede haber emociones y pensamientos edificantes, pero el desorden siempre está presente.

Así que este sea el objetivo de la meditación: convertir el ser más íntimo en una vasta llanura vacía, sin esa maleza traicionera que impida la visión, para que algo de “Dios” pueda entrar en ti, y también algo de “Amor” (de ‘Una vida interrumpida y cartas desde Westerbork’, de Etty Hillesum).

Dios nos acompaña: como nuestro Padre y Madre

En la reflexión sobre la parábola del hijo pródigo, me hizo pensar que, aunque todos te dejen solo, Dios como Padre y Madre, nunca nos dejará solos: “El Padre no es solo el gran patriarca, la madre y padre. Toca a su hijo con una mano masculina y otra femenina. Él sostiene y ella acaricia El asegura y ella consuela. Es, sin lugar a duda, Dios, en quien femineidad y masculinidad, maternidad y paternidad, están plenamente presentes. Esta mano derecha suave y tierna me hace recordar las palabras del profeta Isaías: ‘¿Acaso olvida una mujer a su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas?

Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Fíjate en mis manos: te llevo tatuada en mis palmas’ (Is 49,15-16). Mi amigo Richard White me hizo notar que la mano femenina y tierna del padre está en posición paralela al pie desnudo y herido del hijo, mientras que la mano fuerte masculina está en posición paralela al pie calzado con la sandalia. ¿Sería mucho suponer que una mano protege la parte más vulnerable del hijo, mientras que la otra potencia la fuerza del hijo y su deseo de seguir adelante en la vida?” (‘El regreso del hijo pródigo: meditaciones ante un cuadro de Rembrandt’, ed. PPC, 1992, P 108).

Mujer Brazos Abiertos

Afrontar la vida y la soledad

En fin, la vida es bella, como la película, para las personas que saben que vivimos con una fuerza interior de realización, de plenitud. Nunca estamos solos, pero siempre tendremos momentos de soledad que debemos asumir, esto es, sumar, a lo largo de la vida encontramos personas que ayudan, motivan, acompañan.

Otras veces encontramos personas que son jueces implacables por algunos detalles o porque no se cumplen los requisitos de su exigencia. Creo que una verdadera fraternidad sacerdotal se vive a diario, antes de ingresar un candidato al sacerdocio, tiene su historia, su familia, que no se puede desconocer, en la formación se debe cultivar la comunidad y asumir la soledad, e incluso preparar para afrontar la soledad. Todos vivimos la soledad, no solo sacerdotes, casados, viudos(as), solteros.

¿Quién no ha experimentado, alguna vez, ese zarpazo de la soledad? Esa que no queremos, que llega inesperada e indeseada. Esa que nos hace revolvernos, entre furiosos y abatidos, buscando, imaginando, anhelando una palabra amiga, un abrazo protector, un hombro donde recostar cansancios o penas.

Esa que contiene inseguridades sobre la propia valía, culpas por decisiones que no te atreves a compartir con nadie, miedos que te asaltan, aunque te parezcan ridículos, y que por eso mismo no eres capaz de revelar a otros. Esa que añora un café compartido, unas risas sanadoras, una caricia o una conversación afable con quien sabemos que nos quiere. Esa que te exaspera, cuando pasas horas mirando una y otra vez los buzones de entrada o tus perfiles en las redes sociales, a ver si hay un mensaje, una señal, una llamada o una respuesta que no termina de llegar”(José María R. Olaizola, sj. ‘Bailando con la soledad’, ed. Sal Terrae, 2018, P. 4ss).

No podemos hacer quite a la soledad, ni a las heridas que todos tenemos, debemos trabajarlas desde el hogar, la formación y en algún momento de nuestra vida, para dejarnos sanar. Intenta identificar tus sentimientos y creencias en términos de la luz, la oscuridad y las sombras que has encontrado en tu historia.

Puede ser doloroso, pero decide ser completamente honesto, confiando en que todo lo que expreses será escuchado sin juicios y con amor y compasión. La mejor aliada es la soledad tu compañera de equipaje, como diría un jesuita: “Soledad y encuentro no son enemigos. Son, más bien, dos dimensiones de nuestras vidas, de todas las vidas.

Solo que hay que aprender a conocerlos. Especialmente a la soledad. Para que, lejos de ser una carga o una amenaza, se convierta en oportunidad y escuela. Porque en ella podemos encontrarnos, a nosotros y a los otros. Porque, lejos de comernos la moral y agotarnos las fuerzas, la soledad puede ser aliada en esta batalla fascinante y compleja que es la vida” (José María R. Olaizola, sj. ‘Bailando con la soledad’, ed. Sal Terrae, 2018, P. 8ss).

Así, la vida se vive en la soledad (que he publicado varios artículos en vida nueva), en la compañía y en algunas dosis de optimismo, todos necesitamos de los otros para ayudarnos unos a otros, no solo sabemos que nuestra fuerza reside en la valentía, sino en sintonizarnos con la mejor música de la vida, para saber bailar con la soledad: “A veces tengo la sensación de que todos tenemos algo de islas.

Vivimos en contacto con otras personas (muchas o pocas, eso ya depende, pues cada historia es única). Nos vemos a distancia (mayor o menor, pero distancia). Y entre esas gentes cuya vida se entreteje con la tuya va habiendo de todo: padres, hermanos, hijos, compañeros de trabajo o de comunidad, amigos, amores, jefes, subordinados, pareja, gente a quien atendemos, otros que nos atienden.

Somos creados para el encuentro y la comunión. Y por toda la gente sola; por todos los llantos velados; por las heridas silenciadas; por los miedos ocultos; por tantos puertos cerrados; por los abrazos negados… no podemos rendirnos…” (José María R. Olaizola, sj. ‘Bailando con la soledad’, ed. Sal Terrae, 2018, P. 11ss).

Las cosas que nos superan e incluso las cosas que no podemos controlar como la muerte, por eso, asumir nuestras vulnerabilidades nos hace más valientes y capaces de superar los fracasos, porque no es el fin del mundo, porque es desde la fuerza de la mentalidad, como vamos sobreponiéndonos a ser mejores, porque no es el lugar, no es la isla o el archipiélago, es cada uno que asume vivir en plenitud.

No son los lugares o las personas, es uno mismo que se siente bien, a veces sintonizamos y bailamos, otras no, pero todos bailamos la misma vida y en el camino mismo nos encontramos en varias ocasiones en diferentes lugares y en distintos momentos.
¿Sabes sintonizarte con la mejor música de tú vida y la sabes bailar? ¿Sabes vivir en comunidad o te aíslas? ¿Te identificas con la isla o Archipiélago?


Por Wilson Javier Sossa López. Sacerdote eudista del Minuto de Dios

Foto: Pixabay