Tribuna

Pascua, laboratorio de vida y esperanza

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Este año, una vez más, vivimos una Semana Santa ‘sui generis, atípica. Como dijo el cardenal António Marto, lo que ningún mundo o guerra civil ha logrado en el mundo católico, lo ha logrado un virus invisible y silencioso”. Sin duda, son tiempos que nos desafían a la resistencia, la creatividad, la solidaridad, la responsabilidad ciudadana y al (re)descubrimiento de nuestras relaciones con la familia, con nosotros mismos y con Dios.



Una escritora holandesa del siglo XX, que vivió un momento oscuro en la historia de la humanidad, Etty Hillesum, nos invita, en su Diario, a “reinventar la esperanza” y “mirar los lirios del campo”. Sí, es hora de levantar la mirada y mirar lo que es más amplio, lo que está fuera de nosotros. En medio del dolor y del sufrimiento que nos invade, estamos invitados a velarnos unos a otros, a ejercer la noble virtud de la solidaridad.

Pienso en el relato de la Pasión de San Mateo y recuerdo de las palabras de la escritora brasileña Clarice Lispector, que dice “la Pasión de Cristo es la Pasión del Hombre”. ¡Y lo es! Sin embargo, es curioso el envío que Jesús hace a los discípulos, cuando se enfrenta a la pregunta de dónde quería celebrar la Pascua ese año. Jesús dice: Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: ‘El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa’”. ¿Quién es esta persona? ¡No se nos dice! Esa persona permanece en el anonimato, no sabemos quién es. ¡Quizás esta categoría ‘abierta’ que deja la narración del Evangelio es realmente para que cada uno de nosotros ponga nuestro nombre allí! Este año, el Señor nos permite tomar esta palabra como nuestra: Es en tu casa donde quiero celebrar la Pascua”.

La fe al interior

¡Sentimiento hermoso y reconfortante que Jesús nos ofrece en medio de los escombros de esta pandemia que estamos viviendo! La verdad es esta: ¡estamos en nuestras casas, prisioneros con nuestra familia y con el Señor Jesús! Así será nuestra Pascua. ¡Jesús nos visita para fortalecer nuestros lazos de fraternidad, para reavivar el don de nuestra fe! Porque la fe no es solo para vivirla en tiempos fáciles, cuando todo es evidente y cuando casi nos llevan al regazo para creer. La verdadera experiencia de la fe se vive en el interior de cada uno. El aislamiento y la reclusión del mundo, que nos impone esta pandemia, puede ser el de encerrarnos en nosotros mismos y en nuestra habitación, para luego dejarla y ser una señal, un testimonio para los demás, en la vida cotidiana.

El drama que vivimos nos devuelve al realismo de la condición humana: ¡que todos somos finitos, débiles y vulnerables! ¡Estamos expuestos a la desnudez! Y, como sucedió en la vida de Etty Hillesum, también nosotros necesitamos una experiencia de compasión, de mirar al mundo con los ojos de Dios, de llenar nuestros corazones de compasión por la humanidad herida. Y así, ayudar a Dios… Etty, en un campo de concentración, dijo que ¡después de todo, la vida es hermosa!”. Es a través de esta belleza que Hillesum nos enseña hoy a orar: “Quiero ayudar a Dios, estoy disponible con las fuerzas pobres que tengo para colaborar con Dios, para ayudarlo a salvar a otros, a tocar a otros, a ser en el mundo una presencia de esperanza, una presencia de luz”. Porque este es el gran milagro de la vida: ¡el milagro de la descentralización! ¡El ser don nos salva!

La certeza de una esperanza

Pues bien, estamos en la más santa de las semanas, en el núcleo vital de los misterios de nuestra fe. Como el cardenal Tolentino Mendonça, me gusta pensar en esta semana como la semana de la ‘arquitectura dorsal’ en la que todos estamos gestados y generados. En el vientre de esta semana, vislumbramos el laboratorio de la vida que lleva a la tumba vacía. Está en camino la gestación de una nueva y diferente creación. En el Sábado Santo, Dios mismo se convierte en el artesano de una nueva creación. Él no estará allí… ¡ha resucitado, como dije! En el vacío del sepulcro, se nos invita a tocar el Misterio de la Resurrección. En los escombros de nuestro tiempo, estamos llamados a reconocer la bondad y la ternura de Dios tatuado en la madrugada de un domingo sin atardecer. Sí, que este tiempo nos dé un profundo deseo de reconfiguración de la vida, de una humanidad transfigurada, de mujeres y hombres renovados por el poder regenerador del Paráclito.

Que este tiempo nos dé la firme voluntad de Resurrección, nos haga llorar verdaderamente por Pascua, porque, como dijo una mística inglesa, Juliana de Norwich, en su libro ‘Revelations of Divine Love’, “el pecado es necesario, pero todo terminará bien, todo terminará bien, y cualquier cosa, sea lo que sea, acabará bien”. Y mientras vivimos en este tiempo de pandemia, vivamos en la certeza de que estamos siendo modelados en este verdadero laboratorio pascual, ¡útero de vida y esperanza!