Carisma
Portada Carisma Combonianas

150 años de las Misioneras Combonianas

El sacerdote y misionero Daniel Comboni (1831-1881) había experimentado en su propia carne la dureza de la vida misionera en Sudán. ¡Casi le cuesta la vida! Eran los tiempos en los que Propaganda Fide quería suprimir las misiones en África Central por el alto coste en personal misionero. Y así, en Roma, en esa situación de incertidumbre, Comboni tuvo la gran intuición de un Plan para la Regeneración de África.



Del Plan para la Regeneración de África a la congregación de las Piadosas Madres de la Negritud

“Fue el 18 de septiembre de 1864 cuando, saliendo del Vaticano donde había asistido a la beatificación de M. Margarita Alacoque, me vino en mente presentar a la Santa Sede la idea del Plan para retomar el apostolado en África Central”… (E.3302) (Daniel Comboni).

Ahora bien, para realizar su Plan de acción misionera, Daniel Comboni necesitaba colaboradores y colaboradoras, es decir, misioneros y misioneras. Fue así, de este modo, que el 31 de diciembre de 1871, mientras esperaba a que la Santa Sede le concediese un territorio misionero en África, él acompañó a su “primogénita”, María Caspi, a Montorio Veronese, para iniciar la congregación de “sus” monjas, a las que habría llamado Pías Madres de la Negritud. El día después, 1 de enero de 1872, comunicaba de modo oficial al obispo de Verona la “fundación” y solicitaba su aprobación.

En Montorio Veronese, sin embargo, las jóvenes aspirantes a misioneras no se quedaron mucho tiempo. De hecho, el 14 de septiembre de 1872, el Fundador –que entretanto había sido nombrado Vicario Apostólico de África Central– trasladó el noviciado a Verona, a la casa de S. María in Organo, que, a partir de ese momento, será la Casa Madre de las Misioneras Combonianas. Muy acertadamente, la casa estaba muy cerca del Seminario de Verona, para que las novicias pudieran beneficiarse de la presencia del profesorado para su formación.

Así, el 15 de octubre de 1876, en la capilla de la Casa Madre, el propio Daniel Comboni recibió los primeros votos de María Bollezzoli (primera superiora general) y de Teresa Grigolini. Ese día les entregó el Crucifijo de las misioneras, que habrían debido llevar siempre y que quiso que se colgara de un cordón rojo sangre. El significado de ese cordón estaba claro, y el Fundador lo había resumido en el capítulo X de las Reglas de 1871. “Quiero hermanas santas de verdad –repetiría más tarde a los responsables de la formación–, pero no con el cuello torcido, porque en África se necesita tenerlo derecho, almas valientes y generosas que sepan sufrir y morir por Cristo y por los negros”… (E. 6486).

Las primeras “generosas” cinco hermanas partieron con él hacia África el 12 de diciembre de 1877. Menos de dos años después, una de ellas, Victoria Paganini, abrió un segundo noviciado para jóvenes africanas en El Obeid, Kordofán –con la primera profesión de Fortunata Quascé en 1882–, y a finales de 1880 Faustina Stampais abría un tercer noviciado femenino en El Cairo…

Eran los inicios de un apostolado misionero muy prometedor y estimulante. Desgraciadamente, dos graves acontecimientos vinieron a obstaculizar el progreso inicial de la misión comboniana: la muerte del obispo Daniel Comboni y la insurrección islámica que vivió Sudán de 1881 a 1898…

De la muerte del Fundador hasta el primer Capítulo General

Desgraciadamente la Hermana Muerte, visitó muy pronto y muy a menudo las misiones combonianas en África Central. La primera que sucumbió el 18 de febrero de 1880, fue Maria Bertuzzi; tenía poco más de 20 años y acababa de llegar a Sudán cuando fue víctima de una epidemia de tifus. Tres meses después, lamentablemente, le siguió María Caspi y, al año siguiente María Rosa Colpo moría en Malbes (Sudán).

Mucho más duro y más grave fue el dolor que sacudió la Misión el 10 de octubre de 1881 cuando, en Jartum, el propio Padre y Fundador, Mons. Daniel Comboni, moría de forma inesperada. Por desgracia dejaba la Misión en un momento especialmente difícil, porque en Sudán ya se iba sintiendo la amenaza de una terrible insurrección islámica, conocida más tarde como la “Mahdia”.

Unas semanas antes de su muerte, el propio Daniel Comboni había advertido del peligro al rector de los Institutos de Verona, escribiéndole: “En este momento el cónsul austriaco me dice que Sudán está en plena rebelión por culpa de un autodenominado profeta que dice haber sido enviado por Dios para liberar a Sudán de los turcos y de la influencia cristiana”…

El “autodenominado profeta” era un joven “sayh” sudanés, Muhammad Ahmad (1843-1885), que se había autoproclamado “Mahdi” –“bien guiado por Dios”–, porque afirmaba haber recibido de Mahoma la misión de liberar a Sudán de toda injerencia extranjera y restaurar la práctica del Islam a su pureza primitiva.

Desgraciadamente, la Iglesia católica fue inmediatamente el objeto de un ataque particular: todas las estaciones misioneras de Sudán fueron destruidas y las comunidades cristianas de El Obeid, Malbes y Delen fueron dispersadas y hechas cautivas. De las misioneras combonianas presentes en Sudán, ocho fueron hechas prisioneras. Dos de ellas, Eulalia Pesavento († 27 de octubre de 1882) y Amalia Andreis († 7 de noviembre de 1882) murieron a consecuencia de las privaciones y de los malos tratos que sufrieron durante el viaje forzado desde Delen a El Obeid, donde los mahdistas habían acampado a la espera de conquistar la capital de Kordofán (enero de 1883).

Para las que quedaron, sin embargo, comenzó un cautiverio que, para alguna, duraría hasta el final del conflicto. El Mahdi, en realidad, no quería suprimir al personal de la Iglesia católica, sino “convertirlo” a la profesión de la fe islámica, y para ello se probaron todos los medios, incluida la tortura, para inducir a los misioneros y a las monjas a abjurar. Fue un momento muy doloroso, durante el que el obispo Francesco Sogaro, sucesor de Daniel Comboni, hizo todo lo posible para liberar a los prisioneros lo antes posible. De hecho, dos monjas –María Caprini y Fortunata Quascè– fueron liberadas en noviembre de 1885; Caterina Chincarini y Elisabetta Venturini lograron escapar en diciembre de 1891; Concetta Corsi murió en cautiverio († 3 de octubre de 1891), mientras que Teresa Grigolini tuvo que esperar hasta el final de la guerra.

Mientras tanto, en Verona, el número de jóvenes aspirantes a misioneras aumentaba considerablemente, hasta el punto de que fue necesario abrir nuevas comunidades en Egipto –para la aculturación y el aprendizaje de la lengua árabe– a la espera de poder regresar a Sudán. En 1898, tras recibir la aprobación de las Reglas, las Pías Madres de la Negritud pudieron finalmente celebrar su primer Capítulo General, eligiendo a su Superiora General (María Bollezzoli) y su Consejo.

La expansión misionera en África tras la “Mahdia”

El 22 de octubre de 1900, dos años después del final de la “Mahdia”, dos misioneras combonianas –Francesca Dalmasso y María Bonetti– obtuvieron el permiso del gobierno británico para regresar a Sudán y abrir una comunidad en Omdurmán (Jartum). Se les concedió el permiso no como religiosas, sino como profesoras “laicas” –es decir, sin el hábito religioso–, porque habían sido solicitadas por los padres para una escuela de niñas.

La hermana Francesca, que había estado presente en el momento de la muerte de Daniel Comboni, llevaba consigo, como reliquia preciosísima, la túnica blanca que el Padre llevaba en el momento de su muerte, que ella había cogido y de la que nunca se había separado. Esa reliquia, que ahora se encuentra en la Casa General de las Misioneras Combonianas en Roma, era prenda y garantía de un futuro misionero apostólicamente fecundo.

Unos años más tarde, nuevas comunidades de mujeres combonianas empezaron a extenderse por toda África Central y Oriental: ya en 1903 se pudo volver a Lul (Sudán del Sur), entre los Scilluk, en la región de Gondokoro y de Santa Cruz, donde Daniel Comboni con sus compañeros había llegado por primera vez. En 1904 se abrieron dos nuevas comunidades en Jartum; en 1914 fue el turno de Asmara, en Eritrea; en 1918 las Misioneras Combonianas llegaron a Gulu, en Uganda, mientras que al año siguiente abrieron una comunidad también en Wau, la capital de Bahr el Ghazal (Sudán del Sur).

A partir de 1920, las comunidades femeninas combonianas se multiplicaron en Uganda, Bahr el Gebel, Eritrea, Etiopía y Sudán del Norte. Debían estar presentes, sobre todo, en los catecumenados, en la escuela y en los pequeños hospitales que surgían en el bosque.

Más tarde, a partir de 1952, las Pías Madres de la Negritud llegaron también al entonces Congo Belga, a Togo y Benín, Mozambique, Kenia, África Central, Chad y Camerún; Zambia y Sudáfrica…

Misión sin fronteras

En enero de 1939, por decisión de la entonces Superiora General Carla Troenzi, las Misioneras Combonianas abrieron dos comunidades en los hospitales de Kerak y Amman, en Transjordania. Se habían dado cuenta de que no era prudente “encerrarse” en África, sino que era mejor, por muchas razones, “abrirse” a otros países, si se quería sobrevivir y seguir yendo a África Central.

Después de Ammán, hubo otras aperturas en Jerusalén (1946), Adén (en el Golfo Pérsico), Bahréin (1953) y también en los Emiratos Árabes.

“Ampliado, el Instituto extiende ahora sus alas más allá de los océanos”… (Carla Troenzi).

En febrero de 1951, escribiendo a todas las comunidades, la Madre Carla Troenzi pudo afirmar lo escrito más arriba, porque, desde el año anterior, las Misioneras Combonianas estaban también en los Estados Unidos de América. Habían ido allí, principalmente para la animación misionera y el trabajo pastoral entre la población negra. Así que, bajando “geográficamente”, desde Estados Unidos fuimos a México, Costa Rica, Guatemala, Ecuador, Colombia, Brasil y Perú…

El resultado de todo este “ir más allá” es que hoy la Congregación cuenta con miembros de 35 nacionalidades, lo que le permite vivir plenamente la internacionalidad que Daniel Comboni quiso desde el inicio.

Florecimiento de congregaciones femeninas africanas como aplicación del “Plan”

Cuando en 1872, Daniel Comboni fundó en Verona la congregación “de las Pías Madres de la Negritud”, especificó también que debían ocuparse de modo particular de la formación de la mujer africana, para que fuese capaz de ser una apóstol en su propio país.

El objetivo principal de nuestra congregación, nuestro programa de acción, quedaba dibujado de este modo: para “salvar África con África” había que llevar a la mujer africana a convertirse en sujeto de la evangelización, y nosotras habríamos debido estar a su lado para abrirle el camino. Era una nueva visión de la religiosa misionera, y, por eso, el Padre Comboni quería formar personalmente a “sus” novicias. Desgraciadamente, la muerte no le dejó tiempo para ver, como había escrito en el “Plan”, que saliesen “de entre las jóvenes negras que no se sentían inclinadas hacia el estado conyugal… la sección de las Vírgenes de la Caridad”.

Pero su sueño no se olvidó y es interesante constatar que, mientras en Jartum y en Verona se abría el proceso informativo para la causa de beatificación del Siervo de Dios, en Uganda empezaban a aparecer algunos “signos” a partir de la escuela, pero también a partir de la Acción Católica que había sido introducida por Sor Lucilla Corini con un grupo de adolescentes. Esas mismas que, en 1945, se convirtieron en las “Hermanitas de María Inmaculada” de Gulu.

A estas les siguieron las “Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús” en 1952 en Juba (Sudán del Sur); después las “Hermanas de Nazaret” en 1955 en Wau (Sudán del Sur); las “Hermanas de Nuestra Señora de las Victorias” en 1956 en Mupoi (Sudán del Sur); las “Hermanas de la Adoración perpetua a la Santísima Trinidad” en 1960 en Arua (Uganda); las “Hermanas Misioneras de María, Madre de la Iglesia” en 1970 en Lira (Uganda); las “Hermanas Evangelizadoras de María” en 1975 en Morulem (Uganda); la “Pía Unión de las Siervas de la Iglesia” en 1980 en Awasa (Etiopía), etc.

Nacidas con nuestra colaboración, pero ahora en camino hacia la plena autonomía –lograda por algunas tras un camino muy doloroso–, estas nuestras “hijas” africanas se presentan ahora ante nosotros como interlocutoras privilegiadas, capaces de revelarnos aspectos aún ocultos del carisma original. Es importante que sigamos caminando “juntas” por los nuevos caminos de la evangelización, trazados para nosotros por el Concilio Vaticano II…

Descargar suplemento Carisma 150 años de las Misioneras Combonianas

Lea más: