Tribuna

Hermanas de la Caridad de Santa Ana: un trabajo artesanal que se expresa con ternura

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Francisco nos deseaba que ‘Amoris laetitia’ nos llevara a sentirnos “llamados a cuidar con amor la vida de las familias, porque ellas ‘no son un problema, son principalmente una oportunidad’” (7). Este deseo y esta oportunidad nos alcanzaron.



Las palabras de Amoris laetitia, algunas con mayor intensidad, van engarzándose entre sí dando a la vida consagrada un habitad especial para vivir la alegría de un corazón grande entregado a “un trabajo artesanal que se expresa con ternura” al “integrar con mucho amor a las madres… y a las mujeres solas que deben llevar adelante la educación de sus hijos…” (197).

En el capítulo primero se nos recuerda como “la Biblia está poblada de familias… de historias de amor… (8). También lo está nuestro mundo y nuestra humanidad, y en ellas, la vida consagrada.

Venid y asomaos a una de tantas historias de amor, de familia grande, con corazón grande. Atravesemos “el umbral de esta casa… con su familia sentada en torno a la mesa de la vida (9): Hermanas de la Caridad de Santa Ana, que se viven “en un nuevo estilo de familia inaugurado por Jesús donde vivir el amor y la comunión, a semejanza de la Trinidad. El Dios Trinidad que es comunión de amor nos fundamenta. Queremos hacer de todos los hombres una familia en la que nadie quede excluido” (CC 61-62 hcsa).

Fruto de nuestro carisma es la vivencia de la Hospitalidad que nos lleva a acoger desde la misericordia y la ternura. “Fruto del amor son también la misericordia y el perdón… Jesús no condena a la adúltera, la invita a una vida más digna (27). Así son acogidas y acompañadas nuestras madres solas con hijos en situación de vulnerabilidad. Arrastran, porque pesan, sus historias y sus heridas. No hay juicio, ni condena. Hay soledad acompañada, gestos y palabras, la ternura del abrazo, espacio y silencio, apoyo y esperanza; un especial cuidado para comprender, consolar, integrar… (49). Camino compartido hacia la vida que merece ser vivida.

“Con esta mirada, hecha de fe y de amor, de gracia y de compromiso, de familia humana y de Trinidad divina, contemplamos la familia que Dios confía en” nuestras manos (29). Manos de mujer, y mujer consagrada. De mujer a mujer. De consagrada fecunda a madre fecunda.

Fortalezas y luchas

Cada mujer porta un cúmulo de fortalezas y luchas, de capacidades y conquistas y cada una ama a sus hijos de manera única. Con ellas y por ellas vivimos, sufrimos y luchamos: “La falta de una vivienda digna que suele llevar a postergar la normalización de las familias monoparentales… niños que nacen fuera del matrimonio… que crecen con solo la madre …familias… castigadas de tantas maneras… la mujer que debe criar sola a su hijo y trabajar sin la posibilidad de dejarlo con otra persona” (45). Estas son las madres e hijos de nuestra familia. Y este es nuestro proyecto de vida: hacer de nuestra casa, hogar y de nuestra comunidad, familia.

Junto a Francisco damos “gracias a Dios porque nuestra familia… lejos de considerarse perfecta, vive en el amor, realiza su vocación y sigue a Jesús en un nuevo modelo de familia formado por tantas realidades diferentes, colmada de gozos, dramas y sueños” (57). Este modo de vivir en familia nos ha regalado “abrir más y más el corazón, haciendo posible un encuentro con el Señor cada vez más pleno” (316).