Las lecturas que hoy contemplamos nos invitan a reconocer la presencia viva de Dios en medio de su pueblo y en toda la Creación.
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Desde los signos realizados por los Apóstoles, pasando por el canto de alabanza del salmista, la visión esperanzadora del Apocalipsis y el encuentro transformador con el Resucitado, descubrimos que la fe auténtica nos impulsa a cuidar la vida en todas sus formas. A la luz de estas Palabras, renovemos nuestro compromiso con la casa común, con la esperanza y la paz que brotan de Cristo, Señor de la vida.
Signos de vida que sanan el mundo (Hch 5, 12-16)
Esta lectura nos invita a reconocer que el cuidado de la Creación es también un signo de fe y comunión. Los Apóstoles, unidos en un mismo espíritu, realizaban signos que sanaban y daban vida; así también, hoy somos llamados a obrar con unidad y compromiso por la sanación de nuestro mundo herido.
El hecho de que “todos quedaban sanados” nos interpela a ser instrumentos de sanación para la casa común, actuando con responsabilidad ecológica, sensibilidad hacia los más vulnerables —como los enfermos de entonces— y una profunda confianza en que incluso nuestras pequeñas acciones, como la sombra de Pedro, pueden transformar realidades. Este pasaje nos recuerda que la fe genera comunión, y esta comunión debe extenderse a toda la Creación, cuidándola como don sagrado de Dios.
Agradecer al creador, cuidar su Obra (Sal 117, 2-4. 22-27ª)
Este salmo es una profunda invitación catequética y ecológica a reconocer que toda la Creación es obra del Señor, y que cuidarla es una forma concreta de agradecer su bondad eterna. Cuando proclamamos con fe: “¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!”, nos comprometemos a vivir con gratitud, responsabilidad y alegría el don de la vida y del mundo que nos rodea.
La expresión “la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular” nos inspira a valorar lo que muchas veces hemos despreciado: el agua, los bosques, el aire puro, las especies pequeñas, y tantos dones naturales que sostienen la vida. Así, agradecer al Señor es también actuar con amor por la Tierra.
Esperanza profética en tiempos de crisis (Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19)
Esta lectura nos invita a una enseñanza del asombro, la escucha y la esperanza, tres actitudes esenciales para cuidar la Creación. Juan, exiliado en la isla de Patmos, representa a quienes hoy también “resisten” desde los márgenes por defender la Palabra y la vida.
Su experiencia espiritual en medio de la naturaleza —una isla— nos recuerda que el entorno creado puede ser lugar de revelación y de encuentro con Dios. Su mensaje, “No temas: Yo soy el Primero y el Último, el Viviente”, nos asegura que, aunque la Tierra sufra, no está abandonada: Cristo está vivo en ella. Él tiene la llave del Abismo, es decir, tiene poder sobre el mal que destruye la vida y el planeta. Por eso, cuidar la Creación es también una forma de proclamar al “Viviente” que vence la muerte ecológica con la luz del Evangelio.
Paz y Compromiso con la Creación (Jn 20, 19-31)
Este pasaje del Evangelio nos ofrece una inspiración profunda para una espiritualidad ecológica que brota del encuentro con Cristo resucitado. Jesús se presenta en medio de sus discípulos con un mensaje de paz, una paz que no es solo interior, sino también una paz que debe extenderse a toda la creación, hoy herida por el egoísmo humano. Al mostrar sus llagas, nos recuerda que la resurrección no borra el sufrimiento, sino que lo transforma; así también, la Tierra, marcada por las heridas del descuido y la explotación, puede renacer si acogemos el Espíritu.
El soplo del Espíritu Santo sobre los discípulos es una nueva creación: el mismo aliento de Dios que dio vida al mundo en el Génesis, ahora impulsa una misión reconciliadora.
A modo de conclusión
A la luz de estas lecturas dominicales, se nos revela que cuidar la Creación no es una tarea secundaria, sino una expresión concreta de nuestra fe en el Dios de la vida. Así como los apóstoles sanaban, el salmista agradecía, Juan escribía con esperanza y Jesús soplaba su Espíritu de paz, nosotros también somos enviados a sanar, agradecer, anunciar y transformar.
La Tierra clama por discípulos que no solo crean, sino que actúen con amor y responsabilidad. Animados por la certeza de que Cristo Resucitado camina con nosotros, renovemos nuestro compromiso de cuidar la casa común con gestos cotidianos de respeto, justicia y esperanza. Como nos recordaba el Papa Francisco: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental” (Laudato Si’, n° 139).
Por Marcial Riveros Tito. Teólogo y Contador Público
