Tribuna

De la JMJ de Madrid al convento

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Mi participación en la JMJ de Madrid era más que deseada. Llevaba varias ediciones tratando de ir, pero no me era posible por la edad. En la española, con los 18 años cumplidos, por fin podía disfrutar de esa experiencia que me parecía tan interesante y atractiva.



Yo ya había sentido una llamada a la vocación a los 16. Pero me resistía a escucharla. No me parecía que la vida religiosa fuera para mí. En realidad, mi asistencia a la JMJ no era para aclarar nada, sino para vivir una experiencia maravillosa y emocionante acompañada de mis hermanos de la comunidad de Bruselas y de algunos de mis hermanos de sangre.

Esperaba –y deseaba– vivir un momento de encuentro privado con el Señor, pasarlo bien en un evento para y con jóvenes, y vivir la fe junto con otros jóvenes cristianos de todas partes del mundo. Una vez en Madrid, recuerdo algunos momentos, como el encuentro con el Papa en Cuatro Vientos, algunas palabras que me llegaron, incluso alguna parte de la catequesis del encuentro vocacional posterior a la JMJ.

Pero nada de ello fue lo que terminó de decidirme. Aunque suene tonto, cuando se pidió que las chicas que sintiéramos la llamada a la vida religiosa lo compartiéramos en público, sentí la llamada, pero entré en una lucha muy fuerte porque no quería responder. De repente, vi a mi hermana corriendo hacia el escenario. Me levanté yo también y corrí detrás de ella. En ese momento sentí una paz muy grande, como nunca había experimentado.

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