Diez años después de la reforma que puso en marcha el papa Francisco para simplificar las nulidades matrimoniales, sin que se viera mermada la calidad del proceso y garantizar su gratuidad para evitar que se considerara un privilegio de pudientes, su aterrizaje en las diócesis españolas es parcial y lento.
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Como ha podido constatar ‘Vida Nueva’, no se trata de una resistencia con un trasfondo ideológico y doctrinal, sino de falta de recursos, tanto en materia formativa como en apuesta de más personal que permita abarcar en tiempo y forma los expedientes. El temor de muchos obispos a utilizar la vía simplificada por falta de conocimiento ante casos que meridianamente son sencillos de resolver porque las dos partes están de acuerdo, hace que siga ralentizándose no solo la resolución, sino también el sufrimiento de quienes interponen estas demandas.
Quizá, si hubiera una mayor conciencia de que los tribunales eclesiásticos no existen al margen de la vida diocesana, sino que han de estar integrados –en este caso, en la pastoral familiar–, cambiaría la conciencia de unos y otros sobre una herida que continúa abierta en el corazón de no pocos fieles.
